Según una antigua leyenda, Sísifo fue castigado por los dioses por su astucia en la vida. “Sísifo es castigado en el infierno”, escribe el historiador y mitógrafo Apolodoro, “haciendo rodar una piedra con las manos y la cabeza, con el esfuerzo de llevarla hasta la parte superior [de una colina]; empujarla es lo que quiere, pero ella se vuelve atrás”.
Debido a la naturaleza laboriosa de su castigo, Sísifo se convirtió en un símbolo de todo trabajo inútil, lo que implica que tal, el trabajo improductivo repetitivo, sólo podía entenderse como un castigo al mal y sería de cualquiera forma simplemente una tortura.
En medio de la ahora común creencia cristiana sobre todas las formas de trabajo como vocaciones que Dios, la imagen de Sísifo, empujando su roca en vano por una colina en el Hades, sólo para verla rodar hacia abajo de nuevo, podría servir para recordarnos la realidad del trabajo, la otra cara de la moneda.
Mientras que el trabajo humano tiene un llamado divino, no trabajamos separados de “espinas y cardos” y sí “con el sudor de [nuestro] rostro” (Génesis 3: 18-19). Contrariamente a las suposiciones comunes, este aspecto penoso de nuestro trabajo tiene una más alta vocación propia, que actúa como el medio por el cual el trabajo podará nuestros corazones para dar sus frutos a Dios.
Teniendo en cuenta este aspecto del trabajo humano, algunos podrían imputar a los cristianos que alaban las virtudes de la vocación con el error que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) acusó en su día a “los aduladores del trabajo”. “En la glorificación del ‘trabajo’ y la charla incesante sobre la ‘bendición del trabajo’”, escribe en Aurora:
“A la vista que ofrece el trabajo (me refiero a esa dura actividad que se realiza de la mañana a la noche), podemos comprender perfectamente que ésta es la mejor policía, pues frena a todo el mundo y sirve para impedir el desarrollo de la razón, de los apetitos y las ansias de independencia. Y es que el trabajo desgasta la fuerza nerviosa en proporciones extraordinarias y quita esa fuerza a la reflexión, a la meditación, a los ensueños, al amor y al odio; nos pone siempre ante los ojos de un fin nimio, y concede satisfacciones fáciles y regulares… De este modo, una sociedad en la que se trabaja duramente y sin cesar, gozará de mayor seguridad a la que hoy se adora como divinidad suprema”.
Para Nietzsche, en última instancia, el trabajo sirve como una herramienta de manipulación. Quienes alaban el trabajo en realidad sólo quieren mantener a las masas y reprimir su desarrollo intelectual, sus aspiraciones e individualidad.
El verdadero dios de los que alaban el trabajo es su propia seguridad. Mantienen a los trabajadores en la “gratificación fácil y regular” del trabajo diario sólo para distraerlos de la realidad verdaderamente opresiva.
Las inclinaciones conspirativas de Nietzsche podrían ser exageradas, pero su crítica general de que nuestro trabajo diario podría no ser mejor que el destino de Sísifo, si tan sólo pudiéramos verlo, deben ser tomadas en serio.
Para muchas personas, las palabras del Eclesiastés (2: 11) resonarán más fácilmente en sus trabajos que cualquier exhortación a verlos como vocaciones:
“Luego reflexioné sobre todas las obras que mis manos habían hecho y sobre la fatiga que me había tomado por hacerlas, y he aquí que todo es vanidad, andar a la caza del viento, y no queda provecho alguno bajo el sol”.
En el peor de los días (y para algunos incluso un día promedio), el trabajo de servicio al cliente en una tienda minorista o de la línea de montaje en una fábrica o de limpieza en Chuck-E-Cheese se siente mucho más como “atrapar vientos”, que el cumplimiento de una condición dada por Dios en la vida.
¿Podríamos decir a Sísifo, “¡Ánimo, tu trabajo ha sido divinamente ordenado!”? Fue divinamente ordenado, pero sólo como un instrumento de castigo.
En este punto, podríamos preguntarnos —¿no fue el trabajo introducido como un castigo de Dios? Es después de que Adán cae que Dios le dice (Génesis 3: 17),
“… maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga sacarás de ella el alimento por todos los días de tu vida”.
¡Vea! El trabajo es una maldición, ¿no es cierto?
Sí y no. Nuestra vida está plagada por la imperfección y la tragedia de nuestra mortalidad, sin embargo, Dios dice a Adán: “comerás”, es decir, ” tendrás los medios para sostener tu vida”.
El trabajo no debe ser tan penoso —el trabajo, en ese sentido, es una cosa mala— pero dado que nuestras vidas se caracterizan por el pecado, a veces realmente necesitamos trabajar duro. A veces, la maldición es también gracia.
Como dice Abba Theonas, en las Conferencias de San Juan Casiano,
“’Maldita será la tierra en tus obras; espinos y cardos te dará y con el sudor de tu frente comerás el pan”. Esto, digo, es la ley, implantada en los miembros de todos los mortales, que resiste a la ley de la mente y la mantiene alejada de la visión de Dios, y que, como la tierra se maldice en nuestras obras después del conocimiento del bien y del mal, comienza a producir las espinas y cardos de pensamientos, por los pinchazos agudos en los que las semillas naturales de virtudes se ahogan, por lo que sin el sudor de nuestra frente, no podemos comer nuestro pan que ‘desciende del cielo’, y que ‘fortalece el corazón del hombre’. Toda la raza humana en general, por lo tanto está, sin excepción, sujeta a esta ley. Porque no hay uno, tan santo, que no coma el pan mencionado antes con el sudor de su frente y los ansiosos esfuerzos de su corazón”.
Sujetos a las condiciones espinosas la vida mortal caída, es sólo a través del trabajo (“el sudor de su frente”) que “comemos el pan nuestro de que ‘desciende del cielo’”, y que “el corazón del hombre fortalece”. Pero nosotros comemos de él, siempre y cuando primero trabajemos.
Eso no lo hace menos difícil, ni justificaría exhortar a aquellos “que trabajan y llevan pesadas cargas” a sentir gozo en sus tareas de Sísifo, cuando pueden con razón añorar que alguien les dé descanso (cf. Mateo 11:28).
No debemos abandonar el trabajo de aligerar esa carga en los demás, en la medida en la que podamos en esta vida, como un asunto de nuestra Imitación de Cristo.
“Por esta causa”, dijo San Cirilo de Jerusalén,
“Jesús asume las espinas, para que Él pueda cancelar la condena; para lo cual, también fue enterrado en la tierra, y que la tierra que había sido maldecida pudiera recibir la bendición en lugar de una maldición”.
Sin embargo, a pesar de lo que Nietzsche pudiera haber dicho, esto debe también cambiar nuestra perspectiva sobre algunos de los peores trabajos.
Soportando las espinas y cardos de nuestro trabajo con el sudor del rostro, a veces puede eso ser precisamente lo que necesitamos para eliminar a “las espinas y abrojos de los pensamientos” de nuestras mentes y llevar el fruto de la justicia a Dios en nuestros corazones.
Dylan Pahman.