El 31% de las 2.059 personas sin hogar de Madrid tiene trabajo y 59% estudios superiores


Un 31,4% de las 2.059 personas sin hogar contabilizados en Madrid tienen trabajo mientras que el 58,9% cuenta con estudios superiores, según el último recuento de personas sin hogar de Madrid, realizado el pasado 15 de diciembre, del que ha dado cuenta este martes la delegada de Equidad, Derechos Sociales y Empleo, Marta Higueras, en la comisión del ramo y que recoge Europa Press. 

Un 42% de las personas sin hogar ha sido víctima de agresiones en la calle, recoge el informe del que ha dado cuenta la delegada de Equidad, Derechos Sociales y Empleo, Marta Higueras, sobre el último recuento de personas sin hogar de Madrid, realizado el pasado 15 de diciembre.




Ha dado un resultado total de 2.059 casos, en los que en un 63 por ciento se han visto obligados a dormir en la calle por la falta de trabajo y en el 13,4 por ciento por la falta de papeles. La falta de dinero es la segunda razón para acabar durmiendo en la calle (26,1%), seguido por los papeles, una ruptura afectiva (11,8%), el alcohol (7,6%), como opción voluntaria (6,7%), por enfermedad (2,5%) o por drogas (1,7%).

De las 2.059 personas, 414 de ellas (20%) han sido alojadas en pisos; 1.121 (54%) en centros y 524 personas fueron detectadas en calle (26%). Las personas sin hogar se concentran en Centro (34,7%), Arganzuela (13,4%), Moncloa-Aravaca (10,5%), Chamberí (10,2%), Salamanca (8,8%) o Chamartín (6,2%).

La mayoría son hombres (71%), de entre 40 a 49 años (33,6%). No se registró a nadie menor de 20 años pero sí un 14,7 por ciento tienen más de 60 años. Un 7,8 por ciento tienen entre 20 y 29 años. La mayoría (52,5%) son solteros. Un 24 por ciento están casados, un 12 por ciento divorciados. El 58,9 por ciento tienen estudios superiores.

El 36 por ciento son españoles. El resto se reparte entre rumanos (39,6%), marroquíes (13,2%) y otras nacionalidades como búlgaros, polacos, rusos, ucranianos, serbios, nigerianos, ecutorianos, brasileños...

El 18,8% está apuntado en el INEM. El 42% obtiene sus ingresos pidiendo en la calle frente al 20%, que lo hace de su trabajo. La renta mínima provee de recursos en el 14 por ciento de los casos o las ayudas a la discapacidad en el 6% de los casos. 

Otras fuentes de financiación son amigos (4%), la seguridad social (4%), familiares (3%), pensión de vejez (2%) y seguro de paro (1%).




La UE intenta frenar los daños colaterales de un mundo lleno de trabajadores-robot



Los vehículos sin conductor y los drones ya han modificado nuestro entorno. Son dos ejemplos palpables de la rapidez con que está avanzando la revolución tecnológica de los robots. Máquinas capaces de aprender por sí mismas, interactuar con las personas y actuar en consecuencia. Hasta dónde llegará este desarrollo "nadie lo sabe", dice Tony Belpaeme, profesor de robótica de la Universidad de Plymouth.






Pensar en replicantes como los de "Blade Runner" sigue siendo todavía ciencia ficción, ver algo así "llevará tiempo", explica. Pero cada vez "encontraremos más inteligencia artificial en ambientes digitales o en espacios físicos delimitados, como las fábricas", avisa.



Esta realidad ha llegado sin que apenas esté regulada y para abordar los retos que plantea, el Parlamento Europeo ha iniciado un debate con varias ideas para ver qué normas se deben aprobar. Todas ellas están recogidas en un informe que se ha aprobado este jueves tras más de un año de trabajo.


Ninguna de las ideas pretende ser una solución definitiva. “No tengo respuestas”, reconoce Mady Delvaux, la eurodiputada que lo ha dirigido, porque “somos los primeros que nos ocupamos de este tema”. Pero pide a la Comisión Europea que utilice el texto como una base para desarrollar leyes dentro de dos años.


Una de las principales preguntas que plantea la Eurocámara es qué impacto tendrán unos robots cada vez más autónomos en el mercado laboral. Quiere saber cuántos trabajos se perderán y cuántos se crearán. Los estudios más alarmistas que se han hecho hasta la fecha, recogidos por la OCDE, estiman que la mitad de los trabajos en Estados Unidos y las economías avanzadas está en riesgo de desaparecer en los próximos 10 o 20 años.


Otros más optimistas reducen la cifra hasta el 12% en países como España, Alemania y Austria y hasta el 6% en Finlandia y Estonia. “No está claro cómo esta tendencia evolucionará en el futuro, porque simultáneamente se están produciendo otros cambios estructurales”, dice la organización en un informe del año pasado. “Es probable que el trabajo se desplace a una velocidad que no se ha visto hasta ahora” y que “los robots provoquen que la redistribución de la riqueza sea más desigual que hoy en día y que los salarios de las personas no cualificadas caigan por debajo del nivel socialmente aceptado”.


Por eso, el informe ha planteado hasta el último momento la posibilidad de establecer una renta básica que compense la falta de trabajo. Una forma de financiarla podría ser a través de impuestos que pagaran las propias máquinas que se quedasen con el empleo, como ya ha propuesto Philip Hamon, el candidato socialista a la presidencia francesa.


Pero la idea tiene sus complicaciones legales, porque como apuntaba el borrador del texto de Delvaux, para lograr que los robots tengan derechos y obligaciones hay que definirlos como “personas electrónicas”. Se añade así un problema ético que ha llevado a los partidos conservadores a votar en contra de la propuesta, impidiendo que salga adelante. Tampoco el grupo liberal era favorable. Como apuntaba la eurodiputada Kaja Kallas, poner impuestos a los robots, “va a frenar su creación” y dañará a las empresas europeas del sector.


La revolución tecnológica también implica grandes avances en “ámbitos como la asistencia sanitaria, las operaciones de salvamento, la educación y la agricultura, permitiendo que los seres humanos dejen de exponerse a condiciones peligrosas”, señala el documento.


Otra de las dudas que surge es saber a quién debe achacársele la responsabilidad en caso de que un robot provoque un accidente: ¿al fabricante o al vendedor? De nuevo, una pregunta sin respuesta, aunque la Eurocámara sí da una recomendación a los ingenieros: “Los robots deben actuar en beneficio del hombre”, señala, emulando las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov.


Luc Steels, científico experto en lenguaje de la robótica y por tanto en la interacción entre hombres y máquinas, cree que hoy puede ser difícil evitar ciertos daños, y más aún poder determinar quién es el responsable. Muchas de las máquinas actuales con inteligencia artificial “se basan en una gran recogida de datos” para “reconocer patrones” que les permitan actuar, pero “no tienen una comprensión real de lo que pasa”.


Culpar al robot, por tanto, parece complicado, así como averiguar la causa del percance, ya que la actuación del robot se basaría en una acumulación de experiencias previas.


En cualquier caso, para solucionar este problema, el Parlamento Europeo propone diseñar los robots con un botón de autodestrucción, que se pudiera apretar en caso necesario. El debate sobre los retos que plantea esta nueva revolución se ha instalado ya a nivel europeo, pues “la política está para organizar la vida de las personas”, dice Delvaux.


Sin embargo, Steels cree que ha ido demasiado lejos, imaginándose una vida con robots humanoides que aún dista mucho de ser realidad. En cambio, considera que es necesario centrarse en la inteligencia artificial que ya existe en el mundo digital. “Buscadores como Google tienen un verdadero impacto, actuando como intermediarios entre las empresas y clientes, a través de algoritmos”.

La verdadera historia de los luditas

La verdadera historia de los luditas: no era tecnofobia, era lucha de clases.

