Me dicen que he tenido mucha suerte




Mujer, trabajo y explotación II


Nueva Proyección y debate 2 diciembre de 19:30 a 21:00h.
Nueva cita  en torno a la mujer y el mundo del trabajo, que como en la vez anterior estará compuesto por una breve serie de proyecciones a modo de introducción y un debate continuación del realizado el día 12 de noviembre.



[CORTO] Recursos humanos



El problema del trabajo



“Nunca llegamos tan lejos como cuando ya no sabemos hacia dónde vamos.”
Goethe

“Tengo un amor dentro de mí que no te puedes imaginar, y una rabia que no te puedes creer. Si no puedo satisfacer el primero, daré rienda suelta a la segunda.”
Frankenstein




Durante el siglo XIX el trabajo y la cultura se convirtieron en la sustancia vital de la sociedad burguesa. Ningún siglo anterior había propagado semejante cantidad de cultura ni desarrollado, al mismo tiempo, tal energía de trabajo como el que Burckhardt irónicamente llamará «el siglo de la cultura», y al que Marx criticó desde el punto de vista del trabajo. Éste llegó a ser la forma de existencia propia del «obrero asalariado», y la «posesión» de cultura un privilegio de los «intelectuales». Sin embargo, en la división entre el trabajo y la cultura, dirigida a dos clases diferentes, aparece también la conexión esencial de estas últimas, pues la aspiración de los trabajadores era apropiarse de los privilegios de la cultura burguesa, mientras que los hombres pertenecientes a la clase culta no pudieron dejar de llamarse «trabajadores espirituales», con el fin de que el privilegio del que gozaban no apareciese como injusto. En Alemania el desconcierto de los intelectuales burgueses se mostró con máxima claridad después de la guerra, cuando —según el modelo de los consejos obreros rusos— fundaron un «Consejo de los trabajadores del espíritu», que se proponía la tarea de salvar la ruptura existente entre el trabajo proletario y la cultura burguesa. El aplanamiento de tal contraste constituyó uno de los propósitos principales del nacionalsocialismo, que puso en contacto —por medio de campos de trabajadores— a la juventud de estudiantes con el pueblo e impregnó a la masa de obreros asalariados con una «concepción del mundo» política, derivada de la cultura burguesa.

Tanto la diferenciación del trabajo y la cultura —diferencia que culminó en extremos que se condicionaban recíprocamente— como el allanamiento de dicha distinción, establecida a través de una «cultura popular» media, testimonian, desde dos aspectos distintos, que el trabajo en su condición actual ya no educa al hombre en tanto hombre.

La naturalidad con que hoy cada uno —sea comerciante, médico o escritor— designa la actividad que cumple como «trabajo» no existió siempre. Sólo muy gradualmente el trabajo se procuró validez social. Según la concepción cristiana, el trabajo no era originariamente una actividad meritoria, sino la consecuencia del pecado y del castigo correspondiente. El hombre tiene que trabajar con el sudor de su frente, pues es por su culpa que está condenado a ello. Como obligación dura y maldita, el trabajo es esencialmente penuria, fatiga y padecimiento. El hombre bíblico no goza los «frutos» producidos por la «bendición» del trabajo, sino que éste existe porque se apoderó de los frutos del paraíso. Pascal aun sostenía que el trabajo sólo mostraba la vacuidad del trajín del mundo, aparentemente realizado de modo industrioso, ya que por medio de esa dispersión el hombre olvidaba la miseria de su existencia. Sólo con el protestantismo nació la positiva apreciación cristiana del trabajo mundano. Pero la decisiva mundanización de la tradición cristiana, bajo la forma en que se produjo en el siglo XVIII, se produjo en contradicción con la doctrina de la Iglesia (a lo que ésta no respondió como era costumbre con lo que contrariaba su doctrina y las hogueras no se llenaron de burgueses, curiosamente). Mediante esa mundanización, adquirió vigencia la valoración burguesa —desde entonces dominante— del trabajo, que fue considerado como una actividad que llenaba de sentido a la vida humana.

