Un argumento anti-electoral esgrimido muy
frecuentemente por el Movimiento Libertario es que votar a un partido político
es inaceptable pues ello implica delegar nuestra inalienable capacidad de
decisión en manos de instancias que decidirán por (y ciertamente en contra de)
nosotros/as. Pero tal argumentación jamás llevará a posturas abstencionistas a
amplios sectores sociales que, aún repudiando el actual orden de cosas, acuden
a las urnas con la idea (ilusoria) de que a través del sistema electoral pueden
lograrse transformaciones sociales profundas. Y a caso sea esta ingenua
"fe" en las posibilidades transformadoras del sistema electoral la
que habría de ser sometida al rigor crítico en muchos casos.
1. Si votar cambiara algo, sería ilegal.
En el siglo XVIII, el siglo de las grandes revoluciones
burguesas (en especial la Revolución Francesa de 1789), la idea de sufragio
universal representaba un peligro para los intereses de la clase dominante de
la época y a la vez un gran avance social. Al igual que las sufragistas, que
pedían el derecho al voto para la mujer en una sociedad corroída por valores
patriarcales, los liberales (que eran los revolucionarios de ese tiempo) eran
perseguidos por defender la idea de que cualquier ciudadano/a tenía derecho a
elegir a través del voto el modelo de organización social que más le convenía.
Esto explica el hecho de que los primeros anarquistas de la era moderna
militaran en un primer momento en el ala radical del liberalismo o republicanismo
(Godwin, Proudhon, Bakunin, Albert Parsons, Fermín Salvochea, etc.).
Pero la nueva clase hegemónica pronto se hace con un
control casi absoluto del sistema parlamentario al tiempo que detenta en
solitario el poder económico. Muy pronto esos futuros libertarios se dan cuenta
de que no se podía hablar de "igualdad, libertad y fraternidad"
mientras la riqueza y los medios de trabajo estuvieran en manos de una élite de
ricos/as y de que la misma idea de "estado" aunque se acompañara del
apellido "democrático" era de entrada reaccionaria. De hecho, la
burguesía liberal cada vez estaba más cerca de conseguir un control absoluto
sobre el sistema de democracia representativa, un control que convertía al
parlamentarismo en un instrumento al servicio de los intereses de las élites
económicas. Hoy día, el sistema está tan fosilizado que las posibilidades de
que genere avances sociales significativos son nulas, razón por la cual la
burguesía liberal lo defiende a capa y espada. Y hasta tal punto es así que hay
países en los que no votar acarrea duras sanciones sobre el/la ciudadano/a que
se abstiene (p.e., en Bélgica, Ecuador, etc.); incluso en España no acudir como
vocal o interventor a una mesa electoral implica enfrentarse a elevadas multas
(¿no quedamos en que votar era un derecho, y no un deber?). Se puede afirmar,
por tanto, que a estas alturas si votar cambiara algo, sería ilegal.
2. Nuestras "democracias": cooptación,
manipulación mediática y guerra clandestina contra la disidencia.
Desde la consolidación del modelo de dominio global, con
EEUU y sus socios "democráticos" a la cabeza (la U.E. y Japón), los
poderes occidentales han culminado un proceso de asentamiento del sistema de
democracia representativa a través de una política anti-subversiva de carácter
preventivo, es decir, que antepone el control ideológico de las masas al uso
directo de la represión. El intelectual norteamericano Noam Chomsky lo ha
explicado de manera bastante gráfica: "la propaganda [de los medios de
comunicación] es a la democracia lo que la cachiporra es a la dictadura".
Con ello se evita que el uso directo de la fuerza genere una quiebra del
consenso social en torno a la bondad incuestionable de la democracia burguesa
como "el menos malo de los sistemas políticos posibles", pues sobre
tal idea descansa la "paz social" requerida por las fórmulas de
gobierno (neo)liberales. No hay mayor esclavo que el que no es consciente de su
esclavitud, y de esta falta de "conciencia de clase" los medios de
propaganda del sistema (la prensa, el sistema educativo, etc.) son grandes
responsables.