“El trabajador solo respetará la máquina el día que ésta se convierta su amiga, reduciendo su trabajo, y no como en la actualidad, que es su enemiga, quita puestos de trabajo y mata a los trabajadores”

Émile Pouget (1860-1931), anarcosindicalista francés.

Si te opones a la implantación de algún tipo de tecnología por los motivos que sea, eres un ludita que cuestiona el progreso. Al menos es así según la Fundación para la Tecnología de la Información e Innovación de Estados Unidos (ITIF por sus siglas en inglés).

Este ‘lobby’ financiado por grandes compañías tecnológicas como Google, Dell y Microsoft considera la innovación tecnológica “la fuente de progreso económico y social” y desde 2015 otorga los Premios Luditas. Según ITIF, los ‘neoluditas’ buscan “convencer al público y a los políticos de que la innovación tecnológica es algo que debe ser temido y contenido” y quieren un mundo que esté “en gran medida libre de riesgo, innovación o cambios incontrolados”.

Entre los nominados se encuentra quienes buscan prohibir los “robots asesinos”, los que prefieren usar taxis en vez de Uber (aunque los motivos para hacerlo sean numerosos), el gobierno francés por su ‘ley antiAmazon’ que impide a la multinacional vender libros por debajo del precio fijado por la ley y el estado de Nueva York por “ponerse duro con Airbnb y sus anfitriones” porque el 72% de las reservas viola la ley estatal.

Los ganadores del Premio Ludita 2015 fueron Stephen Hawking y Elon Musk (cofundador de Paypal, Tesla y SpaceX) por alertar de los peligros de la inteligencia artificial. ¿Cómo pueden ser considerados Musk y Hawking personas que consideran la innovación de forma negativa? ¿Quiénes fueron los luditas y qué buscaban realmente?



Para comprender quienes fueron realmente los luditas (o ludditas) debemos viajar a la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Una década de guerra contra Napoleón disparó el desempleo, así como los precios de los productos cotidianos.

La clase trabajadora sufría una fuerte crisis económica y los dueños de la potente industria textil del norte de Inglaterra buscaron reducir costes mediante la bajada de los salarios de sus trabajadores y la introducción de nueva maquinaria que suponía prescindir de parte de la mano de obra para obtener un producto más barato pero de peor calidad.

Con los sindicatos prohibidos y perseguidos desde 1800, el movimiento ludita surgió el 11 de marzo de 1811 en Arnold, cerca de Nottingham. Después de ser reprimida por el ejército una protesta que demandaba más trabajo y mejores salarios, esa misma noche una turba destruyó 63 telares automáticos que reemplazaba la fuerza de trabajo de los tejedores.

El movimiento se extendió rápidamente: en las dos semanas siguientes más de cien telares fueron hechos añicos en ataques nocturnos contra la tecnología que amenazaba los puestos de trabajo en los centros textiles del centro y norte de Inglaterra, en pleno corazón de la Revolución Industrial. En noviembre de ese mismo año más máquinas fueron destruidas y varias fábricas ardieron.

Pero el ‘modus operandi’ había cambiado. Ahora los ataques eran precedidos por cartas amenazantes firmadas por Ned Ludd. Cartas como esta:

Nos hemos enterado hace unos días que has comprado máquinas de tundir y si no las haces desaparecer en menos de quince días nosotros las destruiremos; y contigo haremos lo mismo, maldito perro infernal. Y por Dios Todopoderoso destruiremos todas las fábricas que tengan máquinas de tundir, os sacaremos a todos vuestros malditos corazones del pecho y nos mofaremos de los demás, les pegaremos o les haremos lo mismo que a vosotros.

Ludd nunca existió y estuvo inspirado en un supuesto aprendiz que 22 años antes destruyó dos telares tras ser castigado por su jefe. Ned Ludd “encarna el derecho del pobre para ganarse la vida y defender las costumbres de su oficio contra los indecentes depredadores capitalistas, evidencia la fuerte independencia de una comunidad preparada para resistir por sí misma la idea de que las fuerzas del mercado más que los valores morales deben determinar el destino del trabajo”, según el historiador Adrian Randall.

Más de cien telares fueron hechos añicos en ataques nocturnos contra la tecnología que amenazaba los puestos de trabajo en los centros textiles del centro y norte de Inglaterra
La respuesta del Gobierno británico fue implacable. 12.000 soldados se desplegaron para luchar contra los luditas, superando en número a las tropas enviadas a la península ibérica para luchar contra Napoleón. El parlamento aprobó en 1812 una ley que castigaba con pena de muerte la destrucción de máquinas.

Al menos 30 luditas fueron ahorcados y más de 60 fueron desterrados a Australia. Aunque para 1813 el movimiento ludita estaba casi desmantelado, los últimos disturbios atribuibles a los luditas ocurrieron en 1817. Más de mil hilanderías no sobrevivieron a la furia del mítico Ned Ludd. El ‘laissez-faire’ le había ganado la batalla al ludismo.

No es la tecnología, es el capitalismo


Steven E. Jones, profesor de Humanidades 
Digitales en la Universidad del Sur de Florida y estudioso del movimiento ludita

Diversas motivaciones ‘a posteriori’ se han atribuido a los luditas. Para Steven E. Jones, profesor de la Universidad del Sur de Florida y autor del libro ‘Against Technology’ el ludismo original era un “movimiento obrero” que no estaba contra la tecnología ‘per se’. “De hecho eran usuarios de la tecnologías que solo querían un salario justo por su trabajo y no ser dejados fuera de servicio por los dueños de la industria”, explica Jones.

“No estaban opuestos filosóficamente a la tecnología con mayúscula. Consideraban la maquinaría parte de su propio ambiente y querían mantener el control sobre él, de la misma forma que su ‘gremio’ lo había deseado mantener durante generaciones”. Los destructores de máquinas, según la historiadora Maxine Berg, “criticaban la rápida introducción de nuevas técnicas en situaciones que daban como resultado inmediato el desempleo tecnológico”.

Por su parte, el historiador David F. Noble defiende en su libro ‘Una visión diferente del progreso: En defensa del ludismo’ que los análisis que se hicieron del ludismo “constituyeron un esfuerzo ‘post hoc’ para negar legitimidad y racionalidad” al movimiento “con el fin de garantizar el triunfo del capitalismo”

David F.Noble, historiador y autor del libro
‘Una visión diferente del progreso: En defensa del ludismo'

Frente al mito de que se oponían al progreso tecnológico, Noble argumenta que ni creían ni podían creer en él “dado que se trataba de una idea extraña a ellos que fue inventada después para intentar prevenir su reaparición. A la luz de esta invención, los luditas fueron tratados como irracionales, provincianos, inútiles y primitivos. En realidad, los luditas fueron quizás los últimos que en Occidente percibieron la tecnología en su presente concreto, y actuaron consecuentemente”.

Pero el ludismo no fue igual en todas las zonas de Inglaterra. En la zona de Nottingham y Leicester “no había nueva tecnología a la que oponerse pero los luditas protestaron destruyendo máquinas más que atacando físicamente a los patrones”, explica Kevin Binfield, autor del libro ‘Writing of the Luddites’ y profesor de la Universidad de Murray State.

En Yorkshire “dos máquinas inventadas aunque prohibidas hace dos siglos estaban siendo implantadas en las fábricas específicamente para reemplazar a los cosechadores altamente cualificados y con buenos salarios. Las máquinas reducían la mano de obra necesaria mientras que en otras regiones luditas los patrones reemplazaban principalmente a los trabajadores bien remunerados por otros mal pagados”, detalla Binfield.

