Robots que cotizan y pagan multas de tráfico: Europa imagina leyes para las máquinas.
La Unión Europea ha abierto el gran debate político de las próximas décadas: ¿cómo legislar la relación entre humanos y robots?, ¿pagarán las máquinas nuestras pensiones?
Rachel contempla sus limpios y delicados dedos, sus uñas cuidadosamente pintadas. “Son las manos de una auténtica granjera”, reflexiona, “perfectas para el trabajo”. Está sola, en su sala de control, rodeada de pantallas holográficas en tres dimensiones con gráficos y estadísticas, manejando una explotación situada a decenas de kilómetros de su oficina. Al otro lado de sus pantallas viven cientos de vacas a las que un enjambre acompasado de robots ordeñan, alimentan e incluso inseminan con una selección de esperma escogido entre tubos de ensayo.
Rachel, que estudió “agricultura de precisión”, posee además cientos de cerdos y varias hectáreas de cultivo. Los animales se han acostumbrado a relacionarse con las máquinas, que son capaces de aprender de sus propios errores y adaptar su actividad a las emociones de los seres vivos. Los clientes, cada vez más preocupados por el bienestar del ganado del que se alimentan, pueden consultar por internet incluso las constantes vitales. Las asociaciones de consumidores exigen más y ahora proponen nuevas leyes para tener acceso, 24 horas al día, a las cámaras que graban cada esquina de la finca.
Las aves de campiña sobrevuelan el cultivo y esto es motivo de alegría para Rachel. Estuvieron a punto de extinguirse cuando se introdujeron los drones que se ocupan de sembrar y recolectar, pero están de vuelta gracias a una nueva generación de sensores. El mayor peligro ahora para el ganado y los animales son los virus y enfermedades humanas, además de los accidentes causados por turistas y domingueros que ocasionalmente aparecen por la finca. Para evitarlo, todo está debidamente vallado y aislado.
La imagen no proviene de una novela futurista, sino de uno de los tres escenarios ficticios que el Parlamento Europeo plantea en un informe que sirvió para documentar a sus eurodiputados esta semana. El objetivo era hacerles reflexionar sobre un tema con el que no están familiarizados y sobre el que estaban llamados a pronunciarse.
Finalmente, el hemiciclo aprobó el jueves una resolución en la que se urge a la Comisión Europea a ir adaptando la legislación a un mundo donde las máquinas ganarán protagonismo hasta convertirse en el centro de gravedad del proceso productivo. “Es un llamado para la creación inmediata de un instrumento legislativo para gobernar la robótica y la inteligencia artificial y anticipar los desarrollos científicos a medio plazo para atender a las grandes cuestiones éticas que enfrenta la humanidad”, resume la jerga técnica del prólogo.
Rachel contempla sus limpios y delicados dedos, sus uñas cuidadosamente pintadas. “Son las manos de una auténtica granjera”, reflexiona, “perfectas para el trabajo”. Está sola, en su sala de control, rodeada de pantallas holográficas en tres dimensiones con gráficos y estadísticas, manejando una explotación situada a decenas de kilómetros de su oficina. Al otro lado de sus pantallas viven cientos de vacas a las que un enjambre acompasado de robots ordeñan, alimentan e incluso inseminan con una selección de esperma escogido entre tubos de ensayo.
Rachel, que estudió “agricultura de precisión”, posee además cientos de cerdos y varias hectáreas de cultivo. Los animales se han acostumbrado a relacionarse con las máquinas, que son capaces de aprender de sus propios errores y adaptar su actividad a las emociones de los seres vivos. Los clientes, cada vez más preocupados por el bienestar del ganado del que se alimentan, pueden consultar por internet incluso las constantes vitales. Las asociaciones de consumidores exigen más y ahora proponen nuevas leyes para tener acceso, 24 horas al día, a las cámaras que graban cada esquina de la finca.
Las aves de campiña sobrevuelan el cultivo y esto es motivo de alegría para Rachel. Estuvieron a punto de extinguirse cuando se introdujeron los drones que se ocupan de sembrar y recolectar, pero están de vuelta gracias a una nueva generación de sensores. El mayor peligro ahora para el ganado y los animales son los virus y enfermedades humanas, además de los accidentes causados por turistas y domingueros que ocasionalmente aparecen por la finca. Para evitarlo, todo está debidamente vallado y aislado.
La imagen no proviene de una novela futurista, sino de uno de los tres escenarios ficticios que el Parlamento Europeo plantea en un informe que sirvió para documentar a sus eurodiputados esta semana. El objetivo era hacerles reflexionar sobre un tema con el que no están familiarizados y sobre el que estaban llamados a pronunciarse.
Finalmente, el hemiciclo aprobó el jueves una resolución en la que se urge a la Comisión Europea a ir adaptando la legislación a un mundo donde las máquinas ganarán protagonismo hasta convertirse en el centro de gravedad del proceso productivo. “Es un llamado para la creación inmediata de un instrumento legislativo para gobernar la robótica y la inteligencia artificial y anticipar los desarrollos científicos a medio plazo para atender a las grandes cuestiones éticas que enfrenta la humanidad”, resume la jerga técnica del prólogo.
"Tardamos dos años en hacer el informe y se concibió, en parte, como reacción al gran temor de la población sobre la posibilidad de que los robots se puedan convertir en un peligro para nuestra seguridad y/o nos acaben quitando el trabajo”, explica la ponente principal, la socialista luxemburguesa Mady Delvaux. “Lo primero ha sido lanzar el debate, que nos acostumbremos a pensar en un futuro que cada vez está más cerca", reflexiona.
"Tras pasar 24 meses escuchando y leyendo a los científicos, ya no me queda la menor duda de que fue un acierto poner esto en marcha. Los robots y la inteligencia artificial van a estar presentes en todos los ámbitos de la vida. Y los legisladores no podemos dejar los asuntos morales y éticos en manos de científicos y empresas. Estamos obligados a pensar en los seres humanos, en su bienestar”.
No es frecuente que la Unión Europea incluya relatos de ficción en sus materiales de trabajo, ni tampoco que sus resoluciones empiecen citando a Frankenstein, al gólem de Praga o las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov. Muchos de los pasajes del informe son familiares para cualquier amante de la ciencia ficción. Los autores se preguntan cosas como si sigue siendo humano en su totalidad alguien que ha incorporado implantes cibernéticos para alterar sus capacidades motrices y psíquicas; si sería necesario regular las relaciones emocionales entre seres humanos y máquinas; o si los robots tienen que ser considerados personas jurídicas.
Se parte en todo el texto de una premisa que la comunidad científica ya no discute: que la inteligencia artificial protagonizará la próxima gran revolución tecnológica, destruyendo a su paso millones de puestos de trabajo y creando otros nuevos, aunque quizá no suficientes. Y se plantean dos mundos posibles y contrapuestos: uno distópico en el que el capital consigue controlar el factor productivo definitivo (el trabajo), el desempleo se dispara en un entorno envejecido y las desigualdades se acentúan. Y otro, utópico, en el que robots que producen la misma energía que consumen hacen los trabajos más pesados, sucios y repetitivos, cuidan de nuestros ancianos y nuestros hijos, pagan nuestras pensiones, producen nuestros alimentos, mientras las personas disfrutamos de una renta básica, con jornadas laborales mucho más creativas, cortas y placenteras.