12 historias de Ludditas


Los llamados ludditas fueron artesanos y trabajadores ingleses del sector textil, que a principios del siglo XIX se opusieron a la introducción de nuevos telares y maquinaria, con la intención de defender no sus oficios, sino su modo de vida y su manera de entender el mundo



“La ‘modernización’ del mundo ha venido de la mano del establecimiento de redes cada vez más tupidas. Estas redes que generalmente sólo se conceptúan como de comunicación y de información, en realidad son redes de control social”. Con este contundente párrafo comienza una de las doce historias que nos propone esta recopilación de artículos, algunos publicados en el blog Negre i Verd o en la publicación Libres y Salvajes y otros son inéditos.

Los llamados ludditas fueron artesanos y trabajadores ingleses del sector textil, que a principios del siglo XIX se opusieron a la introducción de nuevos telares y maquinaria, con la intención de defender no sus oficios, sino su modo de vida y su manera de entender el mundo.

Los protagonistas de estas historias, que vivieron en distintas partes del mundo y en momentos y contextos muy diferentes a la Inglaterra decimonónica tienen muchas confluencias con los ludditas ingleses, pese a que no se les atribuya dicha denominación.

En primer lugar, comparten métodos con los ludditas clásicos, el sabotaje, junto con otras tácticas de resistencia, para defender su vida de la dominación fabril. Por otro lado, en todos estos actos de resistencia hay otro nexo común, la capacidad de entender los mecanismos de los que se sirve el poder para sustentar su dominación.

Este libro plantea la importancia de determinadas imposiciones históricas como el Sistema Métrico Decimal, el reloj o la fábrica a la hora de analizar críticamente las causas y consecuencias de las nuevas imposiciones que el sistema tecnológico camufla en forma de necesidades (Internet y la acumulación de datos, la seguridad y la videovigilancia…).

Del mismo modo es importante conocer de qué forma se desarrollaron las resistencias a estas innovaciones ya que servirán de ayuda a quienes enfrentan la sociedad tecnológica del siglo XXI como un leviatán al que intentar derrotar.

Ahora puedes descargar este libro, publicado hace apenas dos meses, del que también se puede acceder a la versión impresa, cuya edición consta de 100 ejemplares numerados con portada en xilografía, escribiendo a blogmoai@gmail.com para solicitar tu ejemplar.

Historia del Trabajo II - Formación de la clase obrera




La clase obrera no surgió como el Sol, en un momento determinado. Estuvo presente en su propia formación. Con esta tajante afirmación que hacía hace más de 50 años E.P. Thompson, vamos a intentar adentrarnos en la historia de los orígenes de esa clase obrera, a través de sus formas de vida, sus valores, sus tradiciones, sus relaciones, sus ideas, sus instituciones, sus resistencias, sus experiencias colectivas.

Junto con el historiador Rafael Ruzafa, intentaremos ponerle rostro a esos migrantes del campo a la ciudad, a esos artesanos sin gremios, a esos hiladores fabriles, a esos trabajadores de las minas, de los talleres...

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Historia del Trabajo I - Artesanos y Gremios


Esta semana Iniciamos un ciclo de programas sobre la historia del trabajo.
                                                         
En este primer episodio, junto con el historiador Jose A. Nieto, nos vamos a centrar en el artesanado urbano, que se formó durante la Edad Media y que durante siglos fue el principal productor de manufacturas de la Europa preindustrial. 
Un artesanado con sus propios valores, sus propios oficios, sus gremios, sus propias concepciones del trabajo. Un artesanado que, mantendría su autonomía, hasta bien entrado el siglo XIX, cuando el modo de producción capitalista terminó de emerger.

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Trabajar mata lento




«Muerte a la política»




«Muerte a la política»

Si la política no fuese más que la de los «políticos», bastaría con apagar la tele y la radio para no volver a oír hablar de ella. Pero resulta que Francia, que solo para la galería es el «país-de-los-derechos-humanos», es más bien y sin lugar a dudas el país del poder. En Francia, todas las relaciones sociales son relaciones de poder, ¿y qué queda sin haberse socializado? Por eso, en este país hay política en todos los estratos. En las asociaciones y en los colectivos. En los pueblos y en las empresas. En los entornos, en cualquier entorno. Por todos lados maniobra, interviene, busca hacerse querer, pero no habla francamente porque tiene miedo. La política es, en Francia, una enfermedad cultural. En cuanto la gente se junta, sea cual sea la meta, sea cual sea el objetivo, y si la cosa dura un poco, se estructura como una pequeña sociedad cortesana, y siempre hay alguno que se toma por el Rey Sol [...].