“Solo en Yorkshire puede decirse que los luditas se oponían realmente al uso de la tecnología en sí mismo, ya que esas máquinas estaban reemplazando a los trabajadores”. Para el imaginario colectivo los luditas fueron asociados con la variedad violenta de Yorkshire “porque fue mucho más simple, más directo y más violento” que en otras regiones, arguye el historiador.


Aunque se hayan llevado la fama, los luditas tampoco fueron pioneros en eso de destrozar máquinas. Desde el siglo XVIII hay registrados en Inglaterra disturbios en los que se atacaron los medios de producción como forma de “negociación colectiva” según el historiador marxista Eric Hobsbawn. En su opinión los luditas no tuvieron especial hostilidad contra las máquinas y usaron los ataques contra la maquinaria como “medio de coerción contra sus empleadores para garantizarles concesiones respecto a los salarios y otros asuntos laborales”.

Este tipo de acciones “no estaba dirigido solo contra las máquinas sino también contra las materias primas, los bienes terminados e incluso contra la propiedad privada de los empleadores, dependiendo de a que tipo de daño fuesen más sensibles. Los destructores de máquinas del siglo XIX no estaban preocupados por el progreso técnico en abstracto”.

Pese a que hoy consideremos la llegada de nuevas tecnologías progreso, para los que vivían durante la Revolución Industrial la máquina “no era una conquista, sino el resultado de una imposición”, opina Maxine Berg. En los albores de la Revolución Industrial “aún parecía posible detener el rápido proceso de cambio tecnológico”.

Los luditas no eran tecnófobos temorosos del mundo moderno sino obreristas que luchaban por sus derechos en una época en que el sindicalismo aún estaba perseguido
Para los historiadores revisionistas que han replanteado la percepción que se tenía de los luditas su resistencia fue bastante racional, contaron con un amplio apoyo y tuvieron éxitos como el despertar de una conciencia política entre los trabajadores. “Aunque en su mayor parte fuesen ahorcados o desterrados, es posible argüir que triunfaron como un movimiento simbólico y subcultural, como evidencia el hecho de que los escritores y los activistas continúan citando su ejemplo más de 200 años después”, argumenta Steven Jones.

La inevitable mecanización industrial es la razón por la que fracasó el ludismo, según muchos historiadores, una interpretación que descarta Kevin Binfield: “el ludismo se extinguió cuando se volvió violento contra las personas”, incentivando una fuerte represión gubernamental contra el movimiento obrero.

Una interpretación que el propio Karl Marx incluyó en ‘El Capital’. Y es que según el alemán el movimiento ludita dio “un pretexto para la adopción de las medidas más reaccionarias y enérgicas. Faltaban tiempo y experiencia antes de que los obreros aprendiesen a distinguir entre la maquinaria y su empleo por parte del capital”.

Y es que no solo los capitalistas atacaron el “antimaquinismo”; Marx consideraba que el progreso de la tecnología era “la contribución del capitalismo al progreso humano” y Engels llamó al sabotaje “el pecado juvenil del movimiento obrero”. Por todo ello atacaron a los luditas por contrarrevolucionarios.

Aun así, como señala David Noble, las pocas pruebas históricas hace difícil saber realmente “la transcendencia concreta que tenía la destrucción de las máquinas en el contexto del movimiento de los trabajadores”. Pero se puede concluir que los luditas no eran tecnófobos temorosos del mundo moderno sino obreristas que luchaban por sus derechos en una época en que el sindicalismo aún estaba perseguido.

Capitán Swing

Una de las cartas firmadas por el "Capitan Swing"


Pero el ludismo no fue el único movimiento obrero en los comienzos del siglo XIX en Inglaterra que atacó las innovaciones tecnológicas. Los trabajadores agrícolas del sureste del país destruyeron más de 100 máquinas trilladoras en 1830. Fue conocido como las revueltas de Swing debido al nombre con el que se firmaron varias cartas amenazadoras: el ficticio Capitán Swing.

En este caso, explica Noble, los trabajadores tampoco se oponían a las trilladoras sino a “la eliminación del trabajo de invierno, a la amenaza del desempleo y, en términos generales, a la proletarización del trabajo agrícola”. En su opinión, “los trabajadores estaban reaccionando contra la intrusión de las relaciones sociales capitalistas, marcadas por la dominación y la esclavitud asalariada, y eran perfectamente conscientes de que la introducción de las nuevas tecnologías por sus enemigos formaba parte del esfuerzo capitalista por arruinarlos”.

Otra interpretación histórica, desarrollada por Geoffrey Bernstein, propugna que la destrucción de máquinas era más que una mera táctica. Bernstein indica que destrozar máquinas era realmente lo principal al ser “una estrategia de movilización para los trabajadores”. Al fin y al cabo, la destrucción de la maquinaria era el distintivo del movimiento ludita y de las revueltas de Swing y sirvió para dar coherencia al movimiento, promovió lealtades para unificar estrategias a través de figuras míticas como Ludd y Swing y dio a los trabajadores un sentido de solidaridad que amplió su poder, según el análisis de Bernstein.

Neoludismo


Volvamos al comienzo. Un ‘lobby’ del gran capital tecnológico llama despectivamente ludita a un capitalista creyente en el progreso tecnológico. Definitivamente no se le puede llamar ludita pero tampoco tecnófobo. Es ridículo y es una forma de desacreditar cualquier tipo de crítica a algunas tecnologías como si fuese una ofensiva contra la mismísima innovación tecnológica. Mención aparte se merece considerar tecnología la “economía colaborativa” de Airbnb y Uber.

Según Kevin Binfield, “más del 80% de los trabajos perdidos en Estados Unidos desde el año 2000 ha sido debido a la automatización pero la clase obrera estadounidense demoniza a los trabajadores chinos y mexicanos como ladrones de puestos de trabajo”
Y es que el término ludismo ha sido gravemente tergiversado, en opinión de Kevin Binfield, tanto por los actuales tecnófobos que “quieren introducirse en un discurso de ‘originalismo’ y dar un nombre a su ideas” y por los tecnófilos que “quieren etiquetar a aquellos que se oponen a la automatización con el nombre de uno de los perdedores de las clases de historia”.

Como señala Binfield, “más del 80% de los trabajos perdidos en Estados Unidos desde el año 2000 ha sido debido a la automatización” más que al traslado de fábricas a otros países pero “la clase obrera estadounidense demoniza a los trabajadores chinos y mexicanos como ladrones de puestos de trabajo” en vez de a las mejoras tecnológicas introducidas por los capitalistas para reducir los costes de mano de obra.

“Los hoy llamados luditas, en realidad neoluditas, a menudo son simplemente nostálgicos de un supuesto pasado libre de tecnología que nunca existió realmente. Son luditas como forma de vida, una posición basada en un cierto privilegio que los luditas no tenían”, agrega Steven Jones. “Pero eso no quiere decir que las problemáticas de la automatización, el trabajo y la propiedad de las tecnologías no sean importantes hoy”.

El debate sobre el progreso tecnológico y sus efectos sigue abierto. Así que al menos usemos correctamente los términos “ludita” y “tecnófobo”.



Liberación del trabajo


Liberación del Trabajo" del Georg Nicolai, tercer volumen de la colección Tiempos Ácratas.

Para saber más sobre la vida y obra de Georg Nicolai, médico y pensador pacifista, visita nuestro sitio web: https://goo.gl/DQhYPu




La mano invisible



Nos dimos el lujo de ir al cine a ver "La mano invisible" https://www.facebook.com/lamanoinvisiblelapelicula/

Basada en la novela homónima de Isaac Rosa.
Leer/Descargar: http://assets.espapdf.com/b/Isaac%20Rosa/La%20mano%20invisible%20(9667)/




Se presentó 20 minutos tarde en el colegio electoral y le caen 3 meses de cárcel


El condenado era vocal y se negó a formar parte de la mesa electoral.

