¿Por qué no voto?


¿Será porque un voto no puede recoger mis deseos, mis pensares, mis haceres? ¿Será porque no creo en la representación sino en el empoderamiento personal y colectivo, desde la base, en la base y para la base? ¿Será porque una de mis máximas es la participación activa en la toma de decisiones y en la ejecución de las mismas? ¿Será porque creo en el poder de cada persona y en el que se origina gracias a éste en lo colectivo, un poder basado en parámetros de justicia social, de horizontalidad, de asamblearismo, de respeto?



En la lógica demócrata, esto del no votar hila bastante con argumentos inventados ("¿No sabes que si no votas tu voto va a la mayoría?"), con reproches históricos ("¡Que tú puedas votar hoy, eso que desprecias, se lo debes a la lucha y esfuerzo de muchas personas!") y con juicios gratuitos y prepotentes ("¡No votar es de irresponsable y pasota!").

La persona que practica la abstención activa por convicción política, por lo general, aquella de creencias anarquistas, o simplemente aquella que pasa directamente de ir un domingo concreto a meter un papel en una urna, quizás esté manifestando una renuncia concreta y contundente, la de otorgarle al Estado y al sistema que lo sustenta (¿o es viceversa?) la conformidad para que todo siga siendo como es.

La diana del buen demócrata

Es esta persona la que se convierte en diana común para todo el elenco de demócratas que ven en esto de la representación (en el caso del Estado español) parlamentaria una oportunidad sin igual para cambiar las cosas, diana sobre la que volcar las críticas más altaneras y los comentarios más intolerantes "¿El día de la fiesta de la democracia y tú te quedas en casa?" "¡Luego no te quejes de que no has votado!".

Se han encargado de crear la figura de la persona que no vota como la pasota, si no participas del juego democrático es como si ya no tuvieras ningún derecho a hacer ninguna otra cosa, no estás legitimada ni tan siquiera a elevar una queja. Es más, incluso se diría que tu comportamiento de no votar se puede traducir en no hacer nada nunca.

Pero ¿cómo participar ante semejante panorama? Partidos concebidos como empresas privadas, cargados de ideología, pero sin proyectos que la evidencien más allá del puro neoliberalismo salvaje; programas políticos que se desconocen, que son incumplidos, al igual que las promesas electorales, casi de forma sistemática.

Un imperio de lo neutral, de lo aséptico, de lo de centro, en el que partidos políticamente enfrentados pactan para gobernar, en el que la mayoría absoluta se forma desde unos ínfimos índices de participación sin cuestionarse si es legítimo o no gobernar a nadie con tan poco respaldo.

Un sistema de gobierno central, desconectado de la realidad de las personas, de los barrios, de ciudades y pueblos, de las regiones, de las particularidades de cada zona, que trabaja a lo macro y bajo el criterio de "todo por la pasta", ya sea un gobierno central del Estado, autonómico, provincial o municipal que existe para preservar el Estado del Bienestar y el interés general. ¿Estado de qué, interés de quién? ¿Nadie se pregunta a qué obedece esta creación político-social de los grandes conceptos?

El hecho de que te gobiernen

En esto de la estandarización del discurso de las mentiras que se convierten en lo real, el discurso oficial aclama vencedor al ejercicio del voto para cambiar las cosas frente a confrontaciones directas contra el sistema. Y ha vencido, en lo genérico, en lo macro, y de momento, porque tiene anuladas otras formas de hacer, porque no se reconocen como válidas o porque son calificadas de radicales o de infructuosas. El hecho de que te gobiernen es, en gran medida, responsable de estas anulaciones, de no sentir como propio aquello que te han robado, de no percatarte ni tan siquiera del robo.

Sin embargo, quien no vota como acto político lo hace desde la convicción, en teoría y experiencias, de que el poder no se delega, sino que es algo que le pertenece, que nos pertenece. Que eso de hacer política, que lo político, es algo diferente a lo que nos han contado.

El hecho de que te gobiernen es, en gran medida, responsable de estas anulaciones, de no sentir como propio aquello que te han robado, de no percatarte ni tan siquiera del robo

Sabe de primera mano que si lo desarrolla desde el antiautoritarismo y la horizontalidad puede lograr transformaciones en las que es y se siente partícipe, para acercarse un poquito más a un mundo y sociedad variopintas, de diferencias, de igualdades, de relaciones respetuosas y justas en todos los ámbitos de la vida.

Sabe que ni el activismo ni la forma de participación se realizan a través del ejercicio del voto, cumpliendo como buenas demócratas, delegando sin intervenir más allá de ser las ovejitas del rebaño, opinando si cabe desde el patio de butaca desde el que asistimos a esta cínica representación.

La tiranía del ritmo electoral

Últimamente lo vemos en algunas que han decido involucrarse en esto de las estructuras del sistema empezando por el propio proceso electoral. Cómo han caído en el puro espectáculo, en el ritmo frenético para sumar votos, asumiendo las fórmulas más casposas porque quieren estar donde ellos están ahora, con los mismos formatos, o virando hacia otros lindes, sin crear cismas porque hay un objetivo, y el fin justifica los medios. Y seguimos comprobando que son dinámicas incompatibles, que el ritmo de los procesos electoralistas te desconectan de las calles, de los colectivos, del pulso permanente que hay que mantener entre la realidad más dura y el sistema que la permite y desarrolla.

Por eso, la in-formación, el desarrollo de aptitudes de organización, de debate, de prácticas de asamblearismo, de consensos y de participación, de autonomía y autogestión, son más una exigencia en los tiempos que corren que una necesidad, para lograr esa transformación en lo personal, pero también en nuestro entorno.

Por eso, quienes construimos desde el respeto, la comunicación, la confianza y las premisas de justicia social sin autoridades que nos representen, nos roben o nos mientan, insistimos en nuestro empeño de hacer de otra forma para acercarnos a un mundo más libre, justo y solidario. Eso nos hace primar los medios, los procesos y no el fin en sí mismo, eso nos hace ingobernables, es por eso que no votamos.