Este férreo control ideológico, no obstante, no tendría
éxito si no se alimentaran periódicamente las esperanzas de cambio social del
sector más crítico de nuestra sociedad, aunque sea a base de promesas falsas.
Es aquí cuando entran en juego las estrategias de cooptación de nuestros
"estados democráticos", que encauzan la rebeldía natural de cierta
parte de la población por las sendas del reformismo político para de esta
manera desactivar su carga revolucionaria. Según esta fórmula
contrarrevolucionaria los partidos de "izquierda" recogerían en sus
programas las reivindicaciones más inocuas de los/as ciudadanos/as
descontentos/as a modo de válvula de escape de la presión popular, a pesar de
que hoy día incluso la izquierda política acepta las líneas básicas
neocapitalistas. Y si la izquierda oficial no es capaz de contener la
disidencia, ésta puede ser cooptada y, por ende, neutralizada a través de las
ONG's, cuya misión es atomizar y desviar las tendencias sociales menos afectas
a la partitocracia impidiendo que cristalicen en un amplio movimiento
revolucionario que cuestione el orden social en su conjunto.
Pero ¿y si el lavado de cerebro y la cooptación de la
rebeldía social no es suficiente para encauzar la disidencia? Si eso ocurre, a
la "democracia" sólo le quedará la nada democrática opción de usar el
terror de estado. Sin embargo, éste se ejercería a través de estructuras
secretas de manera que no despertara sospechas entre las masas votantes y llevara
a éstas a cuestionarse las tan cacareadas "libertades democráticas".
Esta situación, de hecho, se ha dado en el pasado reciente. Un ejemplo
elocuente fue la Norteamérica de los años 60 en que la insurrección civil
(protestas contra la intervención en Vietnam, auge de los movimientos de
estudiantes, mujeres y minorías étnicas, huelgas, etc.) fue sofocada a través
de un programa secreto de terrorismo de estado conocido como COINTELPRO (Couter
Intelligence Program) llevado a cabo por estructuras clandestinas del FBI. El
carácter secreto de la operación facilitó que los medios de comunicación
negaran ante la opinión pública la implicación estatal en cientos de atentados
contra disidentes estadounidenses y señalaran como únicos responsables a los
ultras y mercenarios utilizados como meros ejecutores de los crímenes por la
"democracia" norteamericana, tantas veces tildada de
"modélica" en lo relativo al "respeto de los derechos
humanos". Igualmente la "democrática" república italiana utilizó
una red de antiguos criminales fascistas (que eludieron la cárcel gracias a la
protección de la CIA y el Vaticano) para realizar campañas de atentados con
bombas y atribuírselos a la izquierda; de esta forma frustraron una más que
probable victoria electoral del Partido Comunista Italiano al retirarle su
apoyo una población sumida en la confusión y el miedo. Más inquietante aún, fue
la infiltración de grupos de izquierda por parte de células contrainsurgentes
de los servicios secretos italianos para llevarlos a una estéril lucha armada
con el objetivo de posicionar a las masas descarriadas hacia posiciones
centristas y moderadas. Tampoco es ajena la democracia española a estos
manejos, en cuyos comienzos el aparato estatal copado por ex-franquistas
favoreció la estrategia de la tensión (utilizando el terrorismo de ultraderecha
e infiltrando y, finalmente, neutralizando a la extrema izquierda) para impedir
que la euforia popular tras la muerte del dictador traspasara los límites de la
"democracia controlada".
3. Fraude y exterminio en la
"periferia".