El Juzgado de lo Penal número 1 de Albacete ha dictado una sentencia contra un hombre que en las elecciones del 22 de mayo de 2011 (elecciones municipales y autonómicas), se presentó 20 minutos tarde en el colegio electoral de Riópar.

Estaba llamado a ser vocal de la mesa, pero se negó a formar parte de ella. Alegó que no sabía leer ni escribir, algo que no se ha creído la magistrada y así consta en la sentencia. Después de asegurar que era analfabeto, abandonó el lugar, teniendo que constituirse la mesa electoral con el vocal suplente.
La pena de cárcel es de tres meses, pero ha quedado suspendida durante dos años si el condenado no recibe ninguna condena al carecer de antecedentes.

http://cadenaser.com/emisora/2017/05/05/radio_albacete/1494004232_877692.html


¿Por qué defiendo la filosofía de vida anarquista? 
Porque todo lo demás es una mierda.



«En defensa del trabajo» por Thomas Hodgskin




Para unos, un socialista. Para otros, un libertario o un anarquista individualista. Más allá de esas poco fecundas clasificaciones, el pensamiento de Thomas Hodgskin trasciende a las etiquetas que pretenden forzar el análisis de su obra. Karl Marx y Murray Rothbard, al menos, así lo entendieron. En defensa del trabajo es una invitación y, a la vez, un llamado de atención para abandonar los prejuicios que se desatan al analizarse las relaciones productivas desde el otro lado de la maquinaria. Su defensa de los trabajadores, en especial de su asociatividad, nos hace entrar en terrenos fértiles e inestables para el pensamiento libertario. Conceptos como «capitalismo», «privados», «estado» o «socialismo», ya no constituyen definiciones pétreas para dar cuenta de quién posee y controla los medios de producción. Hodgskin abre una puerta al cooperativismo y la autogestión trabajadora, comprendiendo que son los trabajadores mismos quienes sostienen al mercado y a sus compañeros.

Vida de Thomas Hodgskin

Hijo de un almacenero de Chetham, a los 12 años fue enrolado por su padre en la armada británica. La razón fue generar ingresos para la alicaída economía familiar. Fue allí, a bordo de un buque de guerra, donde dio cuenta de su animadversión por la autoridad, declarando que fue privado «injustamente de toda opción de promoción por mis propios esfuerzos». Despechado tras su paso por la marina y forzadamente retirado de la misma, con 25 años publicó su An essay on Natural Discipline, en 1813. Allí, llega a la conclusión de que la disciplina castrense embrutece a los hombres y que «el sometimiento paciente a la opresión, constituye un vicio».

Tras su experiencia entre buques y astilleros, Thomas Hodgskin se dedicó al periodismo. Colaborador en The Economist, uno de los periódicos más provocadores y proclives al laissez-faire, coincidió con parte del radicalismo filosófico. Entre ellos podía encontrarse a James Mill y Francis Place. Instalado como habitual en la prensa anglosajona, Hodgskin abandonó el utilitarismo benthamita y abrazó al iusnaturalismo de John Locke. Esta reformulación intelectual se tradujo en su The Natural and Artificial Right of Property Constrated de 1832. Obra que, hasta hoy, está altamente reputada como una de las más prolíficas, en cuanto a su defensa y justificación de la propiedad privada frente a la propiedad artificial creada por el Estado.

Teoría del valor-trabajo

Curiosamente, Thomas Hodgskin adhería a una teoría del valor-trabajo bastante estrafalaria para los criterios de la actualidad y que era considerada por Rothbard como algo absurdo, en comparación con el resto de su teoría y activismo. Esta forma de concebir la teoría del valor-trabajo halla su correspondencia en Piercy Ravenstone, un socialista ricardiano de viejo cuño, de quien nunca se pudo revelar su verdadera identidad. Someramente, la teoría ravenstoniana del valor era contraria al capital y la propiedad privada de la tierra, toda vez que se le consideraba un robo. Por consiguiente, era una injusticia que las utilidades generadas por la explotación de la tierra fueran a parar a manos de «holgazanes» y que los «industriosos» no tuvieran la oportunidad de percibir una justa remuneración por su trabajo. Sin embargo, cabe señalar que Hodgskin fue duramente crítico con la teoría ricardiana. Asimismo, en una carta a Francis Place, que data de 1820, le señala que los análisis realizados por David Ricardo son extraños y arbitrarios, que su teoría del valor es incorrecta y no se condice con la realidad británica.

Un par de años después, se suscitó una gran controversia en torno a las Combination Laws, una legislación apoyada con entusiasmo por los benthamitas. Ésta consistía en restricciones a los derechos de asociación de los trabajadores. Todo esto, con la finalidad de evitar una gran proliferación de sindicatos. A raíz de lo sucedido, Hodgskin participa en la fundación de la Mechanic’s Magazine y, una vez consolidado como divulgador de los derechos de los trabajadores, lanzó su famoso Labour Defended Against the Claims of Capital, que nosotros conocemos como En defensa del trabajo, gracias a la laboriosa gestión de la Editorial Stirner.

En defensa del trabajo

De manera casi inmediata, como se suele hacer con todo conocimiento pasado, se podría desestimar el libro de Thomas. No obstante, como dijimos en la introducción, la versión de En defensa del trabajo publicada por Editorial Stirner, tiene la potencia necesaria para despertar un debate fecundo dentro del libertarismo. Abrir nuevas perspectivas y discusiones acerca de la asociatividad política y especialmente la de los trabajadores-ciudadanos.

Bien conocida es la historia de Yo, el Lápiz de Leonard Read, quien se dedica a narrar, desde la perspectiva de un lápiz, el intrincado proceso de producción que requiere hacer un utensilio tan básico y común. Uno de los méritos de Hodgskin en su libro es haber explicado esto con más de un siglo de anticipación, simplificando la mal habida metáfora de Adam Smith sobre la «mano invisible». Respecto a la empresarialidad, Hodgskin señala que:

Aquellos que emprenden estas operaciones deben confiar, no en alguna suerte de mercancías ya creadas, sino en otros hombres que trabajarán y producirán aquello que necesitan para subsistir hasta que sus propios productos sean finalizados.

A través de ejemplos didácticos, Hodgskin explica y defiende lo que los economistas austríacos del siglo XX caracterizaron como la gran sociedad o, en términos hayekianos, el orden espontáneo. Sin embargo, este economista y periodista no se queda solamente con eso. No solo fue un adelantado a su tiempo en términos económicos y pedagógicos. También es un hombre de su época, dada su preocupación por las clases desposeídas y oprimidas, así como por su profunda desconfianza hacia el poder y el Estado.

Independiente del porqué llega a sus conclusiones, estas son las que más pueden abrir el pensamiento libertario contemporáneo. Hodgskin asoma, de manera bastante explícita, la idea de la autogestión obrera. Criticando al capitalismo decimonónico —que podría ser equiparado al neoliberalismo contemporáneo en cuanto a su relación incestuosa entre poder político y económico- por medio de las herramientas de la ciencia económica, Hodgskin llega a tesis interesantes y que pueden iluminar ciertos caminos.

Autogestión y autonomía obrera

La idea de la autogestión y autonomía obrera-ciudadana podría ser catalogada de forma inmediata como «socialismo». Esto, si es que no media análisis ni crítica a las definiciones anquilosadas y vulgares respecto de esa ideología. Sin embargo, una de las cosas más importantes que dice Hodgskin se aleja del socialismo con la misma fuerza que lo hace Smith en La Riqueza de las Naciones en su pasaje sobre The Man of System. Hablando sobre la distribución de los salarios Hodgskin explica:

No hay hombre de Estado que pueda lograr esto, ni deberían los trabajadores permitir a ningún hombre de Estado el hacerlo. El trabajo es de ellos, el producto debería ser suyo, de ellos, y sólo ellos deberían decidir cuánto merece cada uno del producto.

