A la clase obrera sobre los partidos


trabajadores A la clase obrera: sobre los partidos

Así como no hay nada más parecido a un representante de la burguesía que un representante de los trabajadores, no hay nada más parecido a un partido burgués que un partido obrero.
Los partidos políticos, más allá de las intenciones a veces sanas y abnegadas de muchos de sus militantes, se convierten en máquinas burocráticas que sólo están interesadas en su propio poder, y esto inevitablemente lleva a poner sus intereses de grupo por sobre los intereses del movimiento, de los trabajadores en su conjunto.

Muchos trabajadores y estudiantes con aspiraciones progresistas miran desde afuera a los partidos de izquierda, a los partidos que dicen que están a favor de la emancipación de la clase trabajadora y de un mundo sin explotación, y se preguntan “¿por qué no se unen, si están por lo mismo? ¿por qué se pelean por comas y puntos? el enemigo es poderoso y está organizado, así con una izquierda unida y fuerte podríamos enfrentarlo mejor”.

Pero la verdad es que las direcciones de estos partidos (porque los partidos funcionan igual que las empresas y gobiernos, con gente arriba y gente abajo, con gente que piensa y manda y con gente que ejecuta y obedece) no están por lo mismo. Por eso se pelean. Sus motivaciones no están en los ideales que profesan ni en los programas que escriben. Son competidores por el poder dentro del movimiento obrero. Priorizan la pelea entre ellos antes que la pelea de conjunto contra la burguesía y la burocracia sindical porque son empresas disputándose un mismo nicho de mercado: la cabeza y los corazones de aquellos trabajadores y estudiantes que están entrando en la participación socio-política.

Los trabajadores, estudiantes, campesinos, amas de casa, los explotados y oprimidos en general no necesitamos de estas estructuras para unirnos. Son estructuras demasiado condicionadas por este mundo mercantilista y autoritario, no sirven para emanciparnos. ¿Cómo vas a conseguir tu libertad si te sometés a un dirigente? ¿Encima que esta sociedad nos asigna patrones, gerentes, vigilantes, profesores y demás jerarquía… nos vamos a buscar otros jefes más?

Los explotados no son débiles porque estén divididos, están divididos porque son débiles, y son débiles porque siguen aceptando ser representados, ya sea por políticos burgueses o políticos de su propia clase social.

“Ser representado es algo infortunado; sólo lo material, sin espíritu, dependiente y amenazado, necesita una representación.”

Somos representados por nuestros papás cuando somos chicos, por abogados ante un tribunal. Somos representados por otros en situaciones donde no podemos presentarnos nosotros mismos, donde necesitamos que otro nos vuelva a presentar (re-presente).

Si queremos liberarnos, ¿nos sirve la representación? ¿Nos sirven las estructuras que dividen a la gente en representantes y representados, dirigentes y dirigidos?
No, no nos sirven. Entonces, ni nos dejemos atraer por los cantos de sirena de la izquierda y sus promesas falsas de libertad ni nos preocupemos de su falta de unidad. Hagamos las cosas entre nosotros. Sin siglas ni dirigentes.

http://panfletossubversivos.blogspot.com


El Derecho al Ocio y a la Expropiación Individual


Tu haces un trabajo que te gusta, que tienes una ocupación independiente y a quien el yugo del patrón no molesta mayormente; tú también que te sometes resignado o cobarde en tu calidad de explotado: ¿cómo te atreves a condenar así, tan severamente, a aquellos que ha pasado al plano de ataque en contra del enemigo?Una sola cosa te queremos decir: "¡Silencio!", por honestidad, por dignidad, por fiereza. -¿No sientes el sufrimiento de ellos? ¡Cállate!- ¿No tienes la audacia de ellos? Entonces, otra vez ¡cállate!Cállate, porque tú no sabes las torturas de un trabajo y de una explotación que se odian.Desde hace mucho tiempo se viene reclamando el derecho al trabajo, el derecho al pan, y, francamente, en el trabajo nos estamos embruteciendo. No somos más que lobos en busca de trabajo, -de un trabajo duradero, fijo- y a la conquista de él se encaminan todos nuestros afanes. Estamos a la pesca continua, obsesionante del trabajo. Esta preocupación, esta obsesión nos oprime, no nos abandona nunca. Y no es que se ame al trabajo. Al contrario, lo odiamos, lo maldecimos: lo cual no impide que lo suframos y lo persigamos por todas partes. Y mientras imprecamos en su contra, lo maldecimos también porque se nos va, porque es inconstante, porque nos abandona -después de un breve tiempo: seis meses, un mes una semana un solo día. Y he aquí que transpuesta la semana, pasado el día, la búsqueda empieza de nuevo con toda la humillación que ella entraña para nuestra dignidad de hombres; con el escarnio que implica a nuestras hambres: con la befa moral nuestro orgullo de individuos conscientes de este ultraje, relajándonos y pisoteando nuestros derechos rebeldes, de anarquistas.

Nosotros, anarquistas, sentimos la humillación de esta lucha para huirle al hambre y sufrimos la ofensa de tener que mendigar un pedazo de pan que nos es concedido de cuando en cuando como una limosna y a condición de renegar o poner en el desván de los trastos inútiles nuestro anarquismo (si no queréis usar de medios ilegales para defender vuestro derecho a la vida, sólo os quedará como lugar de reposo el cementerio), y sufrimos más, porque tenemos conciencia de la injusticia que se realiza en contra nuestra.

Pero donde se agranda nuestro sufrimiento hasta adquirir caracteres trágicos, es al desentrañar la vergonzosa comedia de la falsa piedad que se desarrolla a nuestro derredor, mordiéndonos de rabia por nuestra impotencia y también por sentirnos un poco viles -vileza que es a veces justificada, pero que casi siempre no tiene justificación alguna frente a esta inicua y cínica hipocresía que nos hace pasar a nosotros, trabajadores, como los beneficiados, cuando somos los benefactores; que nos coloca en situación de mendigos a quienes se quita el hambre por misericordia, mientras, que en realidad somos nosotros los que damos de comer a todos los parásitos y les procuramos el bienestar de que gozan: que consumimos nuestras vidas entre los horrores de las privaciones, para saturar de goces las de ellos, para permitir sus expansiones, sus placeres, -su ocio,- teniendo conciencia del despojo a que se nos somete. Quiere prohibirsenos hasta el poder sonreír ante las maravillas de la naturaleza, porque se nos considera como instrumentos, nada más que como instrumentos para embellecer su vida parasitaria.Nos damos cuent de toda la insensatez de nuestros afanes; sentimos lo trágico, mejor dicho lo ridículo de nuestra situación: imprecamos, maldecimos, nos sabemos locos y nos sentimos viles, pero todavía continuamos bajo la influencia (como cualquier mortal) del ambiente que nos circunda, que nos envuelve en una malla de frívolos deseos, de mezquinas ambiciones de "pobres cristos" que creen mejorar un poco sus condiciones materiales, intentando arrancar de entre los dientes de los lobos -de los que poseen y defienden la riqueza- una migaja de pan que no se consigue más que al elevado precio de nuestra carne y de nuestra sangre dejadas en los engranajes del mecanismo social.Y, a pesar nuestro, por necesidad o sugestión colectiva, nos dejamos arrastrar por el torbellino de la locura común.

