La violencia cotidiana


Si fuera tu novio, tus amigos te dirían: “Déjalo, lo que te hace es maltrato”. La familia te diría: “Déjalo, lo que te hace es maltrato”. 

Una trabajadora de Amazon, durante la huelga en el mes de marzo de 2018 

Qué cosas... Estabas tan contenta cuando empezó todo… El primer mes llevabas tu alegría en silencio, pero en cuanto aquello se formalizó empezaste a contárselo a todo el mundo: a tu familia, a tus amigos… Te despertabas por la mañana con cierta alegría, con cierto propósito. Y ahora... Ahora ¿qué? ¿Cuánto tiempo hace que no ves a tus amigos? No es porque no quieras, es que no tienes tiempo. Es que se lo dedicas absolutamente todo y, claro, cuando llegas a casa, estás tan cansada… Solo quieres dormir y silencio, y no pensar, pero tienes que preparar la colada, la cena, la ropa del día siguiente… Es importante que parezcas perfecta, canónicamente perfecta, que cada día te tapes las ojeras, agarres el bolso, te pongas en pie... Hace días que no duermes bien. Estás nerviosa, ¿verdad? Procuras no emitir opiniones, no molestarle con tus problemas personales, nunca llevarle la contraria, por estúpido que sea su punto de vista... Te has dado cuenta de hasta qué punto miras el lenguaje, hasta tu voz toma una modulación distinta, más suave, más sumisa. Es porque tienes miedo.

Nunca sabes qué puede pasar. Has aprendido a leer su humor en sus andares, en un leve movimiento de ceja, en el tono de su voz y hasta en la forma en la que escribe un mensaje. Es magia. Orbitas a su alrededor tratando de adivinar cómo está para saber si es o no el momento exacto de decirle algo. Mides cada suceso que tienes que comunicarle, no vaya a ser que le estés molestando por tonterías o se te haya pasado algo importante. Si hay que transmitir algo grave, notas cómo la ansiedad se te sube al cuello y la voz se te entrecorta. Ya no sabes hablar en público sin sentirte nerviosa, así que cada vez que vais juntos a una comida, a una cena, a una reunión, te limitas a sentarte a su lado, callar y tratar de sonreír y reafirmarle sin decir frases largas. Y, como cada día hablas menos, te sientes idiota. Te estás convenciendo de que eres idiota. O te está convenciendo de que eres idiota, da lo mismo. 

Lo cierto es que no tienes nada a lo que agarrarte. Lo necesitas, pero él no a ti. Tú eres intercambiable y, a juzgar por las opiniones que manifiesta, para él sería lo más deseable. Siempre existe la amenaza de un conflicto, el chantaje con un ruptura abrupta. Y entonces ¿qué? ¿Tendrías que dejar tu casa? ¿Hacer la maleta en una noche y volver a casa de tus padres? ¿Puedes, a tu edad, volver a casa de tus padres?

Cada día te pide más, más atención, más horas. El correo electrónico, el WhatsApp, las llamadas… Cada sonido que emite tu teléfono móvil ha acabado generándote ansiedad. No te trata bien, lo sabes, nunca tiene un gesto amable, no duda en humillarte en público, a voces, por cualquier despiste, por el más mínimo error, incluso cuando tú te ocupas de resolverlo, porque siempre te ocupas tú de resolverlo, sea tuyo el error o no. Es incapaz de alabar algo que hayas hecho por difícil que sea, por trabajo que te haya costado, por horas que te haya robado.

Llevas varios años con él y aún no estás segura de que esto vaya en serio, sabes que, en cualquier momento, podría desecharte, cambiarte por otra más joven, más alegre, que pida menos, mejor... No son imaginaciones tuyas. Lo sabes porque te lo dice. Sin pudor ni consideración. Te lo dice mientras critica tu ropa, mientras te dice que has engordado, que deberías “pintarte el ojo” o ponerte un tacón. Mientras se apropia de tu esfuerzo.

No sabes por qué aguantas. Lo necesitas. Enfermizamente, lo necesitas. Pero te hace sentir como una mierda. Estás deprimida, angustiada, estresada. Irías al psicólogo si tuvieras tiempo, pero al final aceptas una colección de pastillas para acostarte y levantarte. Echas de menos a tus amigos. Echas de menos a tu familia. Pero ahora estás ahí, sola. Y no sabes qué hacer. No es para tanto —te engañas a veces—. Soy yo, que soy una exagerada, que no aguanto nada. Es que soy una inmadura. Debería crecer y aprender a no darle importancia a estas tonterías. Lo que pasa es que algo falla en mí. Tiene razón. Últimamente estoy tan torpe... No hago nada bien. Hoy mismo rompí la cafetera del trabajo. Y el otro día traspapelé un informe… Es que no me concentro. Solo tengo ganas de llorar. Qué estupidez. El otro día me dieron ganas de llorar en la oficina y él me dijo :“¿A ti qué coño te pasa? ¿Estás con la regla?”. Está claro que tengo un problema… Y él lo sabe o se lo imagina, y está empezando a darse cuenta de todos mis defectos. Si tuvieras tiempo para ir al médico, y el médico de cabecera tuviese más de cinco minutos para atenderte y un poco de empatía para escucharte, y tuviese la decencia de enviarte a un psicólogo, tal vez este te explicaría que es normal, en tu situación, en cualquier situación de abuso, aunque sea verbal. Que, tras varios años de exposición a un maltrato, que no necesariamente te va a matar por lo cruel, sino por lo continuado, por lo constante, es habitual sufrir estrés, tener baja autoestima, pensamientos negativos, una ansiedad que no te deja vocalizar y que te distrae y te impide ponerle atención a la cafetera mientras estás agobiada porque tienes que preparar un cuadrante y te acaban de insultar por enésima vez. Y te diría que no es culpa tuya, que no tiene que ver contigo, que tiene que ver con él, que él es el problema, que su actitud es la enfermedad y que, si no tuviera ese poder sobre ti, seguramente lo habrías largado y te sentirías la mujer más afortunada del mundo.

Si fuera tu novio, tus amigos te dirían: “Déjalo, lo que te hace es maltrato”. La familia te diría: “Déjalo, lo que te hace es maltrato”. Pero, como no es tu novio, como es tu jefe, como es tu empresa, tu madre te dice: “Aguanta un poco más, a ver si te hacen fija”. Tu padre te dice: “A ver si creces”. Los amigos te dicen: “Así es la vida, yo estoy igual”. Y así vamos, de a poquitos, normalizando la violencia cotidiana, siempre y cuando esté legitimada por una cotización a la Seguridad Social y por un salario mínimo interprofesional. Pero el maltrato laboral también es maltrato.

https://www.elsaltodiario.com/opinion/la-violencia-cotidiana?fbclid=IwAR0adTWEtVK_ioO5yPIS7OmbZk0jxo3tzUL_qPQ9dYzQi4PPRuA768N7188