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Comité Invisible  www.pepitas.net/libro/ahora


La tragedia de morir trabajando





El pasado 7 de julio, durante una actuación del macrofestival Mad Cool, falleció el acróbata Pedro Aunión Monroy. De acuerdo con las estadísticas oficiales del Ministerio de Trabajo, su muerte sería una de las dos diarias que se producen en los puestos de trabajo. La particularidad de ésta es que tuvo lugar ante 50.000 personas, lo cual – añadido al morbo que supuso que el festival no se cancelara en todo el fin de semana – sirvió para poner en el foco de atención mediático y social la siniestralidad laboral durante unos días. Eso sí, siempre poniendo énfasis en los errores humanos y no en las largas jornadas laborales y en las pocas horas que se destinan al ensayo y prevención de riesgos. Pero el día 13 otro dramático caso acapararía las portadas: un trabajador de 54 años moría por trabajar asfaltando una carretera de Sevilla en plena ola de calor, a más de 39ºC. En esta ocasión nadie pudo ocultar la responsabilidad de su jefe, que a pesar de conocer las alertas le ordenó seguir trabajando. La empresa Construcciones Maygar ya ha sido denunciada por este suceso.

Hemos de tener en cuenta que la siniestralidad laboral es mucho más común de lo que parece. En el año 2016, 629 personas murieron en el Estado español en el tajo. En el momento en que escribimos este artículo, las cifras que manejamos son que 203 personas fallecieron en el 2017. Reproducimos a continuación el artículo “Cuando el trabajo se cobra la vida”, publicado por Miguel Ezquiaga en CTXT, en memoria de Pedro y de todas las personas que pierden la vida trabajando.

Cuando el trabajo se cobra la vida

Suspendida a treinta metros de altura, una caja iluminada volaba sobre el público del festival Mad Cool. En su interior, el acróbata Pedro Aunión pirueteaba al ritmo de la música. Un cuerpo –el suyo– que ocupaba aquel poliedro con movimientos ligeros y pausados. Sin embargo, los años de carrera como bailarín aéreo no evitaron que algo fallara. Cuando Aunión quiso cambiar el cable corto al que estaba sujeto por otra goma elástica y más larga para descensos, terminó precipitándose al vacío. Las pantallas del recinto retransmitieron su caída, pero el evento siguió adelante; las primeras explicaciones de la organización llegarían cuatro horas después. Aún sin conocer lo sucedido, un profético Billie Joe, de la banda Green Day, cantaba en el tema inaugural de su actuación que el silencio es el enemigo. Al tiempo, a escasos metros del escenario, la policía científica tomaba pruebas del lugar de los hechos.

Según el Ministerio de Empleo, en 2016 se produjeron 566.335 accidentes laborales con baja en nuestro país; 36.987 más que en 2015. De ellos, 629 resultaron mortales. Este último repunte de la siniestralidad también queda confirmado durante el primer cuatrimestre de 2017: un 4% más que en el mismo periodo del año anterior. “Desde un punto de vista técnico, cualquier accidente que suceda en el ámbito laboral es un accidente de trabajo, independientemente de la causa primaria”, explica Pedro J. Linares, secretario de Salud Laboral de CC.OO.

“La siniestralidad supone el fracaso anterior de un sistema preventivo. Deben existir elementos de seguridad suficientes para que los errores humanos no desencadenen incidentes de trabajo”, agrega Linares. La citada estadística solo recoge como accidentes aquellos sucedidos entre la población activa con cobertura en materia de siniestralidad. Los autónomos no aparecen en ella. “Los números son alarmantes, pero ni siquiera reflejan toda la gravedad del asunto”, señala Linares. Este recuento tampoco tiene en cuenta las enfermedades profesionales, aunque estas puedan disminuir la esperanza de vida.

Hace diez años los accidentes laborales contabilizados superaban el millón de casos, si bien el fenómeno se ensañaba especialmente con los sectores de la construcción y la industria. Con la llegada de la crisis económica, esta clase de sucesos se ha generalizado. Linares señala el marco de relaciones laborales y la precariedad como verdugos: “La siniestralidad no sucede aleatoriamente. Es efecto del tipo de mercado de trabajo que hemos configurado, donde el 25% de los contratos firmados dura menos de una semana, el 35% menos de un mes y las relaciones laborales se han individualizado radicalmente”, asegura. En el primer cuatrimestre del año han fallecido 168 trabajadores.