Y rotas, en nosotros, las fuerzas que nos mantienen íntegros en nuestra conciencia que ve claro en las cosas y sabe que no lograremos nunca por este camino destrozar las cadenas que nos mantienen esclavos, porque no se destruye la autoridad colaborando con ella, ni se disminuye el poder ofensivo del capital ayudando a acumularlo con nuestro trabajo, con nuestra producción; rotas estas resistencias, decía, comenzamos a acelerar el paso y bien pronto veloz carrera, loca carrera sin sentido ni fin, que no nos conduce más que a soluciones transitorias, siempre vanas e inútiles.¿Qué decir? ¿Avidos de ganancia? ¿Sugestión del ambiente? ¿Insensatez? De todo un poco, aunque bien sabemos que con nuestro trabajo, bajo las condiciones del sistema capitalista, no resolveremos ningún problema esencial de nuestras vidas, salvo raros casos particulares y condiciones especiales.

Cada aumento de nuestra actividad en el presente sistema social no tiene otro resultado que un aumento de la explotación en nuestro daño.Impostores son aquellos que afirman que la riqueza es fruto del trabajo, del trabajo honesto, individual.Pasemos adelante. ¿Para qué detenerse a rebatir los sofismas de ciertas teorías económicas que no son sinceras ni honradas y que sólo convencen a los pobres de espíritu -desgraciadamente son la mayoría de la sociedad,- que no persiguen otra finalidad que la de cubrir torpes intereses con la apariencia de la legalidad y del derecho. Todos vosotros sabéis que el trabajo honrado, el trabajo que no explota a otros, no ha creado nunca, en el presente sistema, el bienestar de persona alguna y mucho menos, su riqueza puesto que esta es el fruto de la usura y de la explotación, las cuales no se diferencian del crimen más que en las formas exteriores.

Después de todo, no nos interesa un relativo bienestar material obtenido por la extenuación de nuestros músculos y de nuestro cerebro: queremos, sí, el bienestar adquirido por la posesión completa, absoluta del producto de nuestro esfuerzo, la posesión incontrastable de todo aquello que sea creación individual.Estamos, entonces, consumiendo nuestra existencias a total beneficio de nuestros explotadores, persiguiendo un bienestar material ilusorio, eternamente fugitivo, jamás realizable en una forma concreta, estable, porque la liberación de la esclavitud económica no nos podrá llegar por medio de un aceleramiento de nuestra actividad en la producción capitalista, sino con la creación consciente, útil, y con la posesión de lo que se produce.Es falso decir: "una buena recompensa, un buen salario por una buena jornada de trabajo". Confiesa esta frase que deben existir los que producen y los que se adueñan del producto, y que después de haber quitado una buena parte para ellos -aún no habiendo participado en su creación- distribuyen, en base de criterio y principios absurdos, enteramente arbitrarios, aquello que creen conveniente darle al verdadero productor.

Establece la retribución parcial, el robo, la injusticia: consagra, por lo tanto, de hecho, la explotación.El productor no puede aceptar como base equitativa y justa la retribución parcial. Solamente la posesión integra puede establecer las bases de la Justicia Social. Por consecuencia, todo concurso nuestro a la producción capitalista es un consentimiento y una sumisión a la explotación que se ejerce sobre nosotros. Cada aumento de producción es un remache más para nuestras cadenas, es agravar nuestra esclavitud.Más trabajamos para el patrón, más consumimos nuestra existencia, encaminándonos rápidamente hacia un fin próximo.Más trabajamos, menos tiempo nos queda para dedicarlo a actividades intelectuales o ideales; menos podemos gustar la vida, sus bellezas, las satisfacciones que nos puede ofrecer; menos disfrutamos de las alegrías, los placeres, el amor.

No se puede pedir a un cuerpo cansado y consumido que se dedique al estudio, que sienta el encanto del arte: poesía, música, pintura, ni menos que tenga ojos para admirar las infinitas bellezas de la naturaleza. Un cuerpo exhausto, extenuado por el trabajo, agotado por el hambre y la tisis no apetece más que dormir y morir. Es una torpe ironía, una befa sangrienta, el afirmar que un hombre, después de ocho o más horas de un trabajo manual, tenga todavía en sí fuerzas para divertirse, para gozar en una forma elevada, espiritual. Sólo posee, después de la abrumadora tarea, la pasividad de embrutecerse, porque para esto no necesita más que dejarse caer, arrastrar.A pesar de sus hipócritas cantores, el trabajo, en la presente sociedad, no es sino una condena y una abyección.

Es una usura, un sacrificio, un suicidio.¿Qué hacer? Concentrar nuestros esfuerzos para disminuir esta locura colectiva que marcha hacia el enervamiento. Es preciso poner en guardia al productor en contra de este fatigoso afán, tan inútil como idiota. Es necesario combatir el trabajo material, reducirlo al mínimo, volverse vagos mientras vivamos en el sistema capitalista bajo el cual debemos producir.El ser trabajador honrado, hoy día, no es ningún honor, es una humillación, una tontería, una vergüenza, una vileza.

El llamarnos "trabajadores honrados" es tomarnos el pelo, es burlarse de nosotros, es, después del daño, agregarnos la burla.¡Oh soberbios y magníficos vagabundos que sabéis vivir al margen de las conformaciones sociales, yo os saludo! Humillado, admiro vuestra fiereza y vuestro espíritu de insumisión y reconozco que tenéis mucha razón en gritarnos: "es fácil acostumbrarse a la esclavitud".***¡No!, el trabajo no redime, sino que embrutece. Los bellos cantos a las masas activas, laboriosas, pujantes: los himnos a los músculos vigorosos: las aladas peroraciones al trabajo que ennoblece, que eleva, que nos libra de las malas tentaciones y de todos los vicios, no son más que puras fantasías de gentes que nunca han tomado el martillo ni el escalpelo, de gentes que nunca han encorvado el lomo sobre un yunque, que jamás se han ganado el pan con el sudor de su frente.

La poesía consagrada al trabajo manual no es más que una irrisión y un engaño que nos deberían hacer sonreír, si no llenarnos de indignación y rebeldía.¡La belleza del trabajo ... el trabajo que eleva, ennoblece, redime! ...¡Si, si! Mirad allá, a lo lejos. Son los obreros que salen de las fábricas que surgen de las minas, que abandonan los puertos, los campos, después de la jornada de trabajo. ¡Miradlos, miradlos! Apenas si sus piernas pueden soportar aquellos cuerpos derrengados. Escrutad esas caras pálidas, mustias, extenuadas.

Asomaos a esos ojos tristes, mortecinos, sin luz, sin vitalidad. ¡Ah, los bellos, los potentes músculos ... la alegría de los corazones por el trabajo que ennoblece! ...Penetrad en aquella fábrica y observarlos en su actividad. Enclavados cojo parte integrante de la máquina, están constreñidos a repetir por mil, por diez mil veces el mismo movimiento, automáticamente, como la máquina, sin que casi sea necesaria la intervención de sus cerebros. Podrían muy bien haberlos dejado en sus casos, puesto que una vez emplazados en sus puestos, continuaría igualmente sus trabajos. No conservan nada de la propia personalidad, de la propia individualidad. No son seres sensibles, pensantes, creadores. No son más que cosas sin espiritualidad, sin impulso propio. Van porque todos van. Se mueven con ritmo uniforme, igual, sin independencia. Se les ha ordenado ejecutar aquel movimiento y lo deben hacer hoy, mañana, .. ¡siempre! ... ¡cómo las máquinas! ...Hemos llegado a la destrucción completa de la personalidad humana en el ochenta por ciento de la producción moderna.