Frente a las tácticas contrarrevolucionarias de las
"democracias" occidentales basadas en sofisticados mecanismos de
desinformación y represión selectiva, en la "periferia" del nuevo
orden neocolonial (lo que conocemos como Tercer Mundo) la represión masiva (que
en ocasiones es puro genocidio) y el fraude electoral es la tónica general. En
estas zonas del planeta, la miseria y el reaccionarismo son tan profundos que a
la población no le quedan más opciones que luchar o perecer bajo el peso de las
políticas económicas explotadoras apadrinadas por el FMI y ejecutadas por las
grandes multinacionales aliadas con los gobiernos-títere de turno.
Entre los intentos por romper esta dramática situación de
dominio neoimperialista, quizá sea el caso de Chile el más conocido. A finales
de los 60 la izquierda chilena iba encaminada a acceder a través de las urnas,
lo que chocaba con los intereses de la alta burguesía del país andino, aliada
con el capital norteamericano. Fue en este contexto, en el que los servicios
secretos de los "democráticos" EEUU en colaboración con los fascistas
chilenos se dedicaron a sabotear el avance electoral de la coalición
izquierdista liderada por el socialista Salvador Allende. Al no conseguir sus
objetivos los EEUU y amplios sectores de la política chilena (incluida la
Democracia Cristiana y la Iglesia Católica) impulsaron la instauración de una
dictadura militar con el consabido resultado de más de 30.000 ejecutados/as y
desaparecidos/as. Esto demuestra que la burguesía liberal promueve el sistema
electoral siempre que de este salgan gobiernos que defiendan sus intereses
económicos, de lo contrario no duda en aliarse con partidarios/as de las
dictaduras fascistas.
Otro episodio de similar índole y más cercano en el
tiempo, es el acontecido en Argelia. En 1991, la población de este país,
hundida en la miseria como consecuencia de un plan de ajuste estructural
impuesto por el FMI, votó mayoritariamente al FIS, un partido islamista
partidario de un cierto grado de racionalismo económico. Esto hacía peligrar
los intereses de las multinacionales del gas y del petróleo asentadas en la
zona (sobre todo francesas y españolas) por lo que la cúpula militar argelina,
cercana a estos poderosos sectores económicos, no aceptó los resultados
electorales y dio un golpe de estado que derivó en una guerra civil. La
dictadura militar presidida por el general Zerual fue reconocida y aun provista
de armas por los "demócratas" de la Unión Europea más preocupados por
los recursos energéticos argelinos que por esos "derechos humanos"
que tanto invocan. Además el nuevo régimen argelino infiltró las facciones
islamistas armadas y creó un grupo terrorista fantasma, el GIA, que se dedicó a
masacrar a civiles indefensos que habían votado al FIS en el 91. Según hizo
público el corresponsal británico John Sweeney en The Observer del 11-I-98, las
masacres de civiles eran perpetradas por un cuerpo policial de élite del estado
argelino (llamadas los "ninjas") que asaltaban las casas de antiguos
bastiones electorales del FIS disfrazados de "integristas" con
"barbas y chilabas" y asesinaban a familias enteras para que el
gobierno y los medios de comunicación acabaran achacando estos hechos a las
milicias islamistas. Un dato más: de los 1.300 terroristas que se habían
entregado acogiéndose a la Ley de Concordia del nuevo presidente Buteflika a
finales de noviembre pasado, 700 eran agentes infiltrados (El País, 27-XII-99).
Actualmente, en Argelia hay diversas organizaciones de familiares de víctimas,
de desaparecidos que se cuentan por miles (como en las dictaduras chilena y
argentina), algo que nuestros medios de comunicación por lo general pasan por
alto.
Pero el trance de anular unas elecciones de resultados
"no deseables" para la plutocracia, con el consiguiente riesgo de
confrontación armada se suele evitar a través del fraude electoral masivo.
