'Y no me puedo quejar
'Y no me puedo quejar': así es la precariedad en España
La precariedad laboral en España es una alimaña que te devora las tripas.
Los esclavos del siglo XXI: presos que trabajan por 1 euro la hora.
Presos en huelga por “esclavitud” en EEUU: se niegan a trabajar por 1 dólar la hora, 30 horas a la semana.
Uno de cada cuatro prisioneros del planeta es norteamericano, el 60% de ellos trabaja para estos centros y en algunos estados del país los prisioneros no tienen opción (son trabajos forzados por el sistema penitenciario) y en otros se ven muy coaccionados a ello (beneficios penitenciarios que rozan los mínimos humanitarios, como poder cenar). Si contásemos todos los trabajos realizados en cárceles estadounidenses como un mismo empleador serían el tercero del país sólo por detrás de General Motors y WallMart. Una industria de mil millones de dólares. Dependiendo de la prisión y el puesto, ganan entre 23 centavos y 1.41 dólares la hora. Desde hace décadas los reos protestan por sus condiciones inhumanas, considerándose a sí mismos los esclavos del siglo XXI, y en estos días se han coordinado para ir a la huelga en 17 estados.
Una enmienda constitucional: la decimotercera enmienda de la constitución de los Estados Unidos prohibió “la esclavitud y la servidumbre involuntaria” salvo en un caso, "como castigo por un delito por del cual el ciudadano ha sido debidamente condenado”.
Un negocio: desde que se privatizaron, buena parte de las cárceles del país se gestionan agresivamente como un negocio. Llegan a acuerdos estatales por los que se garantizan un número mínimo de prisioneros, suban o bajen las cifras de delitos. Esto ha llevado, entre otras cosas, a cárceles públicas medio vacías que deben trasladar presos a las cárceles privadas (por lo que las públicas terminan cerrando) y también a un entramado sistémico que fuerza que nunca bajen los índices de encarcelación, por lo que indirectamente se persiguen y sancionan más delitos menores.
Falsa competencia: tal vez la baza más seductora con la que cuentan. Un preso, aunque sea alguien encarcelado por una pena mayor como posesión de drogas, no despierta demasiadas simpatías entre la población general del país. Pero explicando el conflicto que causa esta cláusula para el libre mercado y el resto de empresas pueden ganarse al público. Compañías con ánimo de lucro contratan a los presos por salarios muy inferiores al salario mínimo fabricando productos a bajo costo, por lo que las empresas que no se hayan ganado el acuerdo penitenciario están en clara desventaja competitiva. Estos empleos, además, crean dumping social: perjudican negativamente a los salarios de los trabajadores regulares de los gremios más precarios.
Ni forma, ni reinserta: mucho de su trabajo tiene que ver con el propio mantenimiento de la cárcel: cocinas, lavandería. Pero otros empleos van más allá. Algunos se dedican a limpiar carreteras estatales, a fabricar piezas de armamento militar, a trabajar en tareas que no son cara al público para Microsoft, Starbucks o McDonalds… se sabe que 2.000 presos trabajan como bomberos en California. El problema viene cuando los reclusos terminan su pena, intentan volver a las calles y descubren que su experiencia en los puestos de mayor especialización, como el de bombero, no les sirve de nada, ya que alguien con antecedentes no puede después optar a trabajos de cierto nivel.
¿Y en España? Aquí trabaja uno de cada cuatro presos. Ganan entre 2,59 y 4,51 euros la hora según especialización del puesto, cuando el salario mínimo más allá de los muros está en 5,76 euros la hora. Además de para la Administración también trabajan para algunas empresas privadas, y al finalizar su condena tienen derecho a cobrar una prestación por desempleo proporcional a los trabajos realizados. Siguen siendo condiciones de precarización y abuso por parte de los empleadores, pero algo que está muy lejos del sistema estadounidense.
Relacionado:
Algunas buenas razones para liberarse del trabajo III
Se afirma que se han perdido muchos puestos de trabajo en la industria, pero que han sido nuevamente creados en otros sectores, tales como los sectores de servicios. Sin embargo, por una parte, se puede observar que esto ya no cierto, que se trata de una ilusión de otros tiempos. El desempleo ahora aumenta enormemente incluso en los sectores de servicios y, por ejemplo, la “New Economy” [“Nueva Economía”] que se nos había prometido con Internet nunca comenzó, pues se trata de sectores que emplean a pocas personas.
Algunas buenas razones para liberarse del trabajo II
El capital no es completamente opuesto al trabajo, pues el capital es trabajo acumulado. En esta medida, la acumulación de capital es acumulación de trabajo. O, más precisamente, de trabajo muerto, de trabajo pasado que crea valor, el cual bajo su forma dineraria es enseguida reinvertido en los ciclos productivos. Porque un propietario de capital tiene el interés de hacer trabajar lo más posible: si obtengo una cierta ganancia empleando a un obrero, obtengo el doble de ganancia empleando a dos obreros, y si empleo a cuatro obreros, si todo marcha bien, obtengo cuatro veces la misma ganancia.