No se hallan ya los artesanos, los artistas. La producción capitalista, no los pide, no los precisa. Se han inventado cosas para cada necesidad y máquinas para hacerlo todo, y hemos llegado al punto de tener que crear nuevas necesidades para poder fabricar nuevos productos. En realidad es esto lo que ya se hace y es por esto que la vida se va siempre complicando más y el vivir se hace cada día más difícil.Se ha suprimido la estética de las cosas y no se crea más que en serie, en montón. Se han educado los gustos en línea general; se ha distribuido en los individuos cualquier, originalidad artística, cualquier antojo diferente, y se ha alcanzado -¡oh, prodigio de la propaganda!- hacer apetecer a la generalidad aquello que a los capitalistas conviene fabricar: una misma cosa para cada individualidad distinta.

Ya no se tiene necesidad de seres que creen, sino de entes que fabriquen; ya no existen -¡ay!- artistas, obreros intelectuales; sólo quedan obreros manuales. No se pone más a prueba nuestra inteligencia; en cambio, se mira si tenéis buenos músculos, si sois vigorosos. No se mira mucho lo que sabéis, sino cuánto podréis producir. No sois vosotros los que hacéis marchar la máquina, es la máquina la que os hace marchar. ¡Y aunque parezca paradoja! -y no es más que la pura realidad- es también la maquina la que "piensa" lo que ha de hacerse, quedándoos a vosotros sólo la obligación de servirla, de hacer lo que ella enseña.

Es ella el cerebro y vosotros el brazo; ella la materia pensante, creadora y vosotros la materia bruta, autómata: ella, la individualidad, vosotros la ... máquina.¡Horror! Si una sola individualidad se introdujese en el funcionamiento de la oficina Ford, por ejemplo, ella destruiría todo el engranaje de la producción.***Los obreros no son más que presidiarios. O, si os ha de servir de mayor consuelo, soldados acuartelados en las fábricas. Todos marchan al mismo paso; todos hacen -a pesar de la variedad de los objetos- los mismos movimientos. No encontramos ya ninguna satisfacción en los trabajos que hacemos; no nos apasionamos por ellos, porque nos sentimos completamente extraños a los mismos. Seis, ocho, diez horas de trabajo, son seis, ocho, diez horas de sufrimiento, de angustia.No amamos, no, el trabajo; lo odiamos. No es nuestra liberación, ¡es nuestra condena! No nos eleva y libra de los vicios; nos abate físicamente y nos aniquila moralmente hasta tal extremo que nos deja incapacitados para sustraernos a ellos. Será necesario realizar estos trabajos, lo sé, pero será siempre de mala gana si se quiere mantener también mañana el presente sistema por economía de esfuerzos. Será siempre sufriendo aún cuando la jornada sea reducida a menos horas.

Yo no sé qué piensan los animales de la carga que se les coloca sobre el lomo; pero lo que si sé decir por lo que observo y por lo que por mi mismo siento, es que el hombre no ejecuta con alegría, con verdadera satisfacción, más que los trabajos intelectuales, artísticos. Si al menos no considerase malgastado e inútil su sacrificio, el hombre se armaría de coraje y su fatiga le parecería menos amarga, menos dolorosa. Pero cuando observa que todo su esfuerzo es malgastado, que no es sino el trabajo de Sisifo con innumerables desastres y sacrificios en cada recaída, entonces el coraje huye de su corazón y en cada ser consciente, en cada ser sensible y humano, el odio se enciende en contra de este bárbaro y criminal estado de cosas y la aversión y la rebeldía en contra del trabajo es inevitable.

Se comprende, entonces, que existan los desconformes que no quieren doblegarse a esta esclavitud repugnante. Se comprende que existan los vagabundos indomables que prefieren la incertidumbre de su mañana -la mayoría de las veces sin el mísero mendrugo acordado al trabajador constante- antes que someterse a este sistema humillante. Se comprende la bohemia incorregible, sin genio si queréis, pero que no forma parte en el cortejo humillante de los arias ... Y se comprende, también, a los grandes haraganes, los ociosos ideales que pasando su vida en completa hermandad con la naturaleza, gozando al contemplar las maravillosas auroras, los melancólicos crepúsculos, colmando sus espíritus de melodías que sólo una vida simple y libre puede procurarles, imponiendo silencio a las imperiosas necesidades del hambre por no caer en la esclavitud en la cual nosotros estamos hundidos.

Sentados al borde del camino observan con infinita tristeza, con profunda piedad, la negra caravana que todos los días se encamina dócil y deshecha hacia las fábricas -prisiones que los engullen ya exhaustos y los devuelven por la noche hechos cadáveres.Y huyen, huyen estos ociosos ideales con el corazón oprimido al ver tanta estulticia, tanta miseria, tanta locura.

Huyen hacia la vida libre, indócil, no conformista diciéndole a su corazón que antes de someterse cada día a esta vida miserable, vil y privada de elevación y espiritualidad, la muerte es preferible.Odiar el trabajo manual en régimen capitalista, no significa ser enemigo de toda actividad, como aceptar la expropiación individual no equivale a hacer la guerra al trabajador-productor, sino al capitalista-explotador.Estos vagabundos ideales a los que tanto admiro, tienen una actividad, viven una intensa vida espiritual, riquísima en experiencias, observaciones, goces. Son enemigos del trabajo, porque encuentran malgastados en gran parte sus esfuerzos en aquella dirección; no pueden, por lo tanto, someterse a la disciplina que exige aquella especie de actividad, y no quieren tolerar que se haga de ellos una máquina sin cerebro, que se mate, en fin, en ellos aquella personalidad, que es lo que más aprecian.

Entre estos vagabundos espirituales, -refractarios a la domesticación y disciplina capitalistas, -es necesario buscar los expropiadores los partidarios de la expropiación individual, aquellos que no quieren esperar a que las masas estén preparadas y dispuestas para cumplir el acto colectivo de justicia social. Estudiando bien los matices psicológicos, éticos y sociales que determinan esa actitud en ellos, sabremos comprender, justificar y apreciar mejor sus actos y también defenderlos de los ataques biliosos de muchos de aquellos que aún compartiendo las mismas ideas sobre muchos otros problemas, se afanan en tirar fango sobre, estos impacientes que no saben resignarse hasta que llegue el día de la redención colectiva.El derecho a la expropiación individual no se puede negar, basándose sobre un cierto derecho colectivo a la expropiación. Si fueramos socialistas o comunistas-bolcheviques, podríamos negar al individuo el derecho de apropiarse -por los medios que estime más convenientes- de aquella parte de riqueza que a él como productor le pertenece. Porque los bolcheviques y los socialistas niegan la propiedad individual y admiten una sola forma de propiedad: la colectiva. Pero este no es el caso de los anarquistas, sean individualistas o comunistas, pues todos teórica y prácticamente admiten tanto la propiedad individual como la colectiva. Y si admite el derecho a la posesión individual, ¿cómo podría negarse al individuo el mismo derecho a servirse de los medios que crea oportunos para entrar en posesión de lo que le pertenece?Cada acreedor (y éste sería la clase productora frente a la capitalista) toma por la garganta a su deudor en la hora y en la forma que más le convenga, y se hace restituir su producto -el cual se le ha arrebatado con el engaño y la violencia- en el menor tiempo posible. El individuo, basándose en la libertad, -y la libertad es la doctrina de la anarquía,- es el único y solo árbitro y juez en este acto de restitución.