Es decir, Hodgskin está en contra del poder estatal y de su paternalismo -como expresa en otras secciones del libro- y confía en que los trabajadores son capaces de organizarse dentro de una economía de mercado para la producción y la distribución de la renta. Claro está que estos postulados y la metodología que usa para llegar a estos pueden ser discutidos, pero eso es precisamente lo que debería provocar la lectura de este libro. Un liberal o libertario debiese tener la mente abierta para nutrirse de toda clase de ideas y discutirlas.

Hodgskin cree que los trabajadores pueden gozar de autonomía para organizarse y mantener el progreso. Incluso ante la obvia crítica de que carecen de «capital humano» y «visión empresarial», Hodgskin plantea que los trabajadores-ciudadanos podrán superar estas dificultades. Después de todo, se supone que un libertario confía en la capacidad de las personas y duda de todos aquellos que desconfían de la habilidad de los individuos para dictarse su propio camino. Ese es el último punto de discusión que En defensa del trabajo puede abrir dentro de la discusión libertaria. ¿Realmente las masas son más libres bajo la formación contemporánea del capitalismo?

Trabajo y alienación

Deberíamos pensar en la amargura que produce un trabajo alienante en las personas. Repetición, sobre-especialización, burocratismo y disciplina. Esto es pasividad y, al contrario de la creencia popular, la pasividad cansa. Agota a las grandes masas que no pueden disfrutar del ocio creador. De ahí que este ensayo de Thomas Hodgskin nos permite pensar en estas personas y en su capacidad de vivir la autonomía y una existencia más plena, alejada de la disciplina laboral tradicional que las autoridades privadas ejercen sobre ellos. Un libertario está en contra de la explotación. La explotación de un cuerpo que no se ve reflejado en el trabajo, un alma que no se ve autorealizada ni dignificada en el trabajo contemporáneo.

En defensa del trabajo nos permite volver a reflexionar. Pensar acerca de lo que Schmitt o Chantal Mouffe refieren sobre la esencia de «lo político» como ellos-nosotros. Esto porque la lectura, crítica y recepción de Hodgskin; su sensibilidad por el libre mercado y la libertad individual; así como la asociatividad y su simpatía por la clase trabajadora, su autonomía y autogestión; nos permiten vislumbrar un debate que se oriente a la delimitación de nuevos clivajes políticos dentro del libertarismo.

El lector podrá estar de acuerdo o no con la teoría económica expuesta por Hodgskin. Sin perjuicio de aquello, es indiscutible la frescura que aporta al debate, poniendo el énfasis en los más perjudicados por la intervención gubernamental y el capitalismo de amigotes: las clases trabajadoras. Agradecemos el hincapié que hace Hodgskin, pues hoy los libertarios vulgares suelen alinearse bajo el alero del capital, sin cuestionarse -como hace Hodgskin- la naturaleza y legitimidad de la riqueza producida.  Esta ceguera y fetichización de la gran empresa, se ha traducido en una conducta veleidosa hacia la libertad sindical y a toda clase de resquemores frente a cualquier ansia de mejora en las condiciones laborales. Qué duda cabe, los avances intelectuales desde estas corrientes de pensamientos han sido escasos en lo que se refiere a las pretensiones de las clases trabajadoras. Ya van 192 años desde la publicación de En defensa del trabajo y los desafíos propuestos por Hodgskin siguen tan vigentes hasta el día de hoy, como la desidia de John Ramsay McCulloch.



El Supremo permite que los clientes de una empresa en huelga contraten con terceros


El Tribunal Supremo (TS) ha abierto la puerta a que los efectos de una huelga sean neutralizados mediante la subcontratación de otra empresa. En una sentencia de noviembre de 2016, el TS avala que el cliente de una empresa recurra a otra para que los servicios contratados con la principal no se vean afectados por una huelga.



El fallo es totalmente diferente al que emitió en su momento la Audiencia Nacional, que dios la razón al sindicato CGT. En una interpretación diferente de la jurisprudencia sobre el derecho a la huelga, el TS admite el recurso de la empresa Altrad Rodisola, especializada en el montaje y alquiler de andamios, y anula la sentencia de la Audiencia.

Altrad Rodisola acometió en 2015 varios cambios en las condiciones laborales de su plantilla que condujeron a los empleados a convocar una huelga. Durante este periodo, varios de los trabajos contratados por otras empresas con Altrad Rodisola fueron realizados por terceros. CGT denunció en la Audiencia Nacional la decisión por vulneración del derecho de huelga y la sala de lo Social le dio la razón al entender que, si los trabajadores no hubieran hecho huelga, esos trabajos no se habrían realizado.

Sin embargo, la sentencia del Supremo dice que impedir esta subcontratación supone una protección "exorbitante" del derecho a huelga. "Si se impidiese a los destinatarios de los trabajos, que no lo tuvieran prohibido por contrato, contratar con otras [empresas], llegaríamos a sostener que los consumidores habituales de un comercio no pudieran comprar en otro, en caso de huelga en el primero, o que la empresa que tenga que realizar determinados trabajos no pudiera recurrir a otra empresa de servicios", especifica el fallo.

 "No existe una vinculación que justifique hacer responsable a Altrad de una conducta en la que no ha participado y en la que no ha podido intervenir para tomar la decisión", dice el TS, eximiendo de responsabilidad a Altrad en cuanto a que dos de sus clientes ─ Dow Chemical y Basell Poliofelinas─ contrataran a otra empresa para realizar el trabajo. Afirma que no puede impedirse que se recurra a la competencia ya que esos dos clientes no forman grupo de empresas con Altrad ni guardan relación con la misma.

Según el TS, la actuación de Altrad "consistió únicamente en comunicar a todos sus clientes que no podía realizar los trabajos comprometidos con ellas durante la realización de la huelga". Altrad "no tiene una vinculación con sus clientes que le permita codecidir con ellas la realización de esos trabajos por terceras empresas de la competencia, ni tampoco se benefició de ello, y sin que tampoco conste que hubiese colaborado", añade. No cabe achacarse a Altrad, prosigue la sentencia, que su conducta "haya impedido o disminuido los efectos de la huelga, o menoscabado la posición negociadora".

Catalá cree que la sentencia elimina "desequilibrios"
La sentencia ha sido bien recibida por el ministro de Justicia, Rafael Catalá, quien ha afirmado este lunes que la decisión contribuye a eliminar desequilibrios entre el derecho de huelga y el desarrollo de la actividad económica de las empresas. El ministro cree que, de este modo, la empresas mercantiles no estén "vinculadas estrictamente" a los paros que puedan hacer los proveedores de servicios. Para él, la subcontratación consigue "flexibilidad para garantizar la actividad de las empresa" y que no existan "desequilibrios".

Según expertos consultados por este diario, no se trata de un caso de subcontratación, sino de relaciones entre empresas. "No se puede decir que se haya contratado a esquiroles", apuntan estas fuentes, porque el efecto de la huelga si se hizo notar en Altrad.

Por su parte parte, CCOO considera que el Supremo "no corrige su doctrina sobre el derecho de huelga" en esta sentencia, ya que deja claro que no se puede suplir la actividad de los trabajadores en huelga acudiendo a subcontratas. "La empresa que es objeto de convocatoria, no puede acudir a esa forma de esquirolaje para desviar la producción, y en este punto la Sentencia no introduce ningún cambio", dice el comunicado.

http://www.publico.es/economia/supremo-permite-paliar-efectos-huelga.html


NOT WORK MORE



I STAY IN BED






"Trabaje gratis"

"Trabaje gratis": crece el número de ofertas de empleo sin sueldo

“Trabaje gratis”, dice el cartel. Unas luces de neón lo acompañan, parpadeantes, con la intención de hacerlo más vistoso, pues no es algo que haya que pedir con la boca pequeña. Quién sabe, a lo mejor el parpadeo de colores le aturde y pierde por fin todo el sentido y el valor de las cosas. Igual hasta se queda ciego de principios, derechos y convicciones, pasando a formar parte del engranaje de explotación que parece regir muchos de los puestos de trabajo en España.
El trabajo no remunerado es en regreso de la esclavitud que muchos aceptan dada la falta de opciones. 


