Andrés Sepúlveda afirma haber alterado campañas electorales durante ocho años dentro de Latinoamérica.
Justo antes de la medianoche Enrique Peña Nieto anunció su victoria como el nuevo presidente electo de México. Peña Nieto era abogado y millonario, proveniente de una familia de alcaldes y gobernadores. Su esposa era actriz de telenovelas. Lucía radiante mientras era cubierto de confeti rojo, verde y blanco en la sede central del Partido Revolucionario Institucional, o PRI, el cual había gobernado por más de 70 años antes de ser destronado en el 2000. Al devolver el poder al PRI en aquella noche de julio de 2012 Peña Nieto prometió disminuir la violencia ligada al narcotráfico, luchar contra la corrupción y dar inicio a una era más transparente en la política mexicana.
A dos mil millas de distancia (3.200 kilómetros), en un departamento en el lujoso barrio de Chicó Navarra en Bogotá, Andrés Sepúlveda estaba sentado frente a seis pantallas de computadores. Sepúlveda es colombiano, de constitución robusta, con cabeza rapada, perilla y un tatuaje de un código QR con una clave de cifrado en la parte de atrás de su cabeza. En su nuca están escritas las palabras “</head>” y “<body>”, una encima de la otra, en una oscura alusión a la codificación. Sepúlveda observaba una transmisión en directo de la celebración de la victoria de Peña Nieto, a la espera de un comunicado oficial sobre los resultados.
Cuando Peña Nieto ganó Sepúlveda comenzó a destruir evidencia. Perforó agujeros en memorias USB, discos duros y teléfonos móviles, calcinó sus circuitos en un microondas y luego los hizo pedazos con un martillo. Trituró documentos y los tiró por el excusado, junto con borrar servidores alquilados de forma anónima en Rusia y Ucrania mediante el uso de Bitcoins. Desbarataba la historia secreta de una de las campañas más sucias de Latinoamérica en los últimos años.
Sepúlveda, de 31 años, dice haber viajado durante ocho años a través del continente manipulando las principales campañas políticas. Con un presupuesto de US$600.000, el trabajo realizado para la campaña de Peña Nieto fue por lejos el más complejo. Encabezó un equipo de seis hackers que robaron estrategias de campaña, manipularon redes sociales para crear falsos sentimientos de entusiasmo y escarnio e instaló spyware en sedes de campaña de la oposición, todo con el fin de ayudar a Peña Nieto, candidato de centro derecha, a obtener una victoria. En aquella noche de julio, destapó botella tras botella de cerveza Colón Negra a modo de celebración. Como de costumbre en una noche de elecciones, estaba solo.