Se ha admitido la oportunidad y la necesidad de un acto colectivo, de una revolución social para expropiar a la burguesía, y el individuo, aún individualista, se asoció voluntario a esta idea, porque fue creencia general que un esfuerzo colectivo nos libraría más fácilmente de la esclavitud económica y política.Pero desde hace años esta confianza ha decrecido en muchos anarquistas.Ha tenido que admitirse, al fin, que una verdadera liberación, una liberación profunda, anárquica, que arrancara de la conciencia de las masas -con seguridad de nunca más volver- el fetiche autoridad y nos permite instaurar un estado de cosas que no violara la libertad de cada uno, necesita forzosamente una larga preparación cultural, por consecuencia, muchos años todavía de sufrimientos bajo la explotación capitalista. De esto ha derivado que muchos rebeldes nuestros, que en un primer momento habían abrazado con entusiasmo la idea de una revolución expropiadora se han dicho -sin disasociarse por esto del necesario trabajo de preparación revolucionaria- que tal espera significaba el sacrificio de toda su vida, consumida en condiciones odiosas y bestiales, sin ninguna alegría, sin goce alguno, y que la satisfacción moral de una lucha cumplida en pro de la liberación humana no era lenitivo suficiente para sus propias penas."No tenemos más que una vida -se han dicho en su corazón- y ésta se precipita hacia su fin con la rapidez del relámpago.

La existencia del hombre con relación al tiempo no es verdaderamente más que un instante fugaz. Si se nos esfuma este instante, si no sabemos extraerle el jugo que en forma de alegría nos puede dar, nuestra existencia es vana y desperdiciamos una vida de cuya pérdida no nos resarcirá la humanidad. Por lo tanto, es hoy cuando debemos vivir, no mañana. Es hoy cuando tenemos derecho a nuestra parte de placeres, y lo que hoy perdemos el mañana no nos lo puede restituir: está definitivamente perdido. Por eso es que hoy queremos gozar nuestra parte de bienes, es que hoy deseamos ser felices".Pero la felicidad no se alcanza en la esclavitud. La felicidad es un don del hombre libre, del hombre dueño de sí mismo, dueño de su destino; es el supremo don del hombre, hombre que se niega a ser bestia de carga, resignada bestia que sufre, produce y está privada de todo.

La felicidad se obtiene en el ocio. También se adquiere con el esfuerzo, pero con el esfuerzo útil, con el esfuerzo que procura mayor bienestar - aquel esfuerzo que acrecienta la variedad de mis adquisiciones, que me eleva, que de verdad me redime.No hay, por lo tanto, felicidad posible para el trabajador que durante toda su vida está ocupado en resolver el terrible problema del hambre.No hay felicidad posible para el paria que no tiene otra preocupación que su trabajo, que no dispone sino del tiempo que dedica al trabajo. Su vida es bien triste, bien desoladora, y para poder soportarla arrastrarla, aceptarla sin rebelarse, se precisa, un gran coraje o una gran dosis de cobardía.Del deseo de vivir, de la desesperación íntima y profunda que nos coloca frente a la perspectiva de toda una vida consumida, para beneficio de gente indigna, de la desolación sentida al perder la esperanza en una salvación colectiva durante la fugaz trayectoria de nuestra breve existencia: he ahí de lo que está formada la rebelión individual; he ahí de qué fuegos están alimentados los actos de expropiación individual.

Triste, muy triste, es la vida del trabajador inconsciente; pero, ¡ay de mí!, la vida del anarquista es verdaderamente trágica.Si vosotros nos sentís todos los sufrimientos, toda la desesperación de vuestra trágica situación, permitidme deciros que tenéis piel de conejo y que el yugo no os está tan mal. Y si el yugo no os pesa; si por vuestra situación particular no sentís la apresión directa del patrón; si, a pesar de todas vuestras superficiales lamentaciones, no podéis vivir sin el trabajo, por qué no sabéis cómo ocupar vuestras horas de ocio, y a falta de un trabajo manual, os aburrís terriblemente; si sabéis aguantar la disciplina cotidiana de la oficina, respetar los continuos reproches de los capataces imbéciles o malvados, reventar de trabajo primero, y de hambre después, sin que sintáis las ganas de abrazar al más odioso de los criminales, de llamarlo hermano y no sentiros invadir la ternura hacia el oficio de verdugo, vosotros no habéis alcanzado el grado necesario de sensibilidad para comprender los sufrimientos espirituales y los motivos sociales que determinan los actos de expropiación individual, -de aquellos de los cuales yo hablo- y todavía menos tenéis derecho de condenarles.

Porque no sólo el anarquista constata todo lo odioso de un trabajo bestial, criminal y no pocas veces inútil para el bien suyo y el de la humanidad; no solamente se ve obligado a participar él mismo en el mantenimiento de su propia esclavitud, la de sus compañeros y la del pueblo en general, sino que debe ejecutar este trabajo en una forma y condiciones tan horribles, tan insoportables y llenas de peligro que su vida se siente amenazada todos los instantes de la larga jornada; porque su trabajo, ciertos trabajos que deben efectuar algunas categorías de obreros (y digo "categorías" porque hay varios obreros que no conocen la bestialidad y el peligro terrible de ciertos trabajos ejecutados por otros trabajadores), no solamente implican una verdadera esclavitud, sino que se asemejan a un verdadero suicidio.En el fondo de las minas, al lado de las máquinas monstruosas, en las infernales fundiciones, en medio de los productos malsanos, la muerte está siempre en acecho.

Cuerpos que se vuelven tísicos, pulmones envenenados, miembros lacerados, cuerpos curvados, ojos privados de la luz eterna, cráneos aplastados, he ahí lo que los honrados trabajadores, a millares ganan con el sudado pan. Y ninguna piedad para ellos, ninguna moral, ninguna religión para conmover al aprovechador que junta sus millones amasados con diarios crímenes cometidos para obtener un poco más de beneficio, para llevar a sus cajas unos centavos más.¡Es necesario, por lo tanto, rodearlo de nuestra ternura, vaciar nuestro depósito lacrimógeno ante la mala fortuna que puede caer sobre la cabeza de alguno de ellos, por el hecho forzado de alguno de los nuestros!Verdad, es que debemos mostrarnos buenos, humanos, generosos cuando se trata de respetar la bolsa o la piel de nuestros enemigos, y buenas bestias cuando nuestros enemigos nos hacen reventar.¿De modo qué individualmente, no tenemos el derecho de tomar en nuestras manos la espada de la justicia sin el consentimiento colectivo? - ¡No violéis la virginidad de la moral común con vuestros todavía no santificados pecados! ¡Un poco de paciencia, hermanos míos, que el reino del Señor vendrá para todos!"Si tenéis hambre, gruñid, pero quietos: nosotros no estamos todavía prontos. Si se os apalea, rugid, pero no os mováis: tenemos aún plomo en los pies. Si se os masacra, después de haberos robado, ¡alto ahí! Volved la cara al ladrón, nosotros os proclamaremos héroes. Pero si queréis recobrar el dinero sin nuestro consentimiento, aunque fuese con vuestro único riesgo, no lo hagáis, porque entonces no seréis más que villanos bandidos. Es la moral, nuestra moral".¡Mierda, entonces!Y me será permitido hacer una pregunta, la siguiente: cuando el capital me roba y me hace morir de hambre, ¿quién es el robado y quién el que muere de hambre: yo o la colectividad? ¿Yo? Y ¿por qué, entonces, solamente la colectividad tendrá el derecho de atacar y defenderse?Yo sé que la acción del expropiador se puede prestar a muchas falsas interpretaciones, a muchos equívocos. Pero la culpa de todo esto, la responsabilidad por la falsificación de los motivos éticos, sociales y psicológicos que han determinado y determinan -en su gran mayoría- los actos individuales de expropiación, cae principalmente -en gran parte- sobre la mala fe de sus críticos.