Simplificando: la esclavitud ha vuelto; está de moda. Y esta vez sin necesidad de cadenas o latigazos intimidatorios, porque las cabezas gachas y la dignidad ausente vienen de serie. Una pandemia que a muchos interesa que no se erradique porque aumenta los ingresos de unos pocos, a costa del esfuerzo de la mayoría.



“Son las circunstancias” o “es la situación”, son las excusas que legitiman estas propuestas deshonestas. Situación y circunstancias que sólo tienen en cuenta un lado, obviando la necesidad ajena. En unos pocos años hemos pasado de un escenario donde ser mileurista era estar mal pagado a convertir la misma cantidad en una meta aspiracional. ¿Qué ha pasado? El coste de la vida no se ha abaratado y la preparación de la gente ha ido en aumento. ¿Tan poderosa ha sido la crisis como para reprogramarnos enteros?









En mayo de 2016, el presidente de la CEOE, Juan Rosell, afirmó sin titubeos que el trabajo “fijo y seguro” era “un concepto del siglo XIX”; en el futuro, matizó, habrá que “ganárselo todos los días”. Una reflexión a la que llegó después de asegurarse una subida de su sueldo como consejero de Gas Natural Fenosa −empleo arduo donde los haya−, de un 64% o, lo que es lo mismo, 208.000 euros brutos al año.


Si así se expresan los representantes de la patronal, no sorprende que el mercado laboral se llene de ofertas cuya retribución se basa en palmaditas en la espalda y cuentas bancarias a cero. “Así coges experiencia” o “al menos te entretienes” son los argumentos con los que tiran por tierra el Artículo 35 de nuestra Constitución:Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo (…) y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia. Repetimos: “remuneración suficiente” y no palabras de aliento. Porque el verdadero reconocimiento se refleja en la nómina.
Una nueva realidad no retribuida


La revista Fortune recogía hace unos años una peligrosa idea: “Quienes trabajan gratis tienen más ambición, más hambre que aquellos que perciben un salario. Y además son más creativos”. Una propaganda que viene a decir que la ausencia de sueldo implica un mejor desarrollo personal. Personal y no físico, pues habrá que ignorar la necesidad de comer todos los días.


Las contadas ofertas que aparecen anunciadas en periódicos o webs de empleo tienden al oscurantismo. Un estudio realizado por UGT Barcelona demostró que el 71% de los anuncios no hace mención al sueldo y más de la mitad, el 52%, no incluye el horario. Al mismo tiempo, el 30% no especifica la jornada y el 13% omite, incluso, el tipo de contrato. De esta forma, los potenciales candidatos acuden a la cita en clara desventaja y muchos terminan prestando sus servicios, engatusados por un discurso que apela a la buena fe, sin concretar retribución alguna. Al parecer, los sueldos de hoy en día son conceptos etéreos que cuesta cuantificar, más habituales en la imaginación del trabajador que en su cartera.


La triste realidad demuestra que, en caso de queja, te señalaran la puerta. Sin represalias o consecuencias para el que explota porque, si no quieres trabajar gratis tú, en la oficina de empleo hay mucha más gente haciendo cola.


Para comprobar lo estrafalario e indignante del asunto, basta con acceder a unos cuantos portales de empleo para encontrar ofertas de lo más peregrinas, de esas que piden currículos interminables a cambio de sueldos irrisorios y, en ocasiones, una ilusión y voluntad inquebrantables: requisitos indispensables para trabajar “por amor al arte”.


Un ejemplo de claro de esta desvergüenza lo encontramos en el anuncio de una empresa ubicada en Madrid, concretamente una tienda de ropa, que busca una dependienta de agenda liberada, dispuesta a cubrir festivos, puentes, fines de semanas y otros días a decisión del contratante. Además de exigir una disponibilidad completa, la oferta remata tan apetecible plan con un periodo de prueba de dos meses, donde el sueldo brillará por su ausencia (pese a realizar cuarenta horas semanales). Todo esto con el hándicap añadido de que la afortunada joven deberá alcanzar un nivel de ventas afín a las expectativas creadas. En caso de superar tan escasos requisitos, cabría la posibilidad (tal vez), de empezar a pagarle aquellos días que, sin preaviso, trabaje a partir de entonces. Real y verídico.


Los periodistas y redactores son otro de los sectores más perjudicados, enfrentándose a diario a ofertas de tipo vocacional, o lo que es lo mismo, retribuidas en “promoción personal, sueños y otras cosas bonitas”. No es raro encontrar anuncios que busquen a gente dispuesta a redactar 10 artículos diarios (con un mínimo de 350 palabras), totalmente originales y bien documentados por el suculento precio de 60 céntimos la pieza. Los más generosos redondean al euro, un pago que motiva a cualquiera a ofrecer su ingenio. Como entendiendo que cualquier trabajo implique creatividad, se hace por pura satisfacción personal. No vas a esperar cobrar por algo que te gusta hacer, ¿verdad?


Las empresas digitales también recurren a este tipo de prácticas, confundiendo el hecho de que su contenido se comparta en la red con la misma gratuidad a la hora de pagar a sus empleados. Una de las últimas en ofrecer este tipo de vacantes ha sido la web La Ración, en cuya página necesitan desde escritores a dibujantes, pasando por maquetadores y comentaristas deportivos. “Este es un proyecto que defiende Periodismo Serio”, anuncian, “pero también es mucho más que eso, tenemos una desorbitada vocación de Justicia”. Con muchas mayúsculas pero poca coherencia, ya que aspiran a formar un equipo que trabaje gratis aunque eso sí, persiguiendo la justicia por encima de todo (hasta de sus empleados).




En Twitter se pueden encontrar más anuncios similares bajo la etiqueta #gratisnotrabajo o #falsoempleo, esta última nacida como una iniciativa de FACUA para luchar contra las ofertas laborales fraudulentas.


Negarse a aceptar una oferta de empleo sin contraprestación económica, lejos de escandalizar, está empezando a generar sentimiento de culpa. Ha dejado de ser una ofensa a nuestra valía para convertirse en sometimiento. Visto más como un favor o un motivo para estar agradecidos donde oponerse significa no querer mejorar. En definitiva, no poner de tu parte. La tiranía es un concepto que sólo existe en tu cabeza, siendo tu deber el aferrarte a la ilusión de que todas esas horas de esfuerzo terminarán por repercutir positivamente de algún modo (algún día). Es la malograda esperanza que, forzada por la escasez de oportunidades, amenaza en convertirse en Síndrome de Estocolmo.


Muchos de estos mal llamados “empleados” (con todas las obligaciones y pocos de los derechos) viven oprimidos, soportando el abuso por miedo. Miedo a perder lo poco que les queda. Sus días los guía –sin saberlo− la “indefensión aprendida”, lo cual no es más que un estado de depresión motivado por la desesperanza. La persona aprende, como consecuencia de sus circunstancias, a ser pasivo. Siente que no puede hacer nada por mejorar y asume las injusticias por considerarlas insorteables: se da por vencido.