Algunas buenas razones para liberarse del trabajo I
Actualmente, parece que una teoría y una práctica crítica de la sociedad contemporánea tuviesen, antes que nada, la tarea de defender el trabajo, de encontrar nuevas posibilidades para la creación de puestos de trabajo, así como de defender a los trabajadores. Podría preguntarse cuál es el sentido que tiene una expresión como: “liberarse del trabajo”. Además, el buen sentido común se pregunta por la forma en la que es posible vivir bien sin el trabajo.
LDD - Conflictos y protestas en el artesanado preindustrial
Esta semana contamos con el historiador Jose A. Nieto. De su mano, viajaremos a los siglos XVII y XVIII a los talleres y reales fabricas, minas y arsenales.
Desde ese contexto analizaremos la conflctividad laboral precapitalista. Todo un repertorio que incluía huelgas, sabotajes, destrucción de maquinaria, quema de fabricas, intimidaciones y amenazas anónimas a los directores de fábrica...
CCOO y UGT DEMUESTRAN LO QUE SON
TRES NOTICIAS EN DOS DÍAS SE ENTIENDEN MEJOR JUNTAS
El 5 de junio la prensa recoge las declaraciones de los 'sindicatos' del sistema que afirman que 'continuaran' las movilizaciones en la calle aunque haya cambiado el gobierno.
https://amp.elmundo.es/economia/empresas/2018/06/05/5b166cf722601d52258b45f3.html
El BOE anuncia nuevas subenciones sindicales millonarias.
El 7 de junio los sindicatos que sostienen el sistema anuncian que no exigirán la derogación de la reforma laboral.
https://www.elconfidencialdigital.com/articulo/dinero/sindicatos-oxigeno-Sanchez-exigiran-derogacion/20180606181924112774.html
La explotación del trabajo infantil aumenta en la industria tabacalera
Una investigación de The Guardian ha revelado que el trabajo infantil abunda en la industria tabacalera y está en aumento en países pobres, a pesar de que las empresas multimillonarias aseguren que están trabajando en el tema.
Pruebas encontradas en tres continentes demuestran que niños de 14 años y aún menores no van a la escuela y trabajan en condiciones difíciles y a veces incluso sufriendo daño físico para producir la hoja de tabaco que rellena los cigarros que luego se venden en Estados Unidos y Europa.
Las familias están atrapadas en círculos de pobreza generacional, mientras que los salarios en la cima de la industria ascienden a millones de dólares al año. Las empresas dicen que supervisan el trabajo infantil y que retiran a los niños de los campos para que vayan a la escuela, pero los expertos han dicho a The Guardian que el número de niños trabajando está aumentando, no disminuyendo, mientras crece el cultivo de tabaco en África y Asia.
Los niños sufren consecuencias de por vida: "Quería ser enfermera", afirma una niña malauí de 14 años que se pasa el día en el campo bajo el sol abrasador, trabajando con una pesada azada.
Las familias creen que no tienen más opción que utilizar a sus hijos como mano de obra no remunerada. Muchos están endeudados con los dueños de la tierra y los arrendadores, y deben permanecer en los campos de una temporada a la otra, incapaces de romper el círculo de pobreza.
"No se está tomando ninguna medida efectiva para revertir este escenario", dijo Vera Da Costa e Silva, jefa de la Secretaría del Convenio Marco de la OMS para el Control del Tabaco, un organismo clave que se enfrenta a una industria que mata más de siete millones de personas al año. "Lo que sucede es que los campos de cultivo de tabaco concede altos beneficios a la industria pero muy poco dinero a los trabajadores rurales".
Las empresas tabacaleras aseguran que están haciendo todo lo posible por acabar con la explotación infantil.
Silva destaca que las empresas multinacionales tienen una responsabilidad directa por este escándalo. "La responsabilidad que tienen es doble: por un lado la responsabilidad por el trabajo infantil y por otro la de hacer que los niños trabajen manipulando un producto letal que acaba por afectarles".
Silva dice que en 2011 había unos 1,3 millones de niños al año trabajando en los cultivos de tabaco, y que –según la Organización Internacional del Trabajo (OIT)– el número ha ido en aumento al trasladarse el cultivo de países en mejor situación económica a países más pobres. Entre 2000 y 2013, el cultivo de tabaco disminuyó en países como Brasil, Turquía y Estados Unidos –afirmó un informe de la OIT de febrero de 2017–, pero ha aumentado en otros, como Argentina, India y Zimbabue.
Dado que el trabajo rural infantil es más común en países pobres, el informe de la OIT afirma: "Este cambio en la producción puede haber resultado en un aumento del trabajo infantil y en un mayor déficit de empleo decente en la producción de tabaco. Aunque no existe una estimación del número de niños trabajando en la industria tabacalera a nivel mundial, los sondeos indican que en las comunidades tabacaleras pobres, el trabajo infantil está fuera de control".