No por esto quiero sostener que todos sus críticos son de mala fe, porque sé muy bien que existe gran parte de compañeros que cree sinceramente que estos actos son nocivos a los fines inmediatos de nuestra propaganda. Cuando hablo de mala fe, quiero señalar a aquellos anarquistas tan sectarios y tan individualófobos, que a cada acto de expropiación empiezan por llamarlo "robo", queriendo con esto negar al gesto cualquier base social y éticamente justificable desde el punto de vista anarquista, para asociarlo y ponerlo en común con todos aquellos individuos vulgares e inconscientes (en gran, parte también excusables porque son productos genuinos del presente sistema social) que hacen el ladrón con la misma indiferencia que harían el verdugo si esta última profesión les procurase aquello que buscan.Sin embargo, yo estoy bien lejos de justificar siempre y en todas las circunstancias al expropiador. Una cosa que encuentro condenable en cierto número de expropiadores, es la corrupción a que se entregan cuando un buen golpe les ha salido bien. En ciertos casos, lo admito, la crítica y la condenación están bien justificadas, pero a pesar de todo esto, ella no puede llegar más allá de aquella hecha al buen trabajador que consume su sueldo en borracherías y prostíbulos, hecho que, desgraciadamente, ocurre todavía y demasiado frecuentemente entre los nuestros.Ha sido dicho por ciertos críticos que la apología del acto individual engendra en ciertos anarquistas el utilitarismo mezquino, una mentalidad estrecha y en contradicción con los principios de la anarquía, suposición tan antojadiza como decir que cada anarquista que tenga contacto con elementos no anárquicos, acaba por pensar en forma antianárquica.Pero hay una cosa que no quiero olvidarme de decir, y es la siguiente: siendo la expropiación un medio para substraerse individualmente a la esclavitud, los riesgos deben ser soportados individualmente, y los compañeros que practican la expropiación "per se" pierden todo derecho -aunque exista para las otras actividades anarquistas, y yo no lo creo- a reclamar la solidaridad de nuestro movimiento cuando caen en desgracia.La intención mía en este estudio no es la de hacer la apología de éste o de aquel hecho, sino la de llegar a las raíces del problema, la de defender el principio y el derecho a la expropiación, y el mal uso que ciertos expropiadores hacen del fruto de sus empresas, no destruye el hecho mismo, como le hecho de que existan perfectos canallas que se llaman anarquistas, no destruye el contenido ideológico de la anarquía.Examinemos una más grave acusación, la condena máxima: aquella que sostiene que los actos de expropiación individual atentan contra los principios anarquistas.Se ha llamado a los expropiadores, parásitos, ¡y es cierto! Son parásitos; no producen nada. Pero son parásitos involuntarios, forzados, porque en la presente sociedad, no puede haber más que parásitos o esclavos.No hay duda alguna que son parásitos, pero lo que nadie podrá hacer es llamarles esclavos. Los esclavos, en cambio, en su gran mayoría, son también parásitos mucho más costosos que aquellos. Y el parasitismo de esta mayoría de productores es mucho más inmoral, cobarde y humillante que aquel de los expropiadores.¿Llamaréis productor, trabajador honrado o parásitos a aquel que está empleado en la fabricación de joyas, de tabaco, de alcohol, u ocupado nel far la ... serva al prete? (N. de R. "hacerle de sirvienta al cura").Se me dirá que este parasitismo también es impuesto, que la necesidad de vivir nos obliga, a pesar nuestro, a someternos a esta actividad negativa y dañosa.Y con esta pobre excusa, con este cobarde pretexto se gana el pan nuestro, en forma vergonzosa y hasta criminal.

Verdadera complicidad en el delito; criminalidad no inferior a aquella de los primeros responsables: los burgueses.Y después de todo, ¿podréis negar que el rehusarse a colaborar en los embrollos de este régimen criminal, no es mucho más anárquico que el primero? ¿Podréis negar, acaso, que los dos tercios de la población de nuestras metrópolis sean parásitos?Es innegable que si por productores se calculan sólo aquellos que están ocupados en una producción verdaderamente útil, la humanidad, en su gran mayoría, se debe considerar parásita. Trabajéis o no trabajéis, si no formáis parte de la categoría de los campesinos o de las pocas categorías verdaderamente útiles, no podéis ser más que parásitos, aunque os creáis trabajadores honrados.Entre el parásito-trabajador que se somete a la esclavitud económico-capitalista y el expropiador que se rebela, prefiero a este último.

Este es un rebelde en acción, el otro es un rebelde que ladra, pero ... no muerde, o morderá solamente el día de la santísima redención.Dividido el esfuerzo entre toda la colectividad, dos o tres horas de trabajo, al día serían suficientes para producir todo lo que se necesitaría para llevar una vida holgada. Tenemos, por lo tanto, derecho al ocio, derecho al reposo. Si el presente sistema social nos niega este derecho es preciso conquistarlo por cualquier medio.Es triste, en verdad, el tener que vivir del trabajo de otros. Se prueba la humillación al sentirse igualados a los parásitos burgueses, pero se saborean también grandes satisfacciones.Parásitos sí; pero no se beben las amargas heces de la sabida vileza, de la consentida expresión, no se sienten los tormentos de saberse uno de aquellos que, humillados van uncidos al carro del triunfador, regando el camino con su propia sangre; uno de aquellos que ofrecen riquezas a los parásitos y mueren de hambre sin osar rebelarse; uno de aquellos que construyen palacios y viven en tugurios, que cultivan el trigo y no pueden quitar el hambre a sus chicos; uno de la muchedumbre anónima y envilecida que se yergue un segundo al recibir el golpe del amo, pero que se somete todos los días, se conforma con el estado social, actual y, depuesta su momentánea actitud, tolera, ayuda y ejecuta todas las infamias, todas la bajezas.No productores, es cierto, pero no cómplices. No productores, sí; ladrones si queréis -si vuestra poltronería tiene necesidad de otra ruindad para consolarse,- pero no esclavos. Desde hoy, cara a cara, mostrando los dientes al enemigo.Desde hoy, temidos y no humillados.