La temporalidad hace de la prevención de riesgos una quimera materialmente imposible. “Al trabajador no le da tiempo a conocer su propia tarea –para atender a los riesgos que esta conlleva– y al empresario no le merece la pena invertir en programas formativos”, advierte Linares, que también señala un incremento de la presión sobre el empleado tras los recortes de plantilla. “Observamos una carga desmesurada como forma de sacar adelante la tarea contando con menos personal. Con la imposición de este tipo de sistemas, es difícil que las medidas de seguridad encuentren acomodo”, explica.

“Tampoco suelen existir protocolos de coordinación entre las múltiples subcontrataciones que coinciden en un mismo espacio”, anota Linares. En esa cadena la prevención se diluye: durante el ensamblaje de las gradas en la Gran Fira de València, un trabajador caía al suelo y entraba en coma. Tras una semana en situación de muerte cerebral, fallecía el pasado 4 de julio. “Habitualmente hacemos jornadas de 12 y 14 horas para cumplir con los plazos de montaje y desmontaje”, afirma Xavier. Aquel día un dolor de espalda le impidió salir de la cama. No presenció el traspié de su compañero sobre el andamio, pero conoce el peligro del oficio cuando hay prisa. La misma celeridad que la noche del fallecimiento de Aunión auspició el espectáculo sin un ensayo general.

Linares defiende que los niveles de desempleo obligan a la asunción de condiciones que en otro tiempo no se aceptarían. “Hay muchas dificultades para integrarse en otro puesto y la conservación del mismo prima sobre todo lo demás”. Como advierte, las sucesivas normas han construido un “marco legal de unilateralidad” donde el empresario goza de mayor capacidad para el ejercicio de sus intereses, en detrimento del trabajador. “Para defender adecuadamente nuestros derechos necesitamos una vuelta a la negociación colectiva” anterior a la reforma de 2010.

La movilidad laboral fragmenta la mano de obra, “desvertebra la clase obrera”, subraya Linares. Su reto consiste en revertir el “déficit propio” que les dificulta llegar hasta los sectores más precarizados. “Da igual lo desmenuzado que esté, queremos que cualquier colectivo entienda la utilidad del sindicato para defender los derechos de los trabajadores”. “En materia de siniestralidad tenemos por delante una enorme tarea de pedagogía social”, añade, “debemos impulsar la concepción de que trabajo y accidente no tienen por qué estar relacionados. Existe capacidad técnica suficiente para incorporar medidas protectoras en todos los ámbitos”.

En la entrada del Mad Cool se concentraron varias decenas de personas que exigían la depuración de responsabilidades ante la muerte de Aunión. Al costado, otros miles hacían cola para acceder al recinto y disfrutar de la programación. La papelera más próxima dejaba entrever un puñado de pulseras cortadas del festival; propiedad, tal vez, de quienes no podían hacer como si nada. Pedro, hermano, nosotros no olvidamos, corearon. Allí no ondeó la insignia de ninguno de los sindicatos mayoritarios.


El sector agrario y la construcción, los más castigados

Como explica el artículo que acabamos de compartir, la temporalidad hace estragos entre los/as trabajadores/as precarios/as. Por eso, de acuerdo con el artículo “Las muertes por accidentes laborales ascienden un 9% en solo un año”, publicado por Ana Isabel Cordobés en el portal Cuarta Información, “desde el año 2012, el índice de mortalidad de trabajadores en el sector agrario ha ascendido de manera brutal. Esta cifra, que ya contempla la evolución en el número de trabajadores por sector y actividad, refleja la gravedad del asunto. En aquel año, se situaba en 6 fallecidos por cada 100.000 trabajadores. En 2016, ascendió hasta 10. Y en los primeros cinco meses de 2017, el número de accidentes mortales en este sector ha subido un 5,1%”.

Otra de las actividades en las que se observa un repunte en el número de accidentes mortales es la construcción, acompañado de una mayor actividad tras la lenta recuperación del sector del ladrillo tras la crisis que se inició en 2008. Los datos hablan por sí solos: en la evolución interanual, mientras que el número de ocupados tan solo ha aumentado un 4%, el índice de accidentes mortales en el sector ha subido un 33,6%, según datos del Ministerio de Empleo.

