En lo político, el régimen de adoctrinamiento ilimitado con extinción completa de la libertad de conciencia, propio de las sociedades contemporáneas, es capaz, desahogadamente, de fabricar la opinión pública y constituir la voluntad política de la masa de los electores, lo que hace con aplicación y rigor en cada acto comicial, y también en el tiempo que transcurre entre uno y otro. Por tanto, como apunta C. Schmitt, el poder político y sus complementarios, el ideológico, mediático e intelectual, son la causa, y no la consecuencia, de la voluntad popular, lo que niega que el régimen constitucional, parlamentario y de partidos sea una democracia y, también, que sea un sistema representativo.
Que no es lo primero resulta obvio, pero que ni siquiera alcance a ser un orden representativo lo es menos, así que se darán los argumentos.
Para que pueda hablarse de representación con propiedad ha de haber una elección razonablemente libre de los designados por el pueblo, lo que exige una constitución autónoma del ideario de cada elector, con libertad de información, de expresión y debate plural, modos de garantizar la formación no dirigida de la voluntad política de los representados, basamento del hecho designativo. Esto excluye la existencia de un régimen de aleccionamiento de la multitud, pues nada más el arbitrio político creado desde abajo, de manera espontanea, puede servir de fundamento para escoger un soberano. Pero las actuales votaciones no son, ni mucho menos, libres, dado que provienen de la violación psíquica continuada de las multitudes por la propaganda política y la mercadotecnia partidista e institucional.
A lo expuesto se une que solo es admitido el elegir entre entidades políticas en lo esencial iguales entre si, porque son todas ellas partidos del Estado liberal-constitucional, de ahí el régimen de partido único de partidos, y no agrupaciones populares constituidas autodeterminadamente, lo que hace de la emisión del sufragio una parodia.
En tercer lugar, todo acto comicial en una formación social con Estado es realizado bajo coacción, pues de no acontecer lo esperado por las minorías detentadoras del poder, los aparatos militar-policiales pueden intervenir de manera sangrienta, como sucedió en 1936. De manera que la lógica de la sumisión espiritual que constituye la esencia última de la modernidad responde a la existencia de un sistema de dictadura, no democrático y no representativo, único en la historia por su potencia y rotundidad, una dictadura política perfecta.