Los puntos negros
En Malaui: padres que trabajan en el cultivo del tabaco y viven en extrema pobreza no dejan que sus hijos asistan a la escuela para que ayuden en la cosecha de las hojas de tabaco. Algunas familias que viven en chozas de paja no reciben ningún pago durante 10 meses, hasta que la cosecha de tabaco se vende. Viven con un cubo de maíz a la semana que les dan los arrendadores y para reunir el dinero para molerlo deben trabajar además en otros campos, algo en lo que también participan los niños.
En México: The Guardian vio niños trabajando en siete de las diez plantaciones de tabaco que visitó en marzo en la región de Nayarit, a pesar de los avances que han hecho tanto la industria como el Gobierno para combatir el problema y asegurarse de que los niños vayan a la escuela.
En Indonesia: The Guardian visitó comunidades cultivadores de tabaco en Lombok y conversó con niños trabajadores, incluido un niño de 14 años que afirmó tener problemas respiratorios que su familia atribuye a su trabajo en los campos de tabaco.
El Departamento de Trabajo de Estados Unidos elaboró una lista de 16 países donde suponen que hay niños trabajando en el cultivo de tabaco. Organizaciones de derechos humanos incluida Human Rights Watch han documentado el trabajo infantil en el cultivo de tabaco en Bangladesh, Kazajistán, Indonesia, Brasil y más recientemente en Zimbabue.
Los expertos afirman que los bajísimos salarios que se pagan a los trabajadores rurales en países como Malaui hacen que el trabajo infantil sea inevitable.
Las empresas tabacaleras BAT y JTI aseguran que es aceptable que niños de entre 13 y 15 años realicen en el campo tareas livianas siempre que no afecten a su salud ni su acceso a la educación. Sin embargo, los activistas dicen que no deberían estar en contacto con el tabaco hasta los 18 años.
El ingreso promedio de un trabajador rural en Kasunga, una de las mayores regiones tabacaleras de Malaui, es de 223.710 kwacha (unos 325 euros) por 10 meses de trabajo, según un estudio realizado en 2017 por el Centro por el Interés Social, una ONG de Malaui.
Se estima que cada kilo de tabaco rinde para 1.200 cigarrillos. El año pasado, los trabajadores rurales de Kasunga ganaron 200 kwacha (0,25 euros) por kilo una vez que se vendió la cosecha.
Los trabajadores rurales son el eslabón más pequeño de la cadena alimenticia tabacalera. Acceden a trabajar durante un año para un arrendador que tiene un contrato y tiene la tierra, sea ésta de su propiedad o alquilada. Ese contrato es con una de las grandes empresas que compran hoja de tabaco –Alliance One, Universal (que el Malaui es conocida como Limbe Leaf) o Japan Tobacco International (JTI).
Las empresas que compran la hoja de tabaco acuerdan comprarle a los arrendadores con quienes tienen contrato y a cambio proveen las semillas, los fertilizantes, los pesticidas y las herramientas. Estas empresas dicen que les aclaran que no deben trabajar niños. Alliance One aseguró que una de los "principales prioridades" es la eliminación del trabajo infantil y afirmó estar comprometida a luchar contra el trabajo infantil.
Las empresas que compran la hoja de tabaco cumplen órdenes de las productoras de cigarrillos: British American Tobacco, Philip Morris y Japan Tobacco.
Principal problema, los salarios
Las grandes empresas tabacaleras tienen sus propios programas de responsabilidad social empresarial. Dicen que supervisan el trabajo infantil y que construyen pozos y escuelas. Sin embargo, Marty Otanez, profesor de la Universidad de Colorado en Denver, un antropólogo que hace muchos años que estudia el cultivo de tabaco en Malaui, indica que los proyectos de bienestar social han "demostrado cierta buena voluntad por parte de las empresas tabacaleras para hacerse cargo de algunos de los problemas, pero evitan encarar temas más difíciles como el precio de la hoja de tabaco y los salarios".
Las cuatro mayores empresas tabacaleras dicen que están haciendo todo lo que pueden. "BAT se toma muy en serio el trabajo infantil y está de acuerdo en que los niños nunca deben ser explotados, expuestos a situaciones de peligro o impedirles el acceso a la educación", afirmó un portavoz. "Nosotros no empleamos a niños en ninguna de nuestras operaciones en ningún país del mundo y les dejamos claro a nuestros agricultores y proveedores que no toleraremos la explotación infantil". Imperial Tobacco afirma: "El trabajo infantil es inaceptable y hacemos todo nuestro esfuerzo para que no haya trabajo infantil en nuestra cadena de suministro".