Según nos relata Cordobés, en lo que va de año han muerto “203 trabajadores durante su jornada laboral. De ellos, un 29% eran conductores y operarios de maquinaria móvil, un 13% peones de la agricultura, pesca y construcción, y otro 13%, trabajadores de la construcción”. Si bien estos números no sorprenden a nadie, no debemos obviarlos cada vez que recordemos la paradoja que supone que en nuestra sociedad se premia el pertenecer a una clase social en la que el acceso a la educación es más fácil y que los trabajos denominados poco cualificados, con la tasa de mortalidad tan elevada, son los peor retribuidos.

Según publicó Sermos Galiza el mes pasado, Galicia es la Comunidad Autónoma con mayor tasa de siniestralidad laboral, duplicando su tasa a la media estatal.
La normalización de la muerte

¿Qué está pasando? ¿Por qué cada vez que muere alguien en el trabajo no aparece en los medios? ¿Importa menos que un hechos se repita 600 veces en un año para las familias? ¿Acaso hemos naturalizado la muerte? Cuando Pedro se precipitó al vacío no fue presenciado por las 50.000 personas que se encontraban presentes, pero varios centenares de ellas sí lo vieron, y continuaron de fiesta al ritmo de Green Day. La organización no suspendió en el momento el festival alegando razones de seguridad, pero al día siguiente, no existiendo ningún riesgo de alteración del orden, siguió adelante y no lo canceló.

La muerte del trabajador en Sevilla apareció en la prensa por la particularidad que supuso que un hombre muriera de un golpe de calor la misma semana que se alcanzó el récord histórico de calor en la península: 47ºC. Puesto que lo previsible es que esta cifra se vaya a repetir en el futuro que nos espera gracias al cambio climático, este tipo de noticias terminarán por normalizarse también y se dejará de hablar de ellas.


Esperemos que, por lo menos, su muerte sirva para lograr algún avance en derechos sociales. Quizás el futuro nos depare convenios colectivos que tengan en cuenta los meses de más calor, como el que se aprobó el 26 de junio de 1936 en Sevilla, cuyo artículo 6 estipulaba que “la jornada será de seis horas diarias y treinta y seis semanales, desde el primero de octubre hasta el 30 de marzo se repartirá de nueve a doce de la mañana y de una a cuatro de la tarde. En los meses de primero de abril a treinta de septiembre la jornada será de seis a doce de la mañana” (más información en el artículo “Así era el convenio laboral que regulaba el calor (y la lluvia) en 1936”, por Olivia Carballar, publicado en La Marea).



Así era el convenio laboral que regulaba el calor (y la lluvia) en 1936


El documento, firmado en Sevilla por la sección de albañiles del SUC y la patronal a menos de un mes del golpe franquista, establecía la jornada de 36 horas semanales y lograba importantes avances sociales.

Un libro editado por CGT-A analiza las bases negociadas, que apenas estuvieron en vigor 20 días.


“La jornada será de seis horas diarias y treinta y seis semanales, desde el primero de octubre hasta el 30 de marzo se repartirá de nueve a doce de la mañana y de una a cuatro de la tarde. En los meses de primero de abril a treinta de septiembre la jornada será de seis a doce de la mañana”. Es el artículo 6 del convenio colectivo firmado por la sección de albañiles del Sindicato Único de la Construcción (SUC) y la patronal de la industria el 26 de junio de 1936 en Sevilla, a menos de un mes del golpe de Estado franquista.

El documento está recogido en uno de los primeros trabajos de investigación realizados por el grupo de memoria de GCT-A, que lo recupera ahora como ejemplo de las conquistas sindicales ante la última muerte, en julio de 2017, de un trabajador en Morón de la Frontera en plena ola de calor. Se titula La jornada de seis horas de 1936 y está escrito por los historiadores Antonio Miguel Bernal Rodríguez, José Luis Gutiérrez Molina y el catedrático de Derecho Manuel Ramón Alarcón Caracuel.

