El trabajo quiere hacerse el importante


La única costumbre que hay que enseñar a los niños es que no se sometan a ninguna. 
Rousseau . Filósofo francés. 1712-1778.

El trabajo tiende a adueñarse de nuestras vidas, especialmente en una sociedad que valora a las personas no por lo que son ni por lo que hacen, y ni siquiera por a qué se dedican, sino por el cargo que ostentan o detentan, dependiendo de los casos.

Antes, cuando ya se habían conquistado los derechos laborales más elementales, bastaba con cumplir un horario, lo que ya de por sí coartaba la libertad, la creatividad y la natural indolencia de los trabajadores, pero dejaba algunos atisbos de libertad.

Actualmente, en muchas empresas esperan que los empleados hagan horas extras o se queden cuando ya han terminado la jornada laboral para acabar el exceso de trabajo con el que los cargan sus superiores -más atentos a los beneficios que al bienestar de un personal que se limitan a usar-, o para solucionar los problemas que hayan surgido durante la jornada, sobre todo los que han provocado sus inútiles jefes. Es más, bajo el pretexto de que así las relaciones se dinamizan y los empleados están más a gusto y rinden más (eso es siempre importante), algunas empresas han empezado a incorporar el teletrabajo. Al final, estos falsos "trabajadores por su cuenta" tienen todas la obligaciones de los trabajadores que van a la oficina, e incluso más, porque los jefes no son precisamente especialistas en calcular cuanto tiempo se necesita para cada tarea, y muy pocas ventajas, porque trabajar en casa, por muy cómodo que pueda parecer, es la mejor manera de no desconectar nunca y entregar todo el día al trabajo. Además, los jefes no ven a sus empleados trabajar por lo que tienen la creencia interior de que se pasan todo el día sin hacer nada o les estafan horas y esfuerzos.

Hay casos espeluznantes de mandos, como los de aquellos que piensan que para hacer algo basta el tiempo necesario para decirlo o, peor aun, los que creen que al ordenar algo ya tiene que estar hecho. Podríamos caer en el error de pensar que los mejores jefes son aquellos que han realizado antes los trabajos que ahora encargan, pero no, cuando alguien viene del inframundo laboral y ha sufrido en propias carnes la injusticia, se ve normalmente insuflado de un afán vengador que le convierte en un perfecto malnacido sin sentimientos o, resumiendo, como dice el casi siempre sabio refranero español, "no sirvas a quien sirvió, ni pidas a quien pidió".

Ni arengas como "El trabajo es salud" -más que discutible pues nada más hay que ver como tenemos las cervicales todos los que escribimos en el ordenador y como tienen las lumbares o la espalda en general todos los empleados en trabajos físicos- han servido históricamente para convencernos de que es mejor trabajar y han dado pie a contra-respuestas mucho más interesantes como "¡Viva la enfermedad!". Si hasta las cajeras de los supermercados -que, a primera vista podría parecer que desempeñan un trabajo descansado- tienen tendinitis en el codo de mover los productos...

Si creen que efectivamente el trabajo es salud que trabajen los enfermos y si al cabo de seis meses empiezan a caer como moscas que rectifiquen y cambien la frase por "El trabajo es enfermedad". O que, como al tabaco, pongan en los puestos de trabajo grandes letreros informando: "El trabajo mata", "Trabajar puede crear graves problemas de salud" o "El trabajo puede crear impotencia".

La larga resistencia contra el trabajo está en los últimos tiempos quebrándose con el culto a la actividad, a la utilidad y al éxito, otro concepto que ha sido ganado por el poder y que actualmente se relaciona exclusivamente con el trabajo. Parece que todo lo que no hayas hecho antes de los 30 años no lo vayas a hacer nunca. Y no. Y, en todo caso, ¿si es algo que no quieres hacer, qué importa si lo has hecho o no o si lo vas a hacer o no? Es más, incluso puede ser un importante éxito no hacer algo que te quieren imponer los demás o que la sociedad considera necesario.

Y esto nos lleva a una consideración clave: el hedonista, el vago y el hedonista perezoso son rebeldes, por sistema y por naturaleza.

Alicia Misrahi.
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