PMI dice que el trabajo infantil es una realidad inaceptable. "Estamos comprometidos a eliminar el trabajo infantil y otras formas de abuso laboral en todos los lugares donde producimos tabaco", afirmó Miguel Coleta, director de sostenibilidad de la empresa. "Hemos trabajado para atacar las raíces del problema del trabajo infantil y hemos logrado una reducción mundial de los incidentes de trabajo infantil en las tierras con las que tenemos contrato. Agradecemos la supervisión continuada de nuestros esfuerzos y reconocemos que no podemos vencer nosotros solos. Esto requiere esfuerzos serios y a largo plazo por parte de todas las partes interesadas, incluidos el Gobierno y la sociedad civil".
JTI también afirmó que el trabajo infantil es endémico en el mundo rural, pero que han logrado reducirlo en las zonas donde contratan a los trabajadores de forma directa. "La realidad es que el trabajo infantil surge de una combinación de factores sociales, económicos y normativos. En JTI, no fingimos que somos capaces de resolver nosotros solos el problema del trabajo infantil, pero estamos haciendo todo lo posible desde nuestro lugar para solucionarlo, trabajando en colaboración con otros", declaró la empresa.
Traducido por Lucía Balducci
Contra el trabajo
A propósito del 1 de Mayo y el 8 de Marzo
Hoy la mayoría de los explotados y explotadas vivimos la explotación de forma natural, parecería que la explotación y la opresión siempre hayan existido, que no pueda existir otra forma de vivir, de relacionarnos entre seres humanos. Vivimos nuestras desgracias como un destino terrible que nos ha tocado vivir. Eso hace que, actualmente, busquemos las soluciones en algo ajeno a nosotros mismos (las promesas de políticos o sindicalistas, la autoayuda, la secta de moda, el psiquiátra…).
Nadie o casi nadie se atreve a día de hoy a hablar de revolución, de transformación radical… a lo sumo se aspira a la consecución de pequeñas reformas o a la solución de tal o cual problema particular, al reconocimiento de alguna identidad ya sea nacional o de cualquier otro tipo. Nosotros, como explotados y oprimidos, no queremos que se reconozca nuestra identidad como trabajadores, queremos dejar de serlo, negar lo que nos niega. Hablar de revolución puede sonar extremista o utópico (y fuera de moda), sin embargo, extrema es la violencia que sufrimos cada día, extrema es la amenaza que pesa más y más cada día sobre la vida misma. La guerra contra la vida, conflicto que no tiene fronteras, y sea cual sea el punto del capitalismo en que vivamos, en cualquier lugar del mundo en que nos encontremos, por mucho que nos digan lo privilegiados o lo desafortunados que somos, todos y todas estamos heridos y marcados por ella. Lo utópico es pensar que esta catástrofe, este absurdo vital cotidiano pueda solucionarse con pequeños parches que solo sirven para continuar apuntalando este sistema.
Han hecho falta siglos de represión y de violencia para que los explotados y explotadas aceptemos sin más la explotación. Desde los cercamientos de tierras y el ordenamiento del trabajo reproductivo históricamente feminizado a la parcelación de nuestras vidas según horarios y obligaciones, nos lo han quitado todo: los lazos que nos permitían sentir en común, los medios para hacernos cargo de nuestras necesidades y responsabilidades. Nos han convertido en sumisas, en personas dependientes, sin sueños, encadenadas a insoportables rutinas de extenuación física y psicológica, de explotación, de aislamiento, de consumo y de obediencia.
Recientemente hemos asistido a una nueva conmemoración del Primero de Mayo, la festividad del trabajo. Que con el paso del tiempo este evento (como ha pasado también con tantos otros) haya sido despojado totalmente de su contenido, se haya convertido (por lo general) en una farsa, en un ritual vacío y aburrido, en una ofrenda a la servidumbre voluntaria, no debemos olvidar lo que está en el origen de su conmemoración: la lucha por la revolución social, la lucha contra el trabajo, el antagonismo con lo existente.
Ha pasado más de un siglo desde aquellos sucesos de 1886. Se argumentará que han cambiado mucho las cosas, pero lo cierto es que no han cambiado para nada en lo fundamental: seguimos perdiendo nuestras vidas trabajando, camino del puesto de trabajo, reponiendo nuestras energías para volver a la carga, buscando trabajo o formándonos para el trabajo. Si se ha conseguido que hablar de trabajo equivalga a hablar de actividad es gracias al triunfo de la ideología dominante; muestra hasta qué punto hemos interiorizado el lenguaje del amo. Sin embargo, “trabajo” es la forma que ha adquirido la actividad humana en el capitalismo, una forma que vuelve al ser humano mercancía y lo obliga a relacionarse con el resto de personas y de las cosas a través de mercancías. Pensemos que incluso nuestras relaciones más íntimas con otros individuos se conciben tambien de una forma muy similar al trabajo, como un intercambio de intereses.