Tras el triunfo del Frente Popular, explica Bernal Rodríguez en el prólogo, los trabajadores anarcosindicalistas de la construcción comenzaron a elaborar nuevas bases de trabajo de acuerdo a las orientaciones y directrices establecidas en el congreso confederal de la CNT, donde la reducción de la jornada era la cuestión prioritaria. “Las bases negociadas en 1936 son un magnífico ejemplo de la madurez del movimiento obrero sevillano y de la trayectoria del anarcosindicalismo, de la ‘idea’ como compromiso de transformación y creación de un mundo más libre e igualitario”, escribe en la introducción el responsable del grupo de memoria, Cecilio Gordillo. El convenio apenas estuvo en vigor 20 días. 

La reivindicación más importante –y la que más divergencias creaba con la patronal– era, por tanto, la reducción de la jornada a 36 horas. “No sólo por el aumento de trabajadores empleados que su aplicación implicaba, sino también porque el salario real –con relación al tiempo trabajado– aumentaba”, sostiene Gutiérrez Molina. Frente a las 12,24 pesetas diarias que se pagaban hasta entonces por ocho horas, los sindicalistas pedían ahora 12 pesetas por seis horas. Además, con la idea de reducir el paro, exigían la prohibición de contratar destajos y realizar horas extras. Aunque este punto ya estaba incluido en las bases anteriores de 1931, ahora la posibilidad de realizarlas por causas extraordinarias –urgencia o peligro– quedaba a la decisión del sindicato.

El convenio también regulaba la paralización del trabajo por lluvia: “[En ese caso] (no considerándose motivo para no empezar el trabajo el que esté nublado) el patrono abonará a todos los obreros el jornal íntegro, estando los trabajadores obligados a permanecer en el tajo durante el tiempo de la jornada, aprovechándose el tiempo que sea posible”, especifica el punto 7. Los jornales perdidos por falta de materiales y causas ajenas a los trabajadores tendrían que ser abonados de manera íntegra. 

Sobre las cuestiones de vital importancia para el obrero como enfermedad, vacaciones, movilidad, categoría profesional o situaciones específicas de algunos oficios, el convenio recogía avances sustanciales. Entre ellas, el abono de ocho u once salarios por enfermedad, el disfrute de una semana de vacaciones pagadas al año y la conservación de la categoría con la que se entraba en una obra durante su ejecución. El trabajador también tenía que tener un día pagado por el nacimiento de un hijo estuviera o no casado. Y los detenidos por cuestiones sociales también tenían que conservar los derechos sobre vacaciones y despidos. 

Si la obra iba a acabar o el constructor quería prescindir de algún obrero tendría que avisarle con ocho días de antelación y proporcionarle dos horas diarias libres –o pagarle en la liquidación 16 horas extras– para que se buscara un nuevo empleo. “Era una conquista obtenida en 1931 –aclara Gutiérrez Molina– pero que ahora llevaba anexa la regulación de un problema que se presentaba habitualmente. En muchas ocasiones, el albañil, el palaustre, o el ayudante llevaba consigo su propia cuadrilla de peones. Pero también estaban los peones sueltos contratados por el patrono o que acudían al nuevo tajo en busca de trabajo. Situación que provocaba numerosos conflictos”. Elconcepto de desplazamiento había generado igualmente controversias por la ambigüedad de las zonas que se consideraban extrarradio, y en este convenio de 1936 fueron especificados los lugares que señalaban el límite de la ciudad. “Los trabajos realizados fuera de la localidad se abonarán con un 50 por ciento de aumento sobre el jornal, viaje y fonda pagada. El obrero tendrá derecho al pago de transporte cada quince días para visitar a su familia. Este transporte correrá por cuenta del patrono sin que éste pueda desquitarle nada al obrero de su jornal”, reza el punto 21. Solo se reconocía como festivo el domingo.

Reconocimiento de los sindicatos

Más allá de las conquistas laborales, el éxito de la negociación de este convenio suponía un logro de especial trascendencia: el reconocimiento de la capacidad representativa de las organizaciones obreras, cuestionadas desde siempre cuando no negadas por los empresarios, reflexiona el historiador: “En los convulsos primeros años veinte y, aun durante la república, había estado presente en casi todos los conflictos. Los socialistas habían intentado la aprobación de una ley de control obrero que encontró una fuerte resistencia de las derechas. En junio de 1936, el contrato propuesto por el SUC significaba que pasaba a sus manos tanto el régimen de trabajo en las obras como la contratación”. 

