Alguien ha dicho que el polvo es la materia que no está en su sitio. La misma definición se aplica a las nueve décimas de los llamados perezosos. Son personas extraviadas en una senda que no responde a su temperamento ni a su capacidad. Leyendo las biografías de los grandes hombres, choca el número de perezosos que hay entre ellos. Perezosos mientras no encontraron su verdadero camino, y laboriosos tenaces más tarde. Darwin, Stephenson y tantos otros figuraban entre esos perezosos.
Harto a menudo, el perezoso no es más que un hombre a quien repugna hacer toda su vida la dieciochava parte de un alfiler o la centésima parte de un reloj, cuando se encuentra con una exuberancia de energía que quisiera gastar en otra cosa. También con frecuencia es un rebelde que se subleva contra la idea de estar toda su vida amarrado a ese banco, trabajando para proporcionar mil goces al patrono, sabiendo que es mucho menos estúpido que él, y sin otra razón que haber nacido en un cuchitril, en vez de haber venido al mundo en un palacio.
En fin, buen número de perezosos no conocen el oficio en que se ven obligados a ganarse la vida. Viendo la obra imperfecta que sale de sus manos, esforzándose vanamente en hacerla mejor y comprendiendo que nunca lo conseguirán a causa de los males hábitos de trabajo ya adquiridos, toman odio a su oficio y hasta al trabajo en general, por no saber otro. Millares de obreros y de artistas abortados se hallan en este caso.
Por otro lado, quien ha aprendido desde su juventud a tocar bien el piano, a usar bien la plana, el cincel, el cepillo o la lima, de modo que siente que sus obras son bellas, nunca abandonará el piano, el cincel o la lima. Hallará placer en este trabajo que no le cansa, a menos que lo abrume.
Bajo una sola denominación, pereza, se ha agrupado toda una serie de resultados debidos a causas distintas, cada una de las cuales pudiera convertirse en un manantial de bienes en vez de ser un mal para la sociedad. Aquí, como en la criminalidad, como en todas las cuestiones concernientes a las facultades humanas, se han reunido hechos que nada tienen de común entre sí. Se dice pereza o crimen, sin tomarse siquiera el trabajo de analizar sus causas. Apresúrase a castigarlos, sin preguntarse siquiera si el castigo no contiene una prima a la pereza o al crimen.
He aquí por qué una sociedad libre, si viera aumentar en su seno el número de holgazanes, pensaría sin duda en investigar las causas de su pereza para tratar de suprimirlas antes de recurrir a los castigos. Cuando se trata, según ya hemos dicho, de un simple caso de anemia, antes de llenar de ciencia el cerebro del niño, dadle ante todo sangre; fortalecedle para que no pierda el tiempo, llevadle al campo o a orillas del mar. Allí, enseñadle al aire libre, y no en los libros, la geometría, midiendo con él las distancias hasta los peñascos próximos; aprenderá las ciencias naturales cogiendo flores y pescando en el mar; la física, fabricando el bote en que irá de pesca. Pero, por favor, no llenéis su cerebro de frases y de lenguas muertas. ¡No hagáis de él un perezoso!
En el caso de un niño que carezca de orden o de costumbres regulares, dejad que los niños introduzcan en primer lugar el orden entre sí, y después, en el laboratorio, el taller, ante un trabajo a realizar en un espacio limitado, con muchas herramientas alrededor, siguiendo las instrucciones de un profesor inteligente, aprenderán a ser metódicos. Pero no les convirtáis en seres desordenados en vuestras escuelas, cuyo único orden es la simetría de sus bancos, y que –reflejo fiel del caos de lo que se les enseña- nunca enseñarán a nadie a amar la armonía, la solidez y la metodicidad en el trabajo.
"La Conquista del Pan" Piotr Kropotkin