Pese a las diversas alucinaciones cibernéticas o de otro tipo, el trabajo sigue siendo central en la sociedad capitalista. Es central para el Capital porque de él depende. El capitalismo necesita ponernos a trabajar para crear valor, su más valioso combustible. A los proletarios se nos obliga a vender nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir: nuestra actividad humana está secuestrada por la economía, que la separa de nosotros. Esto nos hace olvidar que de hecho somos nosotros los que reproducimos este mundo. El Capital es un monstruo hecho por el ser humano, y no un misterioso fantasma que flota sobre nuestras cabezas, fuera de nuestro alcance. La creencia generalizada de que las personas no pueden cambiar el mundo tiene su origen en esta separación. La sensación de sinsentido y la apatía también pueden rastrearse en el hecho de que nuestra actividad está separada de nosotros y vuelta en nuestra contra como una fuerza extraña.
Los hechos aparentemente más normales: que cada cual no disponga más que de su fuerza de trabajo; que, para vivir, deba venderla a una empresa, que todo sea mercancía, que las relaciones sociales giren alrededor del intercambio, todo esto no es de hecho más que el resultado de un proceso violento y prolongado.
Hoy la sociedad, por su enseñanza, su vida ideológica y política, enmascara las relaciones de fuerza y la violencia pasada y presente sobre la que se ha establecido esta situación. Disimula a la vez su origen y el mecanismo de su funcionamiento. Todo aparece como el resultado de un contrato libre en que el individuo, portador y vendedor de su fuerza de trabajo, encuentra la empresa. La existencia de la mercancía es presentada como el fenómeno más cómodo y natural posible.
Esta sociedad mercantil generalizada esconde que tuvo un inicio para ocultar que puede tener un final. El trabajo tal como lo conocemos, el valor, la mercancía, el Capital… son procesos recientes teniendo en cuenta la larga historia del ser humano sobre la Tierra.
El trabajo no sólo aparece como algo natural, sino incluso como algo que dignifica a quien lo realiza, pero quienes sufrimos la explotación (cuando no estamos completamente alienados y el trabajo se ha convertido en nuestra vida), sabemos que no es así. Para quienes lo sufrimos es en realidad una tortura, y no es casualidad que el origen etimológico de la palabra venga precisamente del tormento. Sabemos que el trabajo nos machaca, nos destroza el cuerpo y la mente hasta convertirnos en seres pasivos y obedientes. El trabajo es imposición, es actividad forzada. Lo peor de todo es que no se limita al marco de la empresa: desde que suena el despertador comienza la angustia, el transporte hacia el trabajo es muchas veces otra tortura añadida… es toda nuestra vida la que vendemos al trabajo.
Esto se ve claro también en la forma en que la medicina funciona, no para sanar, sino para que podamos seguir trabajando. ¿Cuántas compañeras se hinchan de ibuprofenos y otras mierdas para poder volver a trabajar después de una jornada que nos ha dejado dolores por todo el cuerpo?¡Cuánto dolor provocan estas condiciones de explotación que se intentan tapar con psicofármacos! ¡Cuánto dolor y sufrimiento cuando no se tiene la posibilidad de trabajar, puesto que nuestra supervivencia e incluso el “derecho” a vivir dependen del trabajo! ¡Cuánta misería no sólo material, sino de todo tipo provocan estas relaciones sociales de mierda! Eso por no hablar de las muertes y accidentes en el trabajo o camino al mismo, ni de cuántos de los suicidios están directa o indirectamente relacionados con el trabajo. A este conteo de cadáveres se debe añadir las víctimas de la contaminación y la adicción al alcohol y drogas inducida por el trabajo. Tanto el cáncer como las enfermedades cardíacas son aflicciones modernas cuyo orígen se puede rastrear, directa o indirectamente, hacia el trabajo. La destrucción del planeta, las incesantes guerras, que obligan a millones de personas a desplazarse arriesgando sus vidas, no se pueden separar tampoco del trabajo.
Cuando hablamos de abolir el trabajo no estamos defendiendo el ocio mercantil: el tiempo libre existe porque el tiempo de trabajo lo define, no se puede en ningún caso contraponer las dos esferas. El tiempo libre es “ausencia” de “trabajo” por el bien del trabajo. El tiempo libre es tiempo gastado en recobrarse del trabajo, en un frenético y angustioso (pero inútil) intento de olvidarse del trabajo.
La resistencia al trabajo es una forma de recuperar parte de la “humanidad” de la que nos priva el trabajo: por lo tanto, hace que nuestra jornada laboral sea menos alienante. Lejos de la cantinela moralizante con la que cada uno solemos justificar nuestras acciones en este sentido, la mayoría de la peña huye del trabajo como de la peste, trabaja a desgana, roba material o pequeños instantes a la tarea, se escaquea… Actitudes que por sí solas no son panacea de nada ni el banderín de enganche de la nueva revolución, pero que son hechos reales de resistencia al Capital, actitudes que señalan que no todo está perdido.
