Proponer los circuitos del don, tanto en la política como en el arte, implica reivindicar la gratuidad de estas dos actividades, sostener que ninguna de las dos puede ser reducida a un valor de cambio, y que por lo tanto, escapan a las leyes del trabajo asalariado, lo que significa, en resumidas cuentas, considerarlas como un regalo. Un regalo que cada uno, desde su particularidad, hace al género, en una comunidad particular. La actividad creativa debe ser desarrollada en un tiempo libre. Pero libre en todo el sentido de la palabra: libre de determinaciones, libre de mercantilismo, libre de los patrones estéticos dominantes, libre de toda forma de coacción o de poder. Se podría imaginar una fórmula (razón o proporción) en que en uno de sus términos se pusiera el trabajo (asalariado), y en la otra el “libre obrar”. Luego, en la medida que seamos capaces de reducir el tiempo de trabajo “esclavo”, orientado a la sobrevivencia, y aumentar el “tiempo libre” (no un tiempo libre como nos lo ha hecho concebir la sociedad de consumo, que es básicamente un tiempo para la enajenación y la consumación del consumo), socavaremos los cimientos del sistema de dominación actual.
Fragmento de “Contra el arte y el artista”