La maliciosa invención del fin de semana que todo trabajador debería conocer


La maliciosa invención del fin de semana que todo trabajador debería conocer.
¿Por qué no les damos dos días para que consuman a gusto?




El viernes por la tarde cuando sales del trabajo, de la facultad o de la escuela seguramente es el mejor momento de la semana porque es cuando empieza el fin de semana y cuando más lejos estás de volver a la rutina del lunes por la mañana. La concepción del tiempo como una flecha que avanza en línea recta fue un invento judeocristiano extraído de las santas escrituras, pero no siempre se entendió así. La cultura maya, por ejemplo, comprendía el tiempo como una rueda que vuelve tercamente a su punto de partida. Un eterno retorno.

Se impuso la noción del tiempo lineal y entonces surgieron nuevas preguntas. La Tierra gira durante 365 días y a eso lo llamamos año, ¿pero que es un día? El tiempo que tarda la Tierra en rotar sobre sí misma y una de las siete unidades que conforman la semana. ¿Semana? Cinco días laborables y dos de descanso. Descanso: derecho adquirido que empieza a desaparecer.

Desde la revolución industrial el tiempo ha sido un campo de batalla. Antes, los trabajadores seguían ritmos orgánicos, el pescador faenaba en función de las mareas, el agricultor labraba conforme a las estaciones, el ganadero respetaba el ciclo de sus animales; después llegó el progreso con su ruido de máquinas y forzó un nuevo modelo productivo: obreros hacinados en fábricas pestilentes respirando al ritmo de la industria.

Costaba más apagar una máquina que mantenerla encendida, de modo que los trabajadores, exigidos por las circunstancias, empezaron a estirar sus jornadas. El tiempo pasó a ser una mercancía, comenzó a medirse en dólares y los patrones a escamoteárselo: los relojes de las fábricas aparecían con las manecillas manipuladas, sospechosamente siempre apuntaban hacia el pasado.  

Cuando el fin de semana no era un estándar los trabajadores idearon una argucia: entre finales del XVIII y mediados del XIX, en Inglaterra, decidieron guardar el primer día de la semana con la excusa del respeto al lunes santo -se cuenta que Benjamin Franklin presumía de haber ascendido en su imprenta gracias a que aparecía los lunes-.

Hablamos de la Inglaterra de Dickens, rica en alcohol, naipes y peleas de perro. Hablamos de obreros mal pagados dispuestos a sacrificar un día de la semana con tal de darle salida a los vicios. Tiempo contra dinero, eterno dilema.

El empujón capitalista

Uno de los grandes impulsores del fin de semana es Henry Ford. Sí, el mismo Henry Ford que ideó la cadena de producción moderna y quintaesencia del capitalismo. Primero, el empresario norteamericano aumentó el salario diario en sus fábricas de 2,34 a 5 dólares al día en un claro gesto estratégico, si los empleados tenían más dinero para consumir probablemente lo invirtieran en sus coches. Doce años después, en 1926, fue aún más lejos: ¿por qué no les damos dos días de la semana para que consuman a gusto?

Ford articuló la triste contradicción que rebate nuestra libertad: mientras media población trabaja durante la semana para consumir sábados y domingos, otros venden sábados y domingo para consumir durante la semana.

Por suerte el fin de semana tiene otras motivaciones complementarias al consumismo. Desde que el tiempo es tiempo la gente necesita socializarse con sus iguales o, los más atrevidos, con su yo interno. Una de los pocos privilegios que nos quedan a este lado del planeta es regalar tus horas libres para que otro te las distribuya.

Hay una última razón más prosaica. Durante el Crac del 29 la industria comenzó a perder músculo, los empleos se precarizaron o, en muchos casos, directamente se esfumaron. El empresariado decidió entonces reducir las horas de unos y asignárselas a otros, un parche coyuntural que una y otra vez termina por abrirse camino en las economías débiles.

El formato fin de semana terminó calando hondo y acabó exportado al resto de países. En 1955 ya era común en Gran Bretaña, Canadá y Estados Unidos, mientras que en el resto de Europa seguían apostando por sábados de jornada reducida. Quince años después ningún país europeo superaba las 40 horas de trabajo semanal y tanto sábados como domingos eran religión.

Quizás el fin de semana fue un truco capitalista, pero conviene caer en él. La otra opción es bastante peor.

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