Todo esto que tratamos de explicar no quiere apuntar a que simplemente dejemos de trabajar mañana para comenzar a vivir: uno puede buscarse la vida para trabajar lo menos posible o incluso robar, saquear… y esto está bien, pero no resuelve el problema. El trabajo es un mal social, abolir el trabajo significa abolir las relaciones sociales capitalistas.
Nos venden que la culpa es de tal o cual gobierno, de la forma de distribuir los beneficios, como si esto fueran algunos pequeños defectos que pudieran corregirse, cuando son por el contrario esenciales al capitalismo.
Entonces, si hoy tenemos trabajo tenemos que estar agradecidos, y si no lo tenemos, el único horizonte posible es reclamar el derecho al trabajo, o mejores servicios sociales.
Los políticos de cualquier color prometen trabajo para todo el mundo, como si eso fuera posible, ¡por no hablar de si es deseable! Políticos y sindicalistas se han esforzado a lo largo de la historia por imponer a los proletarios más decididos programas de reformas, para canalizar las reivindicaciones hacia peticiones que no pongan en cuestión la raíz de todos esos problemas. ¡Hablan de “derecho al trabajo”! Si el trabajo fuera algo bueno, los ricos se lo hubieran guardado para ellos.
El trabajo es nuestra actividad separada de nosotros, convertida en algo que alimenta a la economía y nos domina. Y este proceso puede cambiarse porque somos nosotros los que lo alimentamos.
y la opresión patriarcal?
Poner en cuestión el trabajo, la explotación, significa poner en cuestión el capitalismo, significa poner en cuestión una relación social que es totalitaria y abarca todos los aspectos de nuestra existencia. Significa poner en cuestión el progreso, la democracia, el Estado y todas las categorías que nos separan y nos reducen a objetos. Significa luchar contra todas las separaciones.
Por eso queremos compartir aquí algunas reflexiones en torno a la opresión de las mujeres y sobre el paro que tuvo lugar el pasado 8 de marzo. Reflexiones que no pretenden cerrar el tema, sino que son una contribución a la necesidad de transformar esta realidad.
La violencia y la opresión que sufrimos las mujeres no se puede entender de forma aislada de todo esto. Y si bien no es lo mismo ser un adulto explotado en Suecia que un niño en una fábrica en China, ni una proletaria en Europa que una en una fabrica de bebés en la India; si bien, mujeres y hombres, niños y niñas, adultos o ancianos, blancos o negros, europeos o migrantes no vivimos exactamente las mismas condiciones de opresión y explotación, esto no debe hacernos olvidar que es la misma relación social capitalista la raíz de todas esas situaciones.
No vivimos en un mundo de dominaciones, donde el capitalismo sería una entre tantas… La acumulación de Capital es el corazón de nuestro mundo. La doble necesidad que tiene el proletario de venderse y el burgués de extraer el mayor valor posible de la fuerza de trabajo que ha comprado, esta doble necesidad no lo explica todo, pero sin ella no se puede entender nada.
Si bien el patriarcado es anterior al capitalismo, al contrario de lo que se suele entender, la dominación masculina no desaparece con el progreso sino que se intensifica con él. Es con el desarrollo del capitalismo cuando se intensifica la opresión específica sobre las mujeres, al mismo tiempo que se intensifica la violencia contra la vida en general. El capital subsume, y esto quiere decir que lo hace parte de su ser, las relaciones de dominación basadas en el sexo. De hecho, mientras se siga identificando la dominación masculina con algo atrasado que se solucionaría con el progreso, no seremos capaces de ver hasta qué punto el progreso es nocivo para la especie humana en general. Si las religiones tienen un papel importantísimo en el desarrollo de la subordinación de las mujeres, y en general de la explotación y de la dominación, ya desde los inicios del capitalismo la razón y el progreso se hicieron cargo de dar un fundamento de religiosidad científica a la supuesta inferioridad femenina. El progreso ha traído muchos avances en estas materias: así, actualmente los abortos selectivos de niñas son habituales en algunos países como China, y mujeres encerradas en fábricas de bebés en la India producen niños y niñas que se venden en el mercado gracias a las virtudes de la ciencia.
Si el espirítu racionalista soñaba (y sueña) con un mundo en que las mujeres y los hombres fueran iguales e intercambiables, es en tanto que necesitó explotarlos a ambos por igual, igualarlos en tanto que mercancía fuerza de trabajo. Sin embargo, como esto no siempre es posible en tanto que las mujeres son las que pueden parir, la familia se convirtió en pilar fundamental de la producción y la reproducción de las relaciones capitalistas y del Estado; según el momento histórico y las necesidades del Capital se exaltó bién al ángel del hogar o bien a la mujer ruda capaz de cargar con un martillo neumático, como en el mítico cartel: We can do it! Y sí, ha quedado demostrado, ¡podemos hacerlo! Incluso podemos hacerlo a tiempo parcial mientras seguimos asumiendo las tareas de reproducción, o incluso a jornada completa haciendo malabarismos, o asalariando a otros probablemente mujeres, seguramente migrantes que vienen, no por casualidad, a sustituir a otras mujeres en esa tarea, o que provéen de fuerza de trabajo más barata desde sus lugares de origen para suplir la falta de nacimientos, sea por imposibilidad (es decir, imposición); o por decisión surgida como rechazo a ese tipo particular de explotación.