Esta derrota anticipada surge después de un período prolongado de emociones negativas. Un ejemplo que escenifica esta conducta es el de las ranas y el caldero. Se ha comprobado que si se introduce una rana en agua hirviendo, ésta hará lo posible por escapar; en cambio, si se empieza con el agua fría y gradualmente se va aumentando el calor hasta que el agua hierve, la rana no se moverá. Del mismo modo, la indefensión aprendida es un proceso que se desarrolla de forma gradual hasta que, poco a poco, carcome las fortalezas psíquicas hasta el punto de doblegar la voluntad.


Para demostrar lo fácil que la indefensión aprendida puede actuar, una profesora realizó el siguiente ejercicio en clase. Dio una palabra a sus alumnos, los cuales debían reordenar las letras para obtener una nueva palabra o, lo que es lo mismo, resolver el anagrama. Por ejemplo: Animal = Lámina; Cero = Ocre; Cosa = Saco. Sin que lo supieran, la mitad de la clase recibió una palabra sencilla de resolver y la otra mitad, una que no tenía solución. Así, el primer grupo realizó la tarea rápidamente, levantando la mano para indicar que había terminado, frente a la confusión y la frustración del otro grupo, que se veía incapaz de avanzar.







¡Abajo el trabajo doméstico!


http://boletinlaovejanegra.blogspot.com.es/2017/03/abajo-el-trabajo-domestico.html

Hace ya varios años que hemos sumado nuestras voces para exponer la relación entre trabajo asalariado y capitalismo, para asumir la contradicción, no defendiendo el trabajo sino la vida. Porque la contradicción más importante por la que luchamos es la que existe entre Capital y vida humana.




El modo de producción capitalista, pese a su imagen racionalista y científica también produce mitos, actos de fe gracias a los cuales se sostiene. Uno de ellos es que el trabajo es ajeno a la historia, que existe desde siempre y que, por tanto, no podría dejar de existir. Esto es una verdadera falacia. El trabajo aparece como actividad separada en las sociedades de clase. Y el trabajo asalariado, más precisamente, es la forma que adquiere la actividad humana en el capitalismo. Es por ello que cuando miles de proletarios en el mundo insistimos con la consigna «¡Abajo el trabajo!» no estamos proponiendo que haya que dejarse morir de frío e inanición, sino que debemos luchar para constituir una comunidad donde nuestras necesidades de alimento y techo, así como de goce y creatividad sean puestas en común sin ser una coartada para cuantificarlas y generar ganancias. Aunque parezca extraño en este tiempo inmóvil del Capital que se asemeja a un eterno presente, la mayor parte de la existencia de nuestra especie no hemos vivido de esta manera; ello vuelve evidente que este modo de producción también tiene los días contados.

Otro mito necesario para apuntalar la normalidad capitalista es exponer el trabajo doméstico como un atributo natural de las mujeres, quienes se supone que, por naturaleza, serían buenas cocineras, lavanderas, amantes, sensibles, débiles y, por sobre todo, dependientes. No es ninguna casualidad, el primer paso para la domesticación es la creación de dependencia.

Una dependencia que es tanto económica como ideológica, basada en el mito (1) de que siempre fue el trabajador asalariado hombre el que llevó el pan a la mesa. Y en el pobre imaginario social —¡y aunque estaba a simple vista!— este trabajador habría carecido de la necesidad de cuidados, porque se trataba de un adulto sano que se valía por sí mismo. Esta falacia no solo invisibilizó —e invisibiliza— esos cuidados, sino que además produce un modelo, especialmente masculino o masculinizante, que se caracteriza por su pretensión de no necesitar de nadie. Un individuo que rechaza la interdependencia humana en nombre de la fuerte y prominente independencia típica del capitalismo.

Tal como sucede con cualquier trabajo, la función de la ideología dominante es que el trabajo doméstico sea naturalizado, amalgamado a cualquier actividad humana, cuando en verdad se trata de un fenómeno social determinado e histórico. El trabajo doméstico de las mujeres se encuentra bajo mayores sombras aun que el trabajo asalariado, por ser considerado, erróneamente, un atributo natural de la personalidad femenina, una aspiración del “ser mujer”. Pero lo que se olvida es que para crear la imagen de ese supuesto atributo natural fueron necesarios siglos enteros de desposesión y de persecución misógina, cuando las mujeres muy lejos estaban de cuadrar con la imagen de ama de casa sumisa y siempre atenta a las necesidades de su familia, y que el Capital «chorreando sangre y lodo por todos los poros», logró imponer.

No es fácil definir al trabajo doméstico en cuanto categoría. Sin embargo, quien lo sufre en carne propia sabe a qué nos referimos. El trabajo doméstico está constituido por las tareas realizadas en el hogar o para el hogar. No obstante, eso no lo es todo: a diferencia de la mayoría de los trabajos asalariados, la jornada no tiene un horario definido ni tareas precisas. ¿Y el cuidado de niños, ancianos y enfermos al que son confinadas millones de mujeres a diario? ¿Y el “servicio sexual”? Esto ni siquiera termina en casa. Llevarle un café al jefe y charlar con él acerca de sus problemas maritales es trabajo de secretaria y no un favor personal. Preocuparse por cumplir con un perfil físico determinado e imitar la imagen de las mujeres de las publicidades es una condición laboral y no el resultado de la vanidad femenina.

Obtener un segundo trabajo para las mujeres no cambia su rol impuesto, así lo han demostrado décadas y décadas de trabajo “femenino” fuera de casa. Un segundo trabajo no solo incrementa la explotación, sino que además reproduce aquel rol de diferentes maneras. Donde sea que miremos podemos observar que los trabajos llevados a cabo por mujeres son meras extensiones de las labores confinadas a la esfera privada.

Amas de casa, maestras, prostitutas, limpieza, secretarias, enfermeras, niñeras, psicólogas… las virtudes de la esposa homenajeada el día de la madre. La celebración oficial de cada 8 de marzo y las loas mercantiles a las mujeres feroces, valientes e independientes es la celebración de la explotación en nombre de un supuesto heroísmo, de una naturaleza femenina que se reconoce en la imagen masculinizante de la mujer todopoderosa, capaz de dedicarse a las tareas del hogar al mismo tiempo que va a trabajar a la oficina.

Para este 8 de marzo se hace un llamado sorprendente: un paro nacional de mujeres. Como toda medida aislada tiene sus propias limitaciones. Pero, en este caso, el paro además visibiliza un hecho sobre el cual se basa la sociedad capitalista y del cual se habla poco y nada. El Capital domina y se desarrolla a través del sistema de salario y es a través del salario que se organiza también la explotación del proletariado no–asalariado. Esta explotación ha sido aún más efectiva porque la falta de un salario la oculta.

En los años 70 del siglo pasado hubo una campaña titulada Salario para el trabajo doméstico. Esto arrancó el tema del ámbito privado, donde se lo sobreprotegía —y aún sobreprotege— para que no entrara en discusión. Pero, en síntonía con el obrerismo, reclamó su porción al Estado y a las empresas por ser de suma importancia para la producción capitalista.

El Capital, además del trabajo asalariado, depende también del trabajo no remunerado realizado por las mujeres en los hogares. Por eso no hay que defenderlo, hay que destruirlo. Recibir un salario por aquello no ha sucedido, y no pareciera que vaya a suceder. Repartir las tareas de forma más equitativa entre hombres y mujeres es una posibilidad, pero bastante remota también. Y si bien cada vez se paga más por servicios que en otros tiempos se solicitaba gratis a las esposas, madres, hermanas, hijas o abuelas, estas siguen soportando la mayor parte de estos quehaceres.
La imposibilidad de reforma es evidente. Así como la necesidad de abolir tanto el ámbito público como el privado de esta sociedad. No hay nada que salvaguardar de ninguno de los dos, ni entremezclarlos, sino hacerlos saltar por los aires junto a toda la sociedad que los ha creado.