Ahora se goza, consciente y voluntariamente, de los frutos del trabajo cumplido. Se convierte en el camino preferido, capaz de conducir a la satisfacción y al éxito, a la fama, al goce y a la riqueza. El hombre de la época burguesa no sólo tiene que trabajar, sino que quiere hacerlo, pues una vida sin trabajo no le parece digna de ser vivida, por cuanto sería «vana». El trabajo no regía para él como una mera actividad ascética, que aleja los vicios del ocio y de la disolución, obligando a una actividad regulada, sino que en cuanto trabajo que rinde resultados y produce consecuencias, adquiere significación autónoma y constructiva. Es la fuente de toda habilidad, virtud y alegría. En semejante apreciación del trabajo, la valoración cristiana sólo aparece a través del acento puesto en su dureza meritoria, lo que siempre implica la representación de un maleficio, tanto como la liberación causada por el trabajo es un estado cuasi paradisíaco, aunque el ocio continuo produzca en el hombre —destinado a trabajar— un aburrimiento mortal. Ambos significados fundamentales del trabajo, entendido como necesidad y fatiga (molestia) y, al mismo tiempo como obra (opus opera), también están presentes en la historia de la significación del vocablo. Labor quería decir, originaria y primordialmente, el duro trabajo del cultivo de los campos y, por tanto, una labor de sumisión servil. Pero al mismo tiempo el trabajo que pesa sobre el siervo y se cumple por una paga diaria también es efecto de un rendimiento creador, semejante al de las demás obras.

Sin embargo ese doble significado del término no fue decisivo para una caracterización del trabajo. Éste pertenece al ser del hombre, en cuanto es un ser activo en el mundo. La última vez que se lo concibió en ese sentido pleno y originario fue en la filosofía de Hegel. Según él, el trabajo no constituye una actividad económica singular, diferente del ocio o del juego sino el modo fundamental en el que el hombre puede producir su vida y configurar el mundo. La ética protestante del capitalismo y de la fundamentación del trabajo está servida.

El mundo mediterráneo del cristianismo original que concebía el trabajo como castigo (y por ello era por lo que no trabajan los señores, tocados por la virtud de Dios en el orden esclavista, luego feudal, y posteriormente capitalista, sino los siervos) para expiar la culpa y constituía así un modo de sometimiento —la Iglesia y el señor te castigan en representación de Dios por tus faltas, arrepiéntete y trabaja— va sucumbiendo filosóficamente al mundo anglosajón protestante del trabajo como estatus social, difundido por un capitalismo impulsado por la Europa nórdica y evangelista, basado, curiosamente, en formas más arcaicas de sometimiento que son mediterráneas (desde la invención de la agricultura y la conformación de los primeros estados antiguos a las repúblicas italianas en donde se crearon los bancos y el dinero tal y como hoy se conoce). El duro trabajo de los «trabajadores espirituales» fue apropiarse y crear medios de producción para su laboriosa actividad de producir riqueza sobre las espaldas de los embrutecidos trabajadores que eran, y siguen siendo, los que se rompían el espinazo para mantener a todos los demás. Pero el burgués, el comerciante, el industrial es un emprendedor laborioso e incluso un trabajador y al «pobre obrero asalariado» se le concede también su estatus siempre y cuando produzca, consuma y calle y se le obsequia con un salario con el que comprar lo que él mismo produce y con una «cultura popular». Así por ley —filosófica, jurídica, mundana y divina—, todos somos iguales (tenemos cultura y trabajo).

La rueda sigue y se acabó la juventud.

Fragmento de “De Hegel a Nietzsche: la quiebra revolucionaria del pensamiento en el siglo XIX” de Karl Löwith (2008)



Después de los políticos estas son las que más roban




Huelga telemarketing




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"Si ves a alguien robando en tiendas;
Si ves a alguien robando en el trabajo;
NO SE CHIVE DE LAS PERSONAS DE SU CLASE (SOCIAL)
NO DEFIENDA UN SISTEMA QUE PERPETÚA NUESTRA POBREZA"

¡Abajo los jefes!

¡Abajo los jefes! - Joseph Déjacque (1859). “Todo lo que no es la libertad está contra la libertad. La libertad no es cosa que se pueda conceder. No corresponde al capricho de cualquier personaje o comité de salud pública el decretarla o el entregarla como regalo. La dictadura puede cortar las cabezas de los hombres, pero no hacer que vuelvan a crecer y que se multipliquen; puede transformar las inteligencias en cadáveres; puede hacer que los esclavos se arrastren y agiten bajo su bota y su fusta, como si fuesen gusanos u orugas, aplastarlos bajo su dura pisada, pero sólo la libertad puede darles alas”.
Obrero decorador, especializado en papel pintado, poeta, revolucionario de los del 48 (1800, se entiende), preso político en diversas ocasiones, anarquista de los de la primera hornada, discípulo respondón de Proudhon, publicista de la Idea, migrante en el Nuevo Mundo, editor del primer periódico comunista libertario de la historia de los Estados Unidos, autor de El Humanisferio, utopía anárquica, Joseph Déjacque o Déjacques (1821-1864), según el caso, es conocido por haber entregado a la lengua francesa el neologismo libertaire.
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Elogio de la pereza refinada




