El bipartidismo y el bisindicalismo es la fórmula más eficaz para controlar a ciudadanos y a trabajadores. Se ha dicho, reiteradamente, que sin participación no puede haber democracia y nada mejor para ello que acaparar la representación de ciudadanos y de trabajadores en un doble monopolio, político por un lado y sindical por otro.
En lo que más afecta a los ciudadanos y a los trabajadores, la sintonía de los dos partidos y de los dos sindicatos es total, porque, de hecho, coinciden en todo lo que es esencial y, las diferencias, cuando las hay, son únicamente de cara a la galería y poco más.
Las acuerdos y los pactos, o cualquier otra decisión, se toman exclusivamente entre los dos partidos o entre los dos sindicatos, cuando no, como en este caso, en una negociación de todos ellos con la patronal (banca incluida, por supuesto) que realmente es a la que todos ellos representan porque siempre deciden en su favor. Dicho de otro modo y sin andar con por las ramas, estos partidos y estos sindicatos se han convertido en los representantes de la patronal (banca) ante los ciudadanos y ante los trabajadores. Porque, sencillamente, primero han negociado entre ellos y, cuando el acuerdo ya ha sido tomado, se presentan ante los ciudadanos y ante los trabajadores para explicar e (intentar) convencer lo bueno y necesario que han sido las medidas adoptadas diciendo que, aunque ahora suponga un sacrificio, es la única solución.
Nunca negocian con los ciudadanos o con los trabajadores para después proponer e imponer a la patronal (y al gobierno) los acuerdos tomados. A los ciudadanos y a los trabajadores ni siquiera se les consulta, siempre van por delante con los hechos consumados, con las decisiones tomadas y, entonces, ya sólo queda tragar. Así funciona este tinglado.
Pero estas reformas no son suficientes, nunca lo serán, porque la gran patronal (la banca) es insaciable, porque la necesidad de seguir incrementando beneficios no tiene límites aunque para ello hayan de cargarse el medioambiente, al país, a Europa o al mundo entero.
¿Qué importa que el fraude fiscal se acerque a los 100.000 millones de euros, que la evasión a los paraísos fiscales ni siquiera pueda cuantificarse, que nuestra sangrienta ayuda humanitaria en media docena de países, a miles de kilómetros, nos cueste miles de millones de euros, que la especulación sea la primera industria nacional junto con la corrupción, que haya que avalar a la banca con 150.000 millones y regalarles otros 50.000 millones más? ¿Qué importa que el paro siga y siga subiendo y duplique a la media de los países de la UE e incluso supere al de Grecia, por ejemplo?
En esta situación y después de la pantomima de negociación de una nueva reforma que, como las anteriores, consiste en nuevos y más duros recortes salariales y sociales, CCOO y UGT deciden montar el último acto folclórico (por no decir de hipocresía): una manifestación de protesta en contra de lo que ellos mismos acaban de firmar (después de numerosas comidas y cenas), convirtiendo así una jornada de lucha y de reivindicación en una procesión de piadosos rezos para auto justificarse y, al tiempo, para apaciguar a los damnificados.
¿A quién representan los llamados líderes sindicales de CCOO y de UGT? De momento estos dos sindicatos viven y se financian de las generosas aportaciones, directas e indirectas, del gobierno y de la patronal, mientras que con las cuotas de sus afiliados no llega ni para pagar los sellos de las cartas. Sindicatos así subvencionados, léase en cualquier diccionario, son sindicatos amarillos al servicio de cualquiera menos de sus afiliados a los que dicen representar. Lo mismo sucede con el PSOE, el PP y FORO que, en realidad, sólo se deben a la patronal y la banca que son quienes los financian.
¿Con la mirada puesta en los seis millones de parados y el 25% de paro, cómo se puede seguir negociando y, mucho menos, pactando? ¿Pactando y firmando qué?
En estas circunstancias, debiera ser un delito social encabezar este tipo de manifestaciones y creemos que ya va siendo hora de que los que las secundan se planteen seriamente si manifestarse así no constituye más un apoyo a estos dirigentes y a los recortes por ellos firmados, que una denuncia de los mismos que nos hacen retroceder décadas en las conquistas sociales.
Son los dirigentes políticos y sindicales de estos partidos y de estos sindicatos, los que nos han llevado al caos del que nadie sabe cuándo ni cómo vamos a salir.