Desde hoy, en estado de guerra contra la sociedad burguesa. Todo, en el actual mundo capitalista, es indignidad y delito; todo nos da vergüenza, todo nos causa náuseas, nos da asco. Se produce, se sufre y se muere como un perro. Dejad, al menos, al individuo la libertad de vivir dignamente o de morir como hombre, si vosotros queréis agonizar en esclavitud.El destino del hombre, se ha dicho, es aquel que él mismo se sabe forjar; y hoy no hay más que una alternativa: o en rebeldía o en esclavitud.

(texto publicado en el número 8 -mayo 2007- de la edición en papel de la revista Rojoscuro, pero cuyo original fue redactado por Severino Di Giovanni bajo el pseudónimo de "Briand" en 1933)

Lobo no come lobo


A.C.A.B.


Los maderos no son obreros


El pasado domingo, una concentración de funcionarios frente al Congreso, convocada a través de Twitter, acabó convirtiéndose desde las 9 p.m. en manifestación no autorizada por las calles del centro de Madrid. Una buena parte de los manifestantes eran miembros de los cuerpos represores del Estado.
Anteyer era domingo, 15 de julio de 2012. Se cumplían 14 meses exactos de lo que algunos, ilusos, pensamos que podría haber sido una revolución en Madrid.
Una concentración de funcionarios frente al Congreso, convocada a través de Twitter bajo el hashtag #AcampadaFuncionarios, se acabó convirtiendo, desde las 9 de la noche, en manifestación no autorizada por las calles del centro de Madrid (Paseo del Prado, Recoletos, Atocha, Gran Vía y Carrera de San Jerónimo).
Este humilde redactor, agredido y detenido por policías nacionales durante una manifestación hace unos meses, y pendiente de un juicio donde le acusan falsamente de atentado a la autoridad, penado con hasta 6 años de cárcel, ya no suele ponerse en la primera fila de las manifestaciones, que es donde ocurren las cosas. Por eso anoche, hacia las 10:30 p.m., nos limitamos a ver pasar la marcha de funcionarios por la Gran Vía: desde una acera y con cierta desgana.
La primera gran sorpresa que nos llevamos fue la de reconocer a muchísimos policías infiltrados en la manifestación. ¿Tan peligrosos iban a ser los funcionarios madrileños como para tener que infiltrar a todos esos tipos musculosos, reventadores profesionales de manifestaciones, a los que ya, por desgracia, conocemos bien el aspecto, la vestimenta y hasta las caras?
La segunda gran sorpresa ocurrió un momento después: resulta que todos aquellos maderos, cabecitas bien rapadas, mirada inquisidora, cuerpos deformados por la mezcla de anabolizantes y comida basura, se estaban dizque “manifestando”. El gobierno de Rajoy les había quitado su paga extra y sus días de libre disposición, y ellos habían decidido salir a la calle a mostrarle su descontento. Para ello, y ante la perplejidad de los “quincemeros” que por allí husmeábamos, se habían apropiado de los eslóganes de nuestra primera acampada: “¡Vuestra crisis no la pagamos!”, “¡Lo llaman democracia y no lo es!” y “¡Manos arriba, esto es un atraco!”
Eso cuando cantaban. Porque la mayor parte del tiempo, el 50% de policías que conformaban aquella mani, junto al otro 50% compuesto por bomberos, profesores, empleados de oficinas públicas y demás familia, marchaban en silencio.
Hacia las 10:45 p.m. este redactor no pudo aguantar su cólera. En la acera de la Gran Vía, a la altura de la Calle Montera, y aprovechando el eslogan “¡No nos mires, únete!” que alguno de los funcionarios iba canturreando, me puse a gritar el viejo eslogan libertario: “¡Los maderos, no son obreros!” Inmediatamente, empecé a sentir las miradas inquisidoras procedentes de varios grupitos de policías que marchaban ilegalmente por la Gran Vía. Eran miradas de “te estoy fichando, ya sé quién eres, no te pongas chulo porque te voy a joder la vida”. Después de cinco años viviendo en Madrid, uno ya puede distinguir bien esas miradas, y reconocer a un policía español en cualquier circunstancia. Un agente que marchaba de la mano de su novia, después de escuchar mi grito y hacerme el consuetudinario fichaje visual, se encaró conmigo y me llamó “subnormal” y, cómo no, “perroflauta”.
- “Subnormal. ¿Qué dices, perroflauta? ¡Perroflauta!”
Yo me tuve que callar la boca. No me extrañaría nada que el madero ese se hubiese venido a la mani con su arma reglamentaria. Cualquier discusión con él, si yo me ponía chulo, podía acabar arruinándome la vida.
Al lado de los funcionarios, casi escoltándolos, marchaban los antidisturbios. Ayer, en vez de dar hostias en la cabeza y disparar balas de goma a ancianos y niños, lanzaban sonrisas a quienes cortaban la calle e impedían el libre tránsito de los vehículos. En el Twitter, hacia las 11.30 p.m., el famoso “twittero” @Fanetin anunciaba a bombo y platillo que los antidisturbios se habían quitado sus cascos en solidaridad con los manifestantes que se congregaban junto al edificio del Congreso en la Carrera de San Jerónimo.  En realidad, los mercenarios de las UIP llevaban desde las 8 de la tarde intercambiando chascarrillos con sus compañeros, por una vez convertidos en manifestantes de verdad, no disfrazados.
Lleno de rabia e impotencia, bajé la calle Montera hacia la puerta del Sol. Allí nos quedamos mirando a los manteros que intentaban vender su mercancía en una esquina de la plaza. La mera contemplación de esa escena, cualquier día o cualquier noche del año, es algo que debería motivar la indignación y la rabia de los ciudadanos españoles y hacerlos salir a la calle a cambiar las leyes, el orden establecido, el sistema o como quieran llamarlo. Policías municipales y nacionales (de uniforme y de paisano) los hostigan a cada minuto, los persiguen con sus motos como si fueran carne de cacería, mientras ellos, casi todos africanos y sin permiso de residencia, intentan ganarse la vida vendiendo gafas de colores, deuvedés con las últimas películas de Hollywood, y sobre todo bolsos, bolsos de imitación de Gucci y otras marcas de renombre. Los compran a 8,50 euros en los bazares de ropa y complementos al por mayor que hay por el centro de Madrid, y los venden a 15 euros, con suerte, a los turistas que pasean por los lugares más emblemáticos de la capital. De esos lugares emblemáticos, la puerta del Sol es el espacio clave. Unos segundos con la manta apoyada en el suelo de esa plaza puede depararles la venta de un artículo. 7 euros de beneficio con los que pagar la comida de esa noche, ahorrar para los 100 o 150 euros del alquiler del sótano en el barrio de Lavapiés que comparten con 6 o 7 compañeros de trabajo, o quizá para mandárselos desde algún locutorio a sus familias en Senegal, Gambia, o Camerún.
Son los esclavos modernos, el último eslabón de esta sociedad que de verdad ha vivido durante años, no por encima de sus posibilidades, sino pisoteando la dignidad de los parias de otros lugares del mundo.
Pues bien, ayer los esclavos manteros y los que los negreros que los reprimen y violentan a diario coincidieron en una situación extraña: los unos intentaban sobrevivir como todos los días al infortunio de haber nacido en el lugar equivocado del mundo, y los otros se manifestaban por primera vez en su vida contra el recorte de su paga. En realidad, los africanos no se estaban enterando de nada. Miraban, como hacen siempre, a un lado y a otro, preparados para tirar de la cuerda y salir corriendo al menor atisbo de policía municipal en los alrededores. Saben que un descuido puede costarles carísimo: perder los 100 o 120 euros invertidos en la mercancía a manos los policías; irse a casa con una multa de 200 o 300 euros que, de no pagarse, bloqueará cualquier petición de residencia por arraigo que pretendan hacer en el futuro; pasar dos noches en los inmundos calabozos de la comisaría de Leganitos o de Aluche por no tener los papeles en regla... Quienes se tomen la molestia de acercarse a hablar con estos vendedores ambulantes  sabrán que cada uno de ellos ha pasado más de veinte veces por los calabozos de las comisarías de Madrid, por la única razón de ser negros y no tener permisos de residencia en regla. Escucharán historias de palizas de los funcionarios, de robos, de vejaciones, de insultos racistas. Les oirán contar que en Navidades es mejor no vender perfumes, porque los policías están interesados en llevarse a su casa esa mercancía. Les oirán decir que los días previos al Día de la Madre es peligroso andar vendiendo bolsos de marca, porque las mujeres de los agentes, o los revendedores de turno, están esperando con ansia a que se los confisquen.
"Eso no es vida, joder", pensamos una vez más y nos acercamos a grabar un poco a los manteros mientras hacen su trabajo. Intentamos reflejar el absurdo de este país nuestro, que dicen que se está levantando por sus derechos. Como en un agujero negro donde se concentraba la injusticia de una sociedad absurda, por un lado de la Plaza de Sol transcurría la manifestación ilegal de policías, militares y demás funcionarios, muy soliviantados ellos, camino del Congreso. A pocos metros, los manteros se ganaban su sustento con un estrés y un riesgo para sus vidas que a cualquiera de aquellos funcionarios, con vivirlo una semana nada más en sus vidas, los sumiría en una profunda depresión o les haría pensar seriamente en el suicidio.
Entonces contemplamos una escena vomitiva, lamentable. Un grupo de policías bajaban por la calle Montera para unirse a la manifestación que transcurría por el otro lado de la plaza. Tal vez se habían quedado rezagados y no habían podido acompañar al grupo de manifestantes en el recorrido entero por la Gran Vía hasta Callao y luego por Preciados. Al verlos los manteros enseguida los reconocieron. Debían ser policías municipales de los que patrullan por el centro y los vendedores inmediatamente se pensaron que venían a por ellos, vestidos de paisano. Con pánico en los ojos, hicieron el ademán de recoger sus mantas para salir a la carrera. Los municipales se intercambiaron miradas entre ellos, se echaron unas buenas risas, se cachondearon un poco. Una de las funcionarias, en plan compasivo, al fin les dijo: "No, no, hoy no, hoy podéis quedaros." Uno de los chicos negros les preguntó, con toda la lógica del mundo: "¿Mañana tampoco?". Y ella le respondió, maternal y asesina: "No, mañana no."
Mañana no: mañana volverán esos policías sin corazón a salir a la caza del negro, a perseguir trabajadores ilegales con que llenar sus sórdidos calabozos o sus CIE, llenos de sangre y de excrementos humanos. Saldrán a torturar y a abusar de la gente, y a encañonar a los más débiles, y a hacer disparos al aire en cuanto alguno de los esclavos se atreva a levantar la voz contra lo que están haciendo, contra lo que es injusto.
Ayer, como todos los días, los policías estaban en la calle luchando por su paga extraordinaria. Ellos no son obreros.