Elogio de la pereza refinada - Raoul Vaneigem (1996). Aportación del ex-situacionista belga Raoul Vaneigem a la serie Los Pecados Capitales del Centro Pompidou.  Leer/descargar: Aquí

Conflictos por el tiempo. Poder, relación salarial y relaciones de género.




Lunes, 14 de noviembre de 19:00 a 21:00
Traficantes de Sueños Calle Duque de Alba, 13, Madrid

Con la participación de Enrique Martín Criado, profesor de Sociología en la Universidad Pablo de Olavide y miembro de “Denunciemos los abusos patronales.” Ha publicado sobre Sociología de la educación, transformaciones en las familias de clases populares, metodología cualitativa y teoría sociológica y Carlos Prieto, catedrático emérito de Sociología de la Universidad Complutense y directos de Cuadernos de Relaciones Laborales. Ha publicado sobre trabajo, empleo, relaciones de género y políticas sociales.

El tiempo es una dimensión esencial de las relaciones de poder. La posibilidad de organizar y de decidir sobre nuestros tiempos depende de la posibilidad de obligar a supeditar los tiempos ajenos a los nuestros. De ahí que el tiempo sea objeto de continuos conflictos. Estos se han agudizado en las últimas décadas por las transformaciones experimentadas en dos ámbitos claves del orden social.

En primer lugar, en el ámbito laboral. La desregulación laboral, el consiguiente incremento del poder empresarial frente a la clase asalariada y la intensificación de la competencia han llevado a las empresas a reducir los costes laborales eliminando trabajo en los períodos de menor intensidad productiva. Este proceso se ha visto acentuado por el crecimiento del sector servicios, en el que se compite por la clientela ofreciendo horarios más amplios y mayor celeridad en la atención al cliente. En estas condiciones se han multiplicado las jornadas atípicas, los contratos precarios y a tiempo parcial, los horarios fragmentados, las horas extraordinarias, la flexibilización de la jornada: la exigencia a los asalariados de supeditar sus tiempos a las necesidades empresariales.

En segundo lugar, en las relaciones de género. Las mujeres abandonan cada vez menos el trabajo asalariado al emparejarse y tener hijos para dedicarse en exclusiva al trabajo reproductivo. Pero este es poco asumido por los varones, generándose las problemáticas de la "doble jornada" femenina y de la conciliación entre la vida familiar y la laboral.

La conjunción de ambas transformaciones acentúa la tensión entre las temporalidades laborales y las de las otras actividades sociales, multiplicando los conflictos en los ámbitos laboral y familiar en torno al tiempo.

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La ideología del trabajo



Jacques Ellul nace, de familia pobre, en Burdeos en 1912 y muere en 1994 en Pessac, no lejos del «campus» donde impartió la enseñanza durante casi toda su vida. Participa activamente en la Resistencia. Después de la Liberación, en una Francia ocupada intelectualmente por el comunismo y el existencialismo, Ellul, antifascista pero también antitotalitario, queda desplazado del mundo intelectual parisino. Ecologista antes de tiempo y crítico de la ecología política, encabeza, junto a su amigo Charbonneau, distintos movimientos en favor de la Naturaleza.Crítico de inspiración libertaria de la sociedad moderna, escribe más de 50 libros sobre todas las cuestiones importantes de nuestra era, anticipándose a todas ellas. Analiza sobre todo la que es para él la más importante: la Técnica. Inspirándose en Marx analista del Capital, Ellulse convertirá en el analista de la Técnica. A ella dedicará tres libros imprescindibles, fundadores, ya clásicos: La technique ou l’enjeu du siècle(1954) (La edad de la técnica, Octaedro, 2003), Le système technicien (1977), y Le bluff technologique(1988).Importante también su Historia de las instituciones, estudios jurídicos y de historia del derecho. Abundantes sus libros y artículos sobre la cuestión de la revolución, contra el mito del progreso y sobre
la ideología del trabajo, artículo que a continuación publicamos.

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