La verdadera pregunta es si queremos ser tenidas en cuenta en la misma medida que los hombres, igualadas en el mercado, en un sistema que nos roba la vida y hace que nos relacionemos como objetos. Probablemente las burguesas sí deséen ser iguales a los varones de su clase, pero para las proletarias, como ya algunas compañeras teorizaron al calor de las luchas de los años 60-70 en Italia, la autonomía salarial es ser individuo para el capital, no menos en el caso de las mujeres que en el de los hombres. Quienes pretenden que la liberación de la mujer proletaria estriba en la posibilidad de encontrar trabajo fuera de casa, no están descubriendo más que una parte del problema, no la solución. La esclavitud en la cadena de montaje no es ninguna liberación de la esclavitud del fregadero de la cocina. Las mujeres deben redescubrir por completo sus posibilidades, que no son ni hacer calceta ni ser capitán de altura.
La misma crítica del trabajo que hemos estado apuntando es aplicable al trabajo doméstico de las mujeres. Si afirmamos que es trabajo y que es explotación es porque queremos liberarnos de esa esclavitud a la que se nos ha condenado históricamente. Sin embargo, no queda muy claro en algunos eslóganes, que más bien lo exaltan como algo positivo. Si históricamente el obrerismo y gran parte de quienes se dijeron revolucionarios exaltaron el trabajo en la fábrica, afirmaron la identidad obrera masculina (y musculada) como algo positivo, no podemos seguir cometiendo el mismo error. Entonces, si decimos “¡Eh! ¡Que nosotras también estamos siendo explotadas y en muchas ocasiones fuera y dentro del hogar!”, que sea para luchar por acabar con la explotación porque, ¿para qué nos sirve el reconocimiento? ¿El reconocimiento de quién?
Desde sus inicios, el capitalismo se encontró con una contradicción: necesita explotar a las mujeres como reproductoras de la fuerza de trabajo pero también, en ocasiones y según las necesidades del mercado, en el trabajo asalariado. Esta contradicción se ha ido salvando de diversas maneras, con la incorporación de mujeres en el mercado laboral, susituyendo a éstas por el trabajo de personas migrantes, mediante las dobles jornadas, asumiendo el Estado una parte de estas tareas en el llamado “Estado del bienestar”, etc. En períodos de crisis como el que vivimos, al igual que otras, éstas contradicciones se agudizan. Y si bien esta contradicción es insalvable para el capitalismo, y por ello no se puede poner fin a la opresión sobre las mujeres bajo el reinado del Capital, no es insalvable para los explotados y las explotadas si luchamos para dejar de serlo, y no para continuar reproduciendo este sistema.
Para los obreristas y muchos de los que se proclamaron revolucionarios, proletario era igual a obrero varón y la revolución consistía en trabajar más. Puesto que defendieron una supuesta revolución que no abolía ni el trabajo ni el valor, defendieron también que el trabajo liberaría a las mujeres. Los proletarios no pueden hacer de su rol una herramienta para emanciparse, porque este papel les es dado por el Capital. Así pues, su única arma radical es su potencial negativo: los proletarios sólo pueden ganar luchando contra sí mismos, es decir, contra lo que son forzados a hacer y ser como productores. Y esto es impensable si no negamos al mismo tiempo lo que somos forzados a hacer y ser en función de nuestro sexo en beneficio del Capital y del Estado.
El problema de muchos de los debates y problemas que están surgiendo también al interior del feminismo, por ejemplo, en torno al tema de la prostitución, parte también de la falta de reapropiación de esta crítica del trabajo que ha elaborado nuestra clase en su conjunto, de todas las razas y de ambos sexos, a base de derrotas. Se debate acerca de si la prostitución es un trabajo o no lo es, partiendo unas del trabajo como algo positivo y reivindicable y otras de negarlo como trabajo en base a que se considera algo degradante, cuando el trabajo es sinónimo de degradación. Y si bien hay trabajos más degradantes que otros, esto no puede hacernos perder de vista (como ya hemos desarrollado) que lo necesario es abolir todos los trabajos. La clave para acabar con estas falsas dicotomías es la crítica del trabajo como prostitución.
Tampoco se puede esperar ninguna tranformación social pidiendo al Estado, que sólo puede poner parches a los problemas que él mismo genera. Este sistema se nos presenta como fragmentado, pero no se puede separar el Estado del Capital, ni de las relaciones patriarcales. Son parte de una totalidad. Entonces, cuando pedimos al Estado, por ejemplo, una educación no sexista, ¿no estamos pidiendo peras al olmo? ¡Como si la escuela pudiera ser una burbuja que no fuese penetrada por el resto de relaciones que la rodean, como si no fuese un pilar para sostener estas relaciones, para deformarnos como futuros explotados y explotadas serviles a este sistema que es en sí sexista!
