¿Por qué no creemos en la clase política?


No queremos a los políticos. Algo bastante común, si echamos un ojo a las encuestas que ellos mismos hacen: nadie les cree una palabra, son considerados corruptos o tendentes a la corrupción, no confiamos en que solucionen nada y sacan unas notas en valoración que ni Jaimito. Un desastre. Y eso que las encuestas las encargan ellos para hacernos saber qué pensamos nosotros. Pero los anarquistas también creemos alguna otra cosa y queremos compartirla contigo. Para empezar, estamos tan cansados como tú de tener a los políticos hasta en la sopa.

Cualquier memez que se les ocurra la tenemos que soportar repetida cien veces; cada una de sus peleas de patio de manicomio nos la tragamos una y otra vez: si se llevan bien, si se llevan mal, si uno ha dicho y otro ha respondido, si esto y si lo otro… Su vida y sus reflexiones simplonas a todas horas en los medios de comunicación, probablemente para hacerse valer y que estemos pendientes de esas cositas que ocultan lo que realmente son.

Porque, ¿qué es un político? Es una persona que decidió no trabajar como nosotros, separarse de la gente y gobernar, o lo que es lo mismo, organizar la vida de los demás. Hay que tener una personalidad curiosa para dedicarse a eso, sin duda. Pero aceptemos que lo hicieron de buena fe.

Se afiliaron a un partido político y ascendieron hasta la cúpula, que les permitió entrar en uno de los numerosos parlamentos. Ascender en una organización como un partido no es fácil y como la gente no somos tontos lo sabemos: allí donde las decisiones las toman cuatro listos, el que está al lado del que manda es el que triunfa, así que los más pelotas, los más metidos en líos de su partido son los que salen adelante.
Aceptemos (y ya es mucho aceptar) que aun así alguno mantiene la ilusión de mejorar la vida de todos nosotros haciendo leyes que nos beneficien. Pues fíjate tú que se convierten en lo que se llama la clase política. Curioso que en tiempos donde ya no se habla de la clase obrera, ni siquiera de la clase media, se habla de una clase especial para referirse a los políticos. Curioso, pero sabio, porque la cantidad de privilegios que acumulan estos individuos es notable: coches de empresa de lujo, viajes en avión en condiciones estupendas, salarios astronómicos que ellos mismos deciden, jubilaciones anticipadas con muy poquitos años de cotización… una vida bastante diferente de la nuestra. Una clase aparte. Y son estos los que deben conocer la realidad del trabajador para mejorarla. Manda narices. ¿Qué demonios tenemos en común con un tipo que se ventila más de 6000 euros al mes (parlamentarios europeos)? ¿Cómo tienen el morro de decir que son representantes del pueblo? Será del pueblo de los ricos, porque tú me dirás dónde vas a coincidir con alguien que gana ese salario: ¿en el mercado? ¿en el parque? ¿en el autobús por las mañanas? ¿en el polideportivo del barrio?

Total, que nuestro héroe del pueblo ha estado algunos años entrenándose para esta vida intrigando contra sus compañeros para situarse bien en las listas electorales y cuando lo consigue ni se acuerda de cómo vivía cuando era una persona normal. Imposible que confiemos en ellos, claro. Dedicarse a la política es corromperse automáticamente.

Además, no queremos a los políticos no solamente porque sean fáciles de corromper ni porque sean una pandilla de nenes forrados de mala manera a nuestra costa, que también, sino porque se consideran una élite destinada a solucionar nuestras vidas. Un político puede ocupar un ministerio mañana y otro pasado sin tener ni repajolera idea de ninguno de los dos asuntos, pero da igual: legislará, regulará, pondrá impuestos, los quitará o hará lo que le venga en gana, porque es un político. Es su esencia y así hace valer su cargo. Aunque nos hayan llevado al desastre más de una vez; aunque a los trabajadores siempre nos hayan perjudicado sus reformas y sus leyes. Nada de esto les cala porque son la “clase política”, un grupo al margen de la sociedad.

Los anarquistas no queremos que los asuntos que nos afectan los decidan quienes no tienen nada que ver con ellos o incluso quienes generan el problema y por eso estamos en contra de los políticos.

Y me dirás: todo esto ya lo sabía, pero siempre se puede hacer algo, se puede reclamar políticos más honestos o presionar, dialogar con ellos, hacerles entender nuestras necesidades, hacer la política más humana.

Y te diremos: no es posible reclamar políticos de otra pasta, porque el molde en el que se fabrican será el mismo: la misma carrera hasta llegar, las mismas zancadillas y peloteos. No creemos que pueda haber otro modo de hacer política porque si no reciben sueldos astronómicos que les separan de nosotros, se corromperán aceptando presiones económicas, pues toman decisiones que generan mucha pasta y en las que hay muchos intereses. Y tampoco creemos que se pueda dialogar con ellos.

¿Cómo?- me dirás - ¿No aceptáis el diálogo? Pues no, mira tú. Dialogar con un político es como decir que Nadal ha jugado mal y discutirlo con él echando un partido de tenis. Especialistas en dar vueltas al lenguaje, en debatir distrayendo los problemas reales, en hacer que nos perdamos en leyes y disposiciones varias, expertos en marear la perdiz, los políticos tejen una peligrosa red donde el que entre se perderá. O no se consigue nada realmente efectivo o se convierte en uno de ellos.

Los anarquistas queremos por eso dar un aviso a quien esté harto de los políticos pero crea que hay alguna solución dentro del mismo sistema. No la hay. Creer que se puede conseguir algo realmente sustancial haciendo política profesional es ir en contra de la experiencia: si jugamos con sus reglas, perdemos, precisamente porque son sus reglas, es su campo y es su pelota y si quieren se la llevan, sobornan al árbitro y nos echan del estadio.

¿Qué proponemos entonces? Recuperar la política del pueblo, hecha por el pueblo; multiplicar las asambleas en las que los afectados deciden sobre sus problemas, fortalecer organizaciones que no estén pringadas con las heces de los políticos, sin subvenciones que atan ni gente a sueldo que trepa y acaba decidiendo; consolidar alternativas pasando por encima de la clase política, que no se entera de que esto ya está pasando, porque ya no nos engañan.