Trabajar cansa bien lo sabían los indigenas

Pierre Clastres (1934-1977) antropologo nacido en la región francesa, el cual escribió el famoso texto "La sociedad contra el Estado". Clastres fue afín a las ideas anarquistas y estudio a los pueblos sin Estado durante gran parte de su vida. En una sociedad adicta a la moral del trabajo, nos vienen bien otras visiones de este problema.

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Si en nuestro lenguaje popular decimos “trabajar como negro”, en América del Sur por el contrario se dice “flojo como indio”. Entonces, una de dos: o bien el hombre de las sociedades primitivas, americanas y otras, vive en economía de subsistencia y pasa la mayoría del tiempo en busca del alimento; o bien no vive en economía de subsistencia y puede permitirse ocios prolongados fumando en su hamaca. Es lo que sorprendió a los primeros observadores europeos de los indios de Brasil. Grande era su reprobación cuando constataban que los mocetones llenos de saludos preferían emperifollarse como mujeres con plumas y pinturas en lugar de transpirar en sus huertos.
Gente, pues, que ignoraba deliberadamente que hay que ganar el pan con el sudor de su frente. Era demasiado y eso no duró: rápidamente se puso a los indios a trabajar y murieron a causa de ello. Efectivamente, parecen ser dos los axiomas que guían la marcha de la civilización occidental desde sus comienzos: el primero plantea que la verdadera sociedad se desarrolla bajo la sombra protectora del estado; el segundo enuncia un imperativo categórico: hay que trabajar.
Los indios, en efecto, dedicaban poco tiempo a lo que se llama trabajo. Y sin embargo no morían de hambre. Las crónicas de la época son unánimes al describir la hermosa apariencia de los adultos, la buena salud de los numerosos niños, la abundancia y la variedad de los recursos alimenticios. En consecuencia, la economía de subsistencia, que era la propia de las tribus indias, no implicaba en absoluto la búsqueda angustiada, a tiempo completo, del alimento. Una economía de subsistencia es, entonces, compatible con una considerable limitación del tiempo dedicado a las actividades productivas. Es el caso de las tribus sudamericanas de agricultores, como los tupí-guaraní por ejemplo, cuya holgazanería irritaba tanto a los franceses y a los portugueses. La vida económica de estos indios se fundaba principalmente en la agricultura y accesoriamente en la caza, la pesca y la recolección. Un mismo huerto era utilizado de cuatro a seis años consecutivos. Después se le abandonaba a causa del agotamiento del suelo, o más posible de la invasión del espacio despejado por una vegetación parasitaria difícil de eliminar. El trabajo mayor, efectuado por los hombres, consistía en desbrozar la superficie necesaria con hacha de piedra y fuego. Esta tarea, realizada el final de la estación de las lluvias, movilizaba a los hombres durante uno o dos meses. Casi todo el resto del proceso agrícola- plantar, desyerbar, cosechar- estaba a cargo de las mujeres, de acuerdo con la división sexual de trabajo. El resultado es esta graciosa conclusión: los hombres, es decir, la mitad de la población, ¡trabajaban alrededor de dos meses cada cuatro años! En cuanto al resto del tiempo, ellos lo dedicaban a ocupaciones que experimentaban no como esfuerzo sino como placer: caza, pesca, fiestas y bebida; en satisfacer, por último, su apasionado gusto por la guerra.
Ahora bien, estos datos gruesos, cualitativos, impresionistas, encuentran una evidente confirmación en investigaciones recientes, algunas en realización aún, de carácter rigurosamente demostrativo, ya que miden el tiempo del trabajo en las sociedades de economía de subsistencia. Se trate de cazadores nómadas del desierto de Kalahari o de agricultores sedentarios amerindios, las cifras obtenidas revelan una repartición media del tiempo cotidiano de trabajo inferior a cuatro horas por día. J. Lizot, instalado desde hace varios años entre los indios Yanomami del Amazonas venezolano, ha establecido cronométricamente que el tiempo medio consagrado cada día al trabajo por los adultos, considerando todas las actividades, supera apenas las tres horas…
Estamos entonces bien lejos del miserabilismo que envuelve la idea de economía de subsistencia. O sólo que el hombre de las sociedades primitivas no está en absoluto constreñido en esa existencia animal que sería la búsqueda permanente para asegurar la supervivencia, sino que este resultado- y más allá de él- se obtiene al precio de un tiempo de actividad notablemente corto.