Siguiendo con los ejemplos, ahí está el caso de Egipto saludado por nuestra
prensa como paradigma de país "moderno y democrático" del ámbito
norteafricano, país en el que, sin embargo, se practica un fraude electoral
generalizado, como, por otra parte también reconoce nuestra prensa. Para
empezar, en egipto sólo están permitidos un reducido número de partidos que
tienen un peso insignificante en el parlamento. El presidente Mubarak, lo es
hace casi 20 años, lo cual no es extraño porque se suele presentar como
candidato único a la presidencia (v. El Norte de Castilla del 27-IX-99). Esto
ha motivado que parte de la población le haya declarado la guerra y se haya aliado
con los islamistas, contra los cuales el estado egipcio está llevando a cabo
una guerra sucia al más puro estilo argelino. Así, los islamistas han
denunciado como el estado se dedica a atribuirles atentados a turistas
perpetrados por personas desconocidas en los círculos fundamentalistas (v. El
País del 9-XII-99). Se da la circunstancia de que Egipto también cuenta con
importantes bolsas de petróleo y gas natural.
Otro caso de fraude electoral ocurrido en época reciente
tuvo lugar en las elecciones a la presidencia de Nicaragua en octubre del 96.
En esa ocasión, el candidato del Frente Sandinista, Daniel Ortega advirtió de
"elementos fraudulentos de cierto peso" en el proceso electoral. De
hecho con sólo un 7% de las papeletas escrutadas, el candidato "liberal",
Arnoldo Alemán, un antiguo colaborador del dictador pro-EEUU Somoza, se
proclamó vencedor de los comicios. Una votante indicó que "encontraron
cinco cajas con papeletas de Daniel botadas [=tiradas] y escondidas" y
otra persona, partidaria de Alemán, reconoció ante medios periodísticos
españoles que "estas elecciones son una vergüenza para el pueblo
nicaraguense". Incluso un observador internacional ciones que "no se
ha encontrado [...] índices de fraude alguno" (El Mundo del 22-X-99). Por
supuesto, la votación no se repitió.
4. Hay que superar el modelo de "democracia
representativa".
Los datos expuestos más arriba demuestran que
además de conculcar nuestra capacidad de decisión, la "democracia
representativa" no presupone una elección libre pues la élite económica
controla los factores de los que dependen el resultado final de las votaciones
(y si no lo consigue las falsea o anula, como hemos visto). Estamos, por tanto,
ante un sistema político con más de 200 años de antigüedad, fosilizado y corrupto,
que hoy día no representa más que una máscara amable tras de la cual se esconde
la usura y el terrorismo de estado. Hasta tal punto es así que se podría decir
que la democracia liberal y el fascismo comparten una esencia común,
salvaguardar el poder burgués; de hecho, históricamente, las élites burguesas
han potenciado el fascismo para frustrar cambios sociales revolucionarios que
parecían irreversibles.
Las actuales "democracias" sólo tienen de
democrático el nombre. Las grandes decisiones siguen en manos de las élites y
la participación del pueblo sólo se requiere para dar el asentimiento a las
decisiones tomadas por los/as poderosos/as. Ese asentimiento se materializa
esencialmente a través del voto, por lo que votar, lejos de ser un "ejercicio de libertad", es un
ejercicio de ingenuidad, cuando no de resignación irresponsable, pues damos
más poder al poder liberticida. Por ello, el parlamentarismo ha de dar paso a
un modelo de democracia directa, en la que en asamblea abierta la ciudadanía
decida sin inermediarios políticos, en un contexto de igualdad real en el que
los medios de trabajo y la riqueza que producen pertenezcan al colectivo y no a
la élite. Este modelo autogestionario se puso en práctica entre 1936 y 1939 en
las zonas de España en que el Movimiento Libertario era fuerte e igualmente se
ha dado espontáneamente en numerosos procesos revolucionarios, lo que demuestra
que es factible a pesar de que los partidarios del "estado
democrático" lo tachen de utópico (si es así ¿por qué nuestros
"demócratas" se toman tantas molestias para que no ocurra?).
La lucha por la democracia directa es la lucha
revolucionaria del futuro.