Nota:
(1) Con mito nos referimos a una situación que, escapando a la imagen eurocentrista dominante desde mediados de siglo XX, implica un proceso histórico más amplio que las décadas doradas del capitalismo y abarca la realidad de miles de mujeres que por su lugar y momento de nacimiento fueron confinadas a un trabajo siempre menos pago que el del hombre y tuvieron que cumplir además con el trabajo en el hogar. Es por tanto un mito burgués, un ideal de la familia burguesa impuesto a todo el mundo.

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Robots que cotizan


Robots que cotizan y pagan multas de tráfico: Europa imagina leyes para las máquinas.

La Unión Europea ha abierto el gran debate político de las próximas décadas: ¿cómo legislar la relación entre humanos y robots?, ¿pagarán las máquinas nuestras pensiones?


Rachel contempla sus limpios y delicados dedos, sus uñas cuidadosamente pintadas. “Son las manos de una auténtica granjera”, reflexiona, “perfectas para el trabajo”. Está sola, en su sala de control, rodeada de pantallas holográficas en tres dimensiones con gráficos y estadísticas, manejando una explotación situada a decenas de kilómetros de su oficina. Al otro lado de sus pantallas viven cientos de vacas a las que un enjambre acompasado de robots ordeñan, alimentan e incluso inseminan con una selección de esperma escogido entre tubos de ensayo.


Rachel, que estudió “agricultura de precisión”, posee además cientos de cerdos y varias hectáreas de cultivo. Los animales se han acostumbrado a relacionarse con las máquinas, que son capaces de aprender de sus propios errores y adaptar su actividad a las emociones de los seres vivos. Los clientes, cada vez más preocupados por el bienestar del ganado del que se alimentan, pueden consultar por internet incluso las constantes vitales. Las asociaciones de consumidores exigen más y ahora proponen nuevas leyes para tener acceso, 24 horas al día, a las cámaras que graban cada esquina de la finca.

Las aves de campiña sobrevuelan el cultivo y esto es motivo de alegría para Rachel. Estuvieron a punto de extinguirse cuando se introdujeron los drones que se ocupan de sembrar y recolectar, pero están de vuelta gracias a una nueva generación de sensores. El mayor peligro ahora para el ganado y los animales son los virus y enfermedades humanas, además de los accidentes causados por turistas y domingueros que ocasionalmente aparecen por la finca. Para evitarlo, todo está debidamente vallado y aislado.

La imagen no proviene de una novela futurista, sino de uno de los tres escenarios ficticios que el Parlamento Europeo plantea en un informe que sirvió para documentar a sus eurodiputados esta semana. El objetivo era hacerles reflexionar sobre un tema con el que no están familiarizados y sobre el que estaban llamados a pronunciarse.

Finalmente, el hemiciclo aprobó el jueves una resolución en la que se urge a la Comisión Europea a ir adaptando la legislación a un mundo donde las máquinas ganarán protagonismo hasta convertirse en el centro de gravedad del proceso productivo. “Es un llamado para la creación inmediata de un instrumento legislativo para gobernar la robótica y la inteligencia artificial y anticipar los desarrollos científicos a medio plazo para atender a las grandes cuestiones éticas que enfrenta la humanidad”, resume la jerga técnica del prólogo.

Rachel contempla sus limpios y delicados dedos, sus uñas cuidadosamente pintadas. “Son las manos de una auténtica granjera”, reflexiona, “perfectas para el trabajo”. Está sola, en su sala de control, rodeada de pantallas holográficas en tres dimensiones con gráficos y estadísticas, manejando una explotación situada a decenas de kilómetros de su oficina. Al otro lado de sus pantallas viven cientos de vacas a las que un enjambre acompasado de robots ordeñan, alimentan e incluso inseminan con una selección de esperma escogido entre tubos de ensayo.

Rachel, que estudió “agricultura de precisión”, posee además cientos de cerdos y varias hectáreas de cultivo. Los animales se han acostumbrado a relacionarse con las máquinas, que son capaces de aprender de sus propios errores y adaptar su actividad a las emociones de los seres vivos. Los clientes, cada vez más preocupados por el bienestar del ganado del que se alimentan, pueden consultar por internet incluso las constantes vitales. Las asociaciones de consumidores exigen más y ahora proponen nuevas leyes para tener acceso, 24 horas al día, a las cámaras que graban cada esquina de la finca.

Las aves de campiña sobrevuelan el cultivo y esto es motivo de alegría para Rachel. Estuvieron a punto de extinguirse cuando se introdujeron los drones que se ocupan de sembrar y recolectar, pero están de vuelta gracias a una nueva generación de sensores. El mayor peligro ahora para el ganado y los animales son los virus y enfermedades humanas, además de los accidentes causados por turistas y domingueros que ocasionalmente aparecen por la finca. Para evitarlo, todo está debidamente vallado y aislado.

La imagen no proviene de una novela futurista, sino de uno de los tres escenarios ficticios que el Parlamento Europeo plantea en un informe que sirvió para documentar a sus eurodiputados esta semana. El objetivo era hacerles reflexionar sobre un tema con el que no están familiarizados y sobre el que estaban llamados a pronunciarse.

Finalmente, el hemiciclo aprobó el jueves una resolución en la que se urge a la Comisión Europea a ir adaptando la legislación a un mundo donde las máquinas ganarán protagonismo hasta convertirse en el centro de gravedad del proceso productivo. “Es un llamado para la creación inmediata de un instrumento legislativo para gobernar la robótica y la inteligencia artificial y anticipar los desarrollos científicos a medio plazo para atender a las grandes cuestiones éticas que enfrenta la humanidad”, resume la jerga técnica del prólogo.

"Tardamos dos años en hacer el informe y se concibió, en parte, como reacción al gran temor de la población sobre la posibilidad de que los robots se puedan convertir en un peligro para nuestra seguridad y/o nos acaben quitando el trabajo”, explica la ponente principal, la socialista luxemburguesa Mady Delvaux. “Lo primero ha sido lanzar el debate, que nos acostumbremos a pensar en un futuro que cada vez está más cerca", reflexiona.

"Tras pasar 24 meses escuchando y leyendo a los científicos, ya no me queda la menor duda de que fue un acierto poner esto en marcha. Los robots y la inteligencia artificial van a estar presentes en todos los ámbitos de la vida. Y los legisladores no podemos dejar los asuntos morales y éticos en manos de científicos y empresas. Estamos obligados a pensar en los seres humanos, en su bienestar”.
No es frecuente que la Unión Europea incluya relatos de ficción en sus materiales de trabajo, ni tampoco que sus resoluciones empiecen citando a Frankenstein, al gólem de Praga o las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov. Muchos de los pasajes del informe son familiares para cualquier amante de la ciencia ficción. Los autores se preguntan cosas como si sigue siendo humano en su totalidad alguien que ha incorporado implantes cibernéticos para alterar sus capacidades motrices y psíquicas; si sería necesario regular las relaciones emocionales entre seres humanos y máquinas; o si los robots tienen que ser considerados personas jurídicas.

Se parte en todo el texto de una premisa que la comunidad científica ya no discute: que la inteligencia artificial protagonizará la próxima gran revolución tecnológica, destruyendo a su paso millones de puestos de trabajo y creando otros nuevos, aunque quizá no suficientes. Y se plantean dos mundos posibles y contrapuestos: uno distópico en el que el capital consigue controlar el factor productivo definitivo (el trabajo), el desempleo se dispara en un entorno envejecido y las desigualdades se acentúan. Y otro, utópico, en el que robots que producen la misma energía que consumen hacen los trabajos más pesados, sucios y repetitivos, cuidan de nuestros ancianos y nuestros hijos, pagan nuestras pensiones, producen nuestros alimentos, mientras las personas disfrutamos de una renta básica, con jornadas laborales mucho más creativas, cortas y placenteras.