...Con todo, a quienes llevamos toda nuestra
vida en el mercado laboral no nos resulta nada extraño este tipo de
humillación que consiste en que, de cuando en cuando, llega a la empresa
o la institución en la que trabajamos un jefe de personal más o menos
mentecato y decreta que las condiciones económicas se han endurecido,
que la labor que realizábamos hasta ese momento ha dejado de ser
rentable y que hemos de aceptar con resignación nuestro despido,
acostumbrarnos a cobrar menos, a trabajar peor o a hacer cosas aún más
vergonzosas para poder seguir ganándonos la vida. Si alguien se hubiera
limitado a decirnos que los institutos de bachillerato o las
universidades son demasiado caros, que la ilustración como instrumento
de emancipación y de justicia social ya no resulta rentable y que hay
que acometer su reconversión para transformar los antiguos
establecimientos de enseñanza y de investigación en modernas
expendedurías de “conocimiento-rápido” o “conocimiento-basura” al estilo
de las empresas de trabajo temporal y precario, esto nos habría
resultado muy penoso desde el punto de vista profesional y personal,
pero también muy conocido si tenemos alguna experiencia y alguna memoria
de clase trabajadora. Lo verdaderamente deshonroso es que esta
humillación se ha envuelto en los ropajes de una “revolución del
conocimiento” sin precedentes que llevará a nuestros países a alcanzar
altas cotas de progreso y puestos de cabeza en el hit parade internacional de la innovación científica. En El País del
22 de Abril de 2006 (“Juan Pablo II”), Rafael Sánchez Ferlosio
recordaba una vez más que “la apología positiva del ‘trabajo’ en sí
mismo y por sí mismo surgió con el capitalismo y su necesidad de mano de
obra, y fue enseguida recogida sin rechistar por el marxismo; la
exaltación del trabajo –sin determinación de contenido– como virtud
moral se desarrolló como la más perversa pedagogía para obreros”.
Nosotros tendríamos ahora que decir que “la apología positiva del
‘conocimiento’ en sí mismo y por sí mismo” surgió con la derecha
ultraliberal y su necesidad de empleados inestables, y fue enseguida
recogida sin rechistar por la izquierda aerodinámica; y que “la
exaltación del conocimiento –sin determinación de contenido– como virtud
moral” se ha desarrollado al modo de “la más perversa pedagogía” para
obreros del saber descualificado.
La “perversión” ha resultado en este caso
muy fácil de imponer: sin duda, debió hacer falta dar un gran giro
teológico para mudar la naturaleza del trabajo desde su originaria
condición de castigo divino a la de vía regia para la redención, la
salvación e incluso la revolución, mientras que resulta casi imposible
señalar un solo signo de resistencia frente a la monumental sandez, hoy
aceptada como dogma, de que el dominio universal de la comunicación
social por parte de las empresas privadas del sector de las nuevas
tecnologías (completamente imposible de someter a cualquier instancia
jurídica, política, científica o de cualquier orden ajeno a la lógica
del propio mercado) es un salto cualitativo en la evolución cultural de
la especie; de que las descargas de pornografía por Internet, la
exaltación ilimitada del yo mediante la página web y el blog o
la transmisión de mensajes mediante teléfonos móviles representan una
opinión pública mundial que amplía y profundiza la democracia hasta
niveles nunca conocidos; o de que el floreciente negocio que para los
fabricantes de hardware y de software ha
supuesto el imperativo indiscutido de colonizar todas las instituciones
educativas con sus productos (productos que no dejan de ser
“contenedores” que nada dicen acerca de la calidad de lo contenido en
ellos o de su capacidad para contener los saberes que suponemos propios
de tales instituciones), identificando sin el menor esfuerzo argumental
la ciencia con la instalación de ordenadores y de banda ancha,
portátiles, wi-fi y cañones de proyección para power point –perfectamente
compatibles, por lo que sabemos, con la más completa ignorancia y la
estupidez más generalizada, además de con la cruda maldad–, es una
garantía del acceso mundial a la verdad. Este “conocimiento” no puede
ser otra cosa más que ese flujo continuo y uniforme de contenidos
indiferentes producidos exclusivamente como relleno superfluo y siempre
sustituible para empastar tan ilimitadamente vacíos y tecnológicamente
deslumbrantes envases...
Libro completo on line: http://es.scribd.com/doc/68509694/Jose-Luis-Pardo-Nunca-fue-tan-hermosa-la-basura-Articulos-y-ensayos-2010