Ley D’Hondt, abstención y voto en blanco. Algo de matemáticas y ejemplos prácticos


Ley D’Hondt, abstención y voto en blanco. Algo de matemáticas y ejemplos prácticos.

Estoy ya cansado de escuchar las mismas historias y los mismos mantras repetidos desde hace más de 20 años que empecé a pelear contra este régimen partidocrático. Mentiras y verdades a medias que se repiten una y otra vez y que sólo contribuyen a mantener la farsa que supone este régimen de poder que padecemos, heredero directo del franquismo, desde hace más de 35 años.

La Ley D’Hondt es una de las mayores infamias que se han cometido en cuanto a la ley electoral se refiere, ya que al crear un sistema proporcional rompe la primera regla básica de una democracia: una persona, un voto.

Pero no sólo eso, la dichosa ley tiene también repercusiones en las posibles acciones de protesta que se puedan tomar por parte de todos aquellos descontentos con el régimen, y que no se toman las molestias de estudiar a fondo las cuestiones o comienzan a repetir los juicios de valor que otros han emitido previamente. Así que no voy a dedicar otro post a explicar lo que significa la abstención, o el voto en blanco, o el nulo, porque en última instancia es seguirles el juego a todos aquellos que lo único que pretenden es confundir y continuar con la máxima de César: Divide et impera.

En esta página se explica muy bien en qué consiste la Ley D’Hondt: Ley D’Hondt

Y tienen un enlace a un sencillo simulador de la Ley D’Hondt: Simulador Ley D’Hondt

A partir de ahí, me he limitado a crear algunos casos considerando distintas posibilidades para que se pueda ver, con números y de forma clara, lo que implica votar en un sistema trucado (ya sea en blanco o a partidos minoritarios) y la abstención. También conviene aclarar que, como no he considerado cuestiones de distintas circunscripciones, dichos ejemplos se pueden aplicar tanto a las elecciones generales como a las europeas, que también utilizan la Ley D’Hondt considerando el país como una circunscripción única.

He asumido una serie de presupuestos que se aplican a todos los casos:

1º.- Los partidos del 1 al 4 son los mayoritarios del régimen. El 1 y el 2 son los que se suelen repartir el pastel (por ejemplo, PP y PSOE), y el 3 y 4 son otras opciones que cuentan con cierto número alto de votantes (por ejemplo IU o partidos nacionalistas como CiU) y pueden actuar de bisagra en determinadas situaciones, pero que apoyan el régimen salvo por pequeñas puntualizaciones con las que esperan convertirse en 1-2 o bien obtener otro tipo de prebendas.

2º.- Los partidos del 5 al 9 son distintas opciones que pueden surgir como reacción al régimen de poder actual: algunos pueden tener buenas intenciones y otros ser meros oportunistas.

3º.- Los partidos 1 y 2 son intercambiables entre sí respecto al número de votos, es decir, da igual que en un caso se considere que el 1 es PP y el 2 es PSOE, como al contrario. Lo mismo se puede decir de los partidos 3 y 4. Y los partidos del 5 al 9 también son intercambiables, en caso de que se quieran personalizar.

4º.- Los votos perdidos que van a abstención o voto en blanco los he restado de los partidos originales del régimen, es decir, del 1 al 4, ya que los partidos minoritarios, al aparecer como nuevas opciones no sufren de la fuga de descontentos.

5º.- Para no complicar las cosas, en los distintos casos he considerado sólo abstención o sólo voto en blanco, no ambos, para que los efectos se puedan apreciar con más claridad. El que quiera, puede dedicar tiempo a complicarlos todo lo posible con infinitas posibilidades. El voto nulo, a los efectos de cómputo sería igual que una abstención, por lo que tampoco tiene mucho sentido considerarlo.

6º.- Se ha considerado una participación máxima de 250.000 individuos, 100 escaños para repartir, y un 3% de límite para que un partido obtenga escaños.

Aclarados esos puntos, veamos los distintos casos:

Escenario 1: 100% de participación, sin votos en blanco.


En este ejemplo se puede ver cómo los partidos pequeños no tienen nada que hacer. Es una situación inicial, de partida, en la que los dos grandes partidos (1 y 2) monopolizan el 77% de los escaños. Si a a eso se le suman los otros dos partidos bisagra, el 94% de los diputados sostendrán el régimen de forma incondicional.

Escenario 2: 100% de participación, 20% de voto en blanco a costa de los 4 grandes partidos.