Guillotina de políticos



Visto el 19 de julio en Madrid

Karton d vino: Roba y destroza



Con civismo y tolerancia protegéis la democracia
con civismo y comprensión borregos a mogollón
se cívico y no violento te dirá el cerdo cabrón
el trabaja gana pasta no le roba a su patrón
al obrero acomodado
al obrero aburguesado
en tu pueblo en tu ciudad
roba y destroza.
Mi respuesta intolerancia y romper lo que creáis
tu toleras que hayan presos, respetas la propiedad
al obrero acomodado
al obrero aburguesado
en tu pueblo en tu ciudad
rompe sus coches
quema sus casas
ROBA Y DESTROZA

El fin del trabajo asalariado es el principio de nuestras vidas

“De ahí que el obrero se sienta en su casa fuera del trabajo y en el trabajo fuera de sí. Está en casa cuando no trabaja, y cuando trabaja no está en casa. Su trabajo, por lo tanto, no es voluntario, sino obligado, trabajo forzado. No es, por lo tanto, la satisfacción de una necesidad, sino sólo un medio para satisfacer necesidades fuera de éste. Su carácter ajeno lo pone de relieve el hecho de que, tan pronto deja de existir alguna coacción física o de cualquier otro tipo, se huye del trabajo como de la peste.”
Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos, 1844


Toda nuestra vida, así como este mundo, están fuertemente condicionados por el trabajo, desde que nacemos hasta que morimos. Con juguetes que simulan el trabajar preparándonos para ello, ni que decir de las escuelas, espacios donde también mediante obediencia, obligaciones y horarios ya nos van adoctrinando para ser buenos y buenas trabajadoras.
El trabajo está en todas partes, en la fábrica, en la escuela, en la calle, en casa, en la oficina, en la cama contando las horas de sueño que nos quedan, él lo divide todo: los afectos, los sentimientos, las horas, que de hecho están organizadas como tal para servir a este dios. Toda la vida gira alrededor deltrepalium(1). Buscando trabajo, trabajando, o intentando salirse de él, sin salirse nunca ya que los límites están cerca y a la vista. El trabajo es la negación de la actividad, de la vida, de la satisfacción, del goce, haciendo algo ajeno de nosotros mismos y de nuestra propia actividad, embruteciéndonos día tras día en la tranquilidad de la rutina.
chaplin capitalismo1 300x230 El fin del Trabajo Asalariado es el principio de Nuestras VidasEn esta sociedad de clases todo se subordina al trabajo, y todo lo que nos rodea está en venta, incluyendo obviamente a las personas. Entonces lo importante no es trabajar en mejores condiciones y menos horas, lo revolucionario es acabar con un sistema donde para poder vivir uno debe mantener a otros por obligación, si no se mantiene a la burguesía se esta destinado a morir de hambre.
El trabajo es una condena y lo mas razonable y apasionado sería liberarse de él, y no hablamos de una actividad digna de una ostra, sino de realizar todo lo necesario para vivir en una verdadera comunidad humana, sin regalar nuestro esfuerzo a otra clase que por el simple hecho de dárselo nos premia controlándonos e imponiendo falsas necesidades.
chaplin3 300x300 El fin del Trabajo Asalariado es el principio de Nuestras Vidas¿Entonces como hablar de lucha anti-capitalista y validar al trabajo como medio de dignificación? ¿Como hablar de anti-capitalismo desde una óptica no internacionalista? Los oprimidos y explotados del mundo no tenemos patria, no queremos aceptar las divisiones que nos ha impuesto la misma mano que nos mata, estamos dividiéndonos según las líneas que trazaron quienes se creen dueños del mundo, y contra ellos debemos enfrentarnos, por ahí deberían pasar las diferencias, el odio debería manifestarse contra ellos, contra la autoridad, no contra personas que están en nuestras mismas condiciones.
No queremos mejoras laborales ni salariales, queremos el fin del trabajo asalariado que es el eje de esta sociedad de hambre, miseria y explotación.
(1) “Trabajo”, proviene etimológicamente del latín “trepalium” que era un instrumento utilizado para la tortura.