El 8M se pudo escuchar también algo distinto a la mayoritaria atmósfera de recuperación estatal, una consigna brutal, hermosa y potente: yo sí te creo. Se alzaban miles de voces para decir: tranquila, hermana, aquí está tu manada. Y ahí, en esas voces cargadas de rabia y de dolor encontramos una fuerza distinta, distinta porque parte de una solidaridad directa por fuera y contra el Estado.
Necesitamos urgentemente dejar de ser violadas, golpeadas, tratadas como cuerpos-objetos y queremos luchar contra ello en lo inmediato. Pero necesitamos urgentemente superar de raíz este estado de cosas, por eso no podemos esperar que las mismas instituciones que son el origen de estos problemas nos aporten las soluciones. Por eso necesitamos tejer lazos por fuera y contra del Estado y de la política, para apoyarnos y defendernos de las agresiones, pero también para profundizar en el contenido de las luchas, y que éstas no sean recuperadas de forma que terminemos remando en contra de nuestra propia emancipación.
No se trata de esperar a un mañana revolucionario que llegará del cielo dentro de 500 años, se trata de lo que hacemos hoy para luchar contra estas condiciones que nos ha tocado vivir. Es necesario también luchar contra esa separación entre nuestras necesidades inmediatas y la urgente necesidad de revolución social. El Estado va a tratar siempre de canalizar todas las luchas que surgen de nuestras necesidades hacia reformas, que no hacen más que perpetuar el problema, y todo lo que hacemos ahora va en una u otra dirección.
No queremos cadenas más largas, queremos destruir este mundo que nos aprisiona. Y sólo mientras luchamos por destruirlo podremos generar unas relaciones humanas que no nos dañen, eso sí con mucha lucha de por medio, pero mejor eso que la pasividad y el aislamiento, mejor eso que seguir reproduciendo la enorme suciedad que es esta sociedad.
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La fábrica de la infelicidad
"La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y movimiento global" (2003). Autor: Franco Berardi Bifo. Editorial: Traficante de Sueños.
Link de descarga:
https://drive.google.com/file/d/1EpHTE_kG-RRfvlQZAE8foFMUUhaXD324/view?usp=sharing
Resumen:
La fábrica de la infelicidad como realidad, nada virtual, de un cuerpo social hiperexplotado, estresado, reducido por la estrategia belicista que adoptan hoy los poderes mundiales. Los acontecimientos jalonados, de forma privilegiada, por la crisis de la nueva economía digital a partir de la primavera del año 2011, los atentados del 11 de septiembre y la guerra de Irak tienen como elemento común la quiebra de la promesa de "felicidad" (trabajos interesantes y creativos, expectativa de beneficios inmediatos, euforia bursátil) que se había ofrecido a los trabajadores del conocimiento, la fuerza motriz del último ciclo de crecimiento económico. Por el contrario, la crisis descubre una realidad marcada por nuevas formas de neurosis: el pánico, como colapso subjetivo frente a la hiperestimulación contenida en el trabajo digital y en la vida en las grandes ciudades; la depresión, la anestesia neuronal, ante la crisis de sentido derivada de la prolongación de situaciones sometidas a un altísimo estrés. La crisis se describe,a sí también, como crisis de la subjetividad, crisis psíquica a un tiempo que social y económica. En palabras del propio Bifo: "Este libro se propone señalar y cartografiar un nuevo campo disciplinar que se encuentra en la intersección de la economía, la tecnología comunicativa y la psicoquímica. Una cartografía de este nuevo campo disciplinar es imprescindible si queremos describir y comprender el proceso de producción del capital y la producción de subjetividad social en la época que sigue a la modernidad industrial mecánica y, por tanto, si queremos elaborar estrategias de sustracción"
Segunda puñalada al nacionalismo
Ya disponible la segunda parte de esta colección recopilatoria de textos anarquistas contra el nacionalismo. En el segundor número, podéis encontrar los siguientes textos:
-Cartas contra el patriotismo de los burgueses
-Patriotismo, una amenaza para la libertad
-Perplejidades intempestivas
-Ningún Estado nos hará libres
-Comunicado anarquista para los que apoyan
al Congreso Nacional Indígena
-Destruye las barreras
Podéis descargar el PDF http://contramadriz.espivblogs.net/files/2018/02/segunda-puñalada-al-nacionalismoFIN3.pdf o encontrarlo en distribuidoras, locales y centros sociales de diversos puntos del Estado. Su precio de venta al público es de 2 euros, siendo 1,5 el precio de venta a distribuidoras. Para realizar pedidos (o mandar propuestas de textos para futuros números) escribir al siguiente correo: grupotension@inventati.org
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