Como se observa, no hay muchos cambios, al menos para los dos grandes partidos: el Partido 1 obtiene un escaño más, mientras que los dos partidos bisagra (3 y 4) pierden algunos diputados en favor de los partidos pequeños. Aún así, el 91% de los escaños siguen perteneciendo a los partidos estatales del régimen. Pero, ¿qué pasaría si ese 20% de votos en blanco hubiera sido de abstención?

Escenario 3: 80% de participación, 20% de abstención a costa de los 4 grandes partidos.


Vaya, mira qué curiosidad: resulta que con un 20% de abstención (sin votos en blanco), los pequeños partidos salen más beneficiados y los grandes empiezan a perder algo de hegemonía, comparado con el caso anterior. En concreto, los dos grandes pierden 3 escaños respecto a la situación original (Escenario 1) y 4 respecto al de los votos en blanco (Escenario 2). Pero aún hay más: la ausencia de votos en blanco hace que el número de votos mínimo para que un partido acceda a tener diputados baje de 7000 en los dos casos anteriores a 6000, con lo que dos partidos más entran en el recuento y se llevan escaños, que restan también a los mayoritarios (Partidos 1-4). En total, con una abstención del 20% resulta que los partidos grandes y bisagra se quedan con un 86% de los diputados, frente al 96% y al 91% de los dos casos previos. Interesante, ¿no? Empieza a cobrar sentido la cantinela de la “participación en la fiesta de la democracia”…

Vayamos ahora a casos más extremos, donde la abstención o el voto en blanco alcancen un 50%.

Escenario 4: 100% de participación, 50% de voto en blanco a costa de los 4 grandes partidos.


Aquí ya se empiezan a ver algunos cambios (aparentemente), pero en realidad el régimen sigue perfectamente sano para los dos grandes: entre el Partido 1 y 2 se siguen repartiendo el 75% de los escaños. La única novedad destacable es que el Partido bisagra 4 desaparece del escenario electoral y se queda sin representación, pero sin duda será inmediatamente sustituido por alguno de los nuevos que accede al poder. Y con un 100% de participación, lo que implica una legitimidad absoluta para hacer y deshacer lo que les venga en gana.

Escenario 5: 50% de participación, 50% de abstención a costa de los 4 grandes partidos.


De nuevo se vuelve a ver un efecto importante: en este caso TODOS los partidos obtienen escaños. La abstención, de nuevo, vuelve a favorecer la entrada de partidos más pequeños, que obtienen escaños a costa de los principales. Aunque, como siempre, los dos principales salen menos perjudicados. Pero sí se consigue un efecto más importante, que los grandes partidos no quieren: no podrán conseguir mayoría absoluta de ninguna forma por sí solos. Por ello, deberán recurrir a coaliciones, posiblemente entre ellos dos, para seguir manteniendo el régimen (sumarían el 62% de los escaños). ¿A nadie le suena esto de algo? Pero hay algo más: sólo el 50% de la población apoya el régimen en este caso, y únicamente el 18% ha votado al partido con más escaños. Esa deslegitimación, acompañada de movilizaciones en la calle y descontento en la población, es la única forma de llevar el régimen a su derribo definitivo.

Las partidocracias europeas y el sistema proporcional con la ley D’Hondt fueron instaurados por los vencedores de la 2ª Guerra Mundial en los países derrotados (Italia y Alemania), con el objetivo de conseguir gobiernos estables a través de mayorías con un porcentaje muy bajo de los votos. Es por ello que siempre suelen existir dos grandes partidos que se reparten el pastel con un porcentaje muy bajo de los votos.

Pensar que el régimen se puede derribar desde dentro es una ilusión, máxime cuando cada vez aparecen más partidos “protesta” y el voto se sigue atomizando más y más. Si al menos surgiera un partido que fuera capaz de aglutinar todo el descontento en un solo punto simple y sencillo de su programa electoral, por ejemplo, la apertura de un proceso de libertad constituyente, quizá podría haber algún resquicio para conseguir algo. Pero lo dudo: dicho partido tendría que ser capaz de vencer la desconfianza natural de todos aquellos que han aborrecido el régimen, además de ser capaz de aglutinar todas las fuerzas reales opositoras a este sistema. Y eso, hoy por hoy, no existe. Lo único que une de verdad a los descontentos es la abstención, la no participación y la no complicidad con el régimen. Todo lo demás son brindis al sol.