La reunión entre los sindicalistas y la patronal comenzó el 25 de junio por la tarde. Tras diez horas, bien entrada la madrugada del día 26, patronos y obreros estamparon sus firmas al pie del documento con todas las propuestas. Entre las rúbricas identificables, el libro señala los nombres de Manuel Rojas, familiar del ganadero Gabriel Rojas, José María Jiménez, en representación de la Sociedad Anónima de Construcciones, propiedad de la familia Rojas Marcos, Antonio Durán, Ángel Mensaque y Pedro Colomé. Otro importante dirigente de la patronal sevillana era Barráu. Su aprobación iba a poder extenderse también fuera la capital andaluza. Según Gutiérrez Molina, pocos minutos después de la firma, Juan Arcas, secretario del comité sindical, envió sendos telegramas a los sindicatos de la construcción de Madrid y Valencia en los que les anunciaba que habían alcanzado las 36 horas. En Valencia se acababa de firmar unas bases en las que se recogían las 40 horas. “Y los madrileños, desde comienzos de junio, estaban inmersos en una dura huelga –junto a la Federación Local de la Edificación de la UGT– en la que no solo se jugaba la mejora de las condiciones de trabajo o la jornada de 36 horas, sino también la primacía sindical en la capital del reino en un ramo que reunía a más de cincuenta mil trabajadores”, resume Gutiérrez Molina. 

El convenio de Sevilla fue ratificado en una asamblea general del sindicato el 28 de junio y entró en vigor al día siguiente. “La duración de este contrato colectivo es por tiempo indefinido mientras los obreros afectos a la Sección de Albañiles del Sindicato Único del Ramo de Construcción no tenga por conveniente su modificación”, finaliza el documento. Menos de 20 días después, el 18 de julio, aquellas conquistas –como tantas otras– saltaron por los aires. “Para los sublevados no se trataba sólo de sustituir las instituciones y personas del régimen republicano sino de borrar de la faz de la tierra a la ‘otra España’ eliminándola físicamente. El anarcosindicalismo formaba parte de los llamados a desaparecer”, concluye el historiador. 

Hasta 1936, Andalucía fue una de las más importantes federaciones del anarcosindicalismoespañol por el número de sus afiliados, actividad de sus sindicatos y personalidad de sus militantes. “Los oficios de la construcción fueron un vivero constante de destacados militantes del anarquismo sevillano. Algunos de sus nombres más conocidos fueron albañiles, ladrilleros o trabajadores de la fábrica de La Cartuja. La mayoría de ellos nacidos en pueblos de la provincia y que acudieron a la capital atraídos por la posibilidad de encontrar trabajo”, destaca Gutiérrez Molina. Pone como ejemplos a Juan Negroles del Valle, Manuel Viejo Artal y los hermanos Juan, Miguel y Julián Arcas Moreda. “Incluso quien llegaría a ser el político sevillano más destacado de este siglo, Diego Martínez Barrio, hijo de albañil, trabajó en ese oficio durante su juventud e ingresó en los grupos anarquistas antes de convertirse en tipógrafo, republicano y cabeza máxima de la masonería española”. El libro está dedicado a Manuel Ramírez Castillo, maestro albañil y anarcosindicalista. 





Los orígenes de la familia capitalista, la escuela y el patriarcado salarial




"En la sociedad precapitalista patriarcal, la casa y la familia eran centrales para la producción agrícola y artesanal. Con el advenimiento del capitalismo, la socialización de la producción se organizó con la fábrica como centro. Los que trabajaban en los nuevos centros productivos recibían un salario. Los que eran excluidos, no. Las mujeres, los niños y los ancianos perdieron el poder relativo que se derivaba de que la familia dependiera del trabajo de ellos, el cual se consideraba social y necesario. El capital, al destruir la familia, la comunidad y la producción como un todo, ha concentrado, por un lado, la producción social básica en la fábrica y la oficina, y, por otro, ha separado al hombre de la familia y lo ha convertido en un trabajador asalariado. Ha descargado en las espaldas de los hombres el peso de la responsabilidad económica de mujeres, niños, ancianos y enfermos: en una palabra, de todos los que no perciben salarios. A partir de este momento comenzó a expulsarse de la casa a todos los que no procreaban ni atendían a los que trabajaban por un salario. Los primeros en ser excluidos de la casa, después de los hombres, fueron los niños: se les mandó a la escuela. La familia dejó de ser no sólo el centro productivo sino también el centro educativo"

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