Soy una trabajadora precaria de la limpieza. Mi jornada comienza a las siete de la mañana, con las tareas domésticas de mi propia casa, para no encontrarme todo patas arriba a la vuelta del trabajo.
Alrededor de las ocho y media me monto en el metro para dirigirme a los distintos domicilios donde realizo mi trabajo, por un periodo de algunas horas. Pertenezco al grupo de asistenta por horas y como tal cobro y dejo de cobrar. Es decir, si mi jefa decide irse de vacaciones, yo me quedo sin cobrar; al igual que en periodos vacacionales, si me pongo enferma, o cualquier incidente. En mi caso, estoy asegurada solamente desde hace cuatro años, aunque llevo trabajando trece y la seguridad social la pagamos a medias, ya que me rebajó el sueldo en cuanto me dio de alta. Las pagas, vacaciones y demás derechos entran dentro del sueldo y por supuesto tampoco tengo derecho a paro.
En cuanto a mi vida laboral, el día a día es muy monótono, ya que estoy sola, sin compañeros. Llego, me cambio de ropa y comienza la carrera: hay que limpiar a destajo, al máximo, terminar todo en tres horas, procurando no tener que quedarte más tiempo, porque ese tiempo corre por tu cuenta y todo lo que te quedes de más no te lo van a pagar.
En eso se basa la “confianza” para que la relación laboral se mantenga, siempre dándolo todo, y a veces exigen que seas como un profesional planchando o cocinando. A mí personalmente una empleadora me despidió porque decía que yo no sabía freír un huevo, cuando lo acordado era que yo no tenía que cocinar.
Al final del día llegas a casa y sigues con las tareas domésticas, la comida, la plancha etc. Todo por la familia.
Lo peor de estas condiciones de trabajo es ir cumpliendo años, físicamente vas notando como tu fuerza se va mermando, empiezan los achaques y a veces tienes que ir a trabajar sin encontrarte bien de salud porque si no lo haces ya sabes que esa semana no cobras el sueldo. Conozco compañeras del mismo bloque que siguen trabajando después de los sesenta y cinco, no se pueden jubilar porque han trabajado de forma ilegal y su sueldo no da para pagarse autónomos.
En estos días, mientras escribía este artículo, me han despedido del domicilio en el que más años llevaba trabajando. Al parecer se ha roto la “confianza” que mi jefa tenía depositada en mí, porque no me he quedado más tiempo (una vez más) para vaciar el lavavajillas y fregar los cacharros a mano, porque se le había estropeado. A diferencia de otros trabajos en el momento que se rompe la famosa “confianza” te pueden despedir sin contemplaciones. En mi caso ha sido un despido improcedente porque no me ha avisado quince días antes y no me ha entregado la carta de despido, me ha liquidado con seiscientos miserables euros después de trece años y por supuesto sin derecho a cobrar el paro.
Pero yo me pregunto, ¿dónde está el límite entre el trabajo realizado y las horas que te tienen contratada? En muchas ocasiones tienes que quedarte más tiempo que el acordado, porque no da tiempo a realizar todas las tareas. Pero en ese caso ¿quién valora la “confianza”?
Soy una trabajadora precaria de la limpieza. Al escribir este artículo me sumo a las compañeras que han denunciado sus condiciones de trabajo, y os animo a seguir haciéndolo. Pero la denuncia es el primer paso. Lo que tenemos que hacer es organizarnos para terminar con este sistema de explotación.