Perdón




La "clase política" no existe


De manera impropia y casi generalizada los medios de comunicación califican al conjunto de personas que se dedican a la actividad política en el Parlamento, el Gobierno, los Ministerios, las Instituciones autonómicas y municipales con la denominación de “la clase política”. Sin embargo, tal "clase" no existe. Se trata de una invención aparentemente inocente que pretende camuflar la presencia de otras clases sociales todopoderosas cuyos intereses determinan nuestra vida cotidiana.

Las clases sociales están definidas por su relación con los medios de producción. En las sociedades capitalistas actuales existen dos clases fundamentales, con intereses irreconciliablemente contrapuestos. Por una parte encontramos a la burguesía, integrada por los propietarios de estos medios, que - además de poseer una serie de características e intereses comunes- se apropian de las plusvalías generadas en el proceso productivo. Y por otra, los asalariados, que forman a su vez otra clase social. Los miembros de esta última clase constituyen la mayoría de la sociedad y sólo poseen su fuerza de trabajo, su capacidad para producir, que venden a los dueños de los medios de producción a cambio de un salario.

Por supuesto, junto a estas dos clases existen otras capas o clases sociales intermedias. Es el caso de las denominadas “capas medias” (pequeños comerciantes, pequeños propietarios rurales, profesionales privados de la medicina, el derecho, la arquitectura, etc.). El concepto de “clase social” se refiere, pues, a grupos de personas que se diferencian de otras por el puesto que ocupan en un sistema de producción social determinado.

¿EXISTE LA "CLASE POLÍTICA"?

Quienes - según la denominación impuesta por los grandes medios de comunicación y reproducida acríticamente incluso en los ámbitos "de izquierda" - constituirían la “clase política”, son en realidad individuos dedicados a una actividad circunstancial y limitada en el tiempo, que no tiene ninguna relación directa con el proceso productivo. Los políticos instalados en las instituciones ni compran ni venden “fuerza de trabajo”. La definición mediática de “clase política”, por tanto, es errónea, intencionadamente confusa y encubridora. Al ser los políticos ejercientes quienes más frecuentemente aparecen en los medios de comunicación se les presenta como los únicos responsables de los atropellos que genera la naturaleza contradictoria del sistema capitalista.

No son, sin embargo, aquellos a los que erróneamente se incluye en una inexistente “clase política” los perceptores de los miles de millones que genera el sistema económico de explotación de la burguesía. Los políticos institucionales son solamente testaferros al servicio de las elites dominantes - banqueros, grandes empresarios, multinacionales, etc.- de los que reciben suculentas compensaciones en pago por los servicios prestados. Ello no excluye, desde luego, que un sector de los mismos pueda terminar integrándose en el staff de la burguesía financiera o industrial, tal y como ha sucedido con algunos políticos españoles como José Maria Aznar, Felipe Gonzalez, Carlos Solchaga o Rodrigo Rato, entre otros muchos.

LOS POLÍTICOS COMO CASTA

No resulta sencillo atribuir una categorización a las casi 80.000 personas que se dedican a la actividad política institucional en el organigrama del aparato del Estado monárquico español. Pero si entendemos el término “casta” según la definición del diccionario, es decir, como “el conjunto de individuos especializados por su función en la organización social y que disfrutan de determinados privilegios”, posiblemente ésta resultaría la acepción más afortunada para calificarlos.

Los políticos no son, por tanto, una “clase” social propiamente dicha. Sí representan , en cambio, los intereses de determinadas clases sociales en las instituciones del Estado. Esta no es una afirmación gratuita. Cualquier ciudadano medianamente atento a la actualidad económica puede descubrirlo por sí mismo. Cuando las mayorías parlamentarias del PSOE y del PP dan su aprobación para que el Ejecutivo ponga en manos de las grandes corporaciones privadas la empresa estatal AENA, ¿los intereses de quiénes están defendiendo? Cuando PP y PSOE, junto a otras minorías parlamentarias, coinciden en la decisión de detraer de los fondos públicos centenares de miles de millones de euros, patrimonio de toda la sociedad, para ponerlos a disposición de la Banca privada, ¿están defendiendo los intereses de la mayoría de los ciudadanos?

Cuando los políticos socialdemócratas o ultraconservadores imponen reformas laborales que arramblan con las conquistas sociales arrancadas por los asalariados en el curso de decenios, ¿están defendiendo los intereses de las clases trabajadoras?

Por lo general, en la geografía institucional del aparato estatal español aquellos que integran lo que aquí estamos denominando como “casta” representan los intereses de las clases hegemónicas de la sociedad española: es decir, de los grandes grupos financieros, de los propietarios y accionistas mayoritarios de la gran Banca, de los dueños de los consorcios industriales, de las multinacionales, etc.

ORÍGENES DE LA MODERNA CASTA POLÍTICA ESPAÑOLA

Las peculiaridades de la “casta” que controla el conjunto de las instituciones españolas encuentran su entronque histórico en el precedente Estado franquista. A la muerte del dictador, en el Estado español no se produjo una ruptura política que sustituyera a la vieja máquina del Estado autoritario por otra de carácter más democrático.

Por el contrario, con la denominada “Transición” a la democracia se estableció un nexo de continuidad entre quienes hasta entonces habían administrado el aparato autocrático de Franco y quienes a partir de entonces aspiraron a gestionarlo. Teniendo en cuenta las fórmulas que se utilizaron para poner en marcha esta peculiar “Transición” entre uno y otro régimen político difícilmente las cosas habrían podido ser distintas. Romper radicalmente con la institucionalidad anterior hubiera supuesto quebrar la propia legitimidad del Monarca, designado heredero por el mismo artífice del desgastado aparato institucional autocrático.

LA CONSTITUCIÓN DE LA CASTA EN EL ESTADO MONÁRQUICO ESPAÑOL

La dinámica del proceso político de los últimos treinta y cinco años ha ido forjando una aparente polarización entre los dos partidos políticos mayoritarios existentes en el Estado Español, el PSOE y el Partido Popular, fundada en premisas falsas. Teóricamente, el primero representaría a “la izquierda”, a los sectores populares, a los asalariados; mientras que el segundo aparece ante la sociedad como el genuino valedor del libre mercado, de las capas medias-altas, de la tradición y de las clases poderosas. Sin embargo, tal imagen es en gran parte un puro espejismo engañoso que responde a un diseño impuesto deliberadamente. Ambas organizaciones políticas - PP y PSOE - han respondido siempre, con ligeras diferencias de matices, a la voz de los que realmente gobiernan: las clases que detentan el poder económico. El régimen político español, que no solo acumula su propia experiencia sino también la de otros Estados con más larga trayectoria en la institucionalidad histórica burguesa, ha construido un sistema de alternancia mediante el cual ambos partidos se reparten periódicamente la responsabilidad de la Administración del Estado, de los llamados poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

Pero, contrariamente a lo que generalmente se piensa, el aparato de la Administración del Estado no es “El Poder”. El Poder efectivo, aquel que realmente determina el sistema económico que debe regir al conjunto de la sociedad, emana de otras áreas, y está detentado con carácter exclusivo por las clases social y económicamente hegemónicas.

Canarias Semanal

Basura de las calles