Para unos, un socialista. Para otros, un libertario o un anarquista individualista. Más allá de esas poco fecundas clasificaciones, el pensamiento de Thomas Hodgskin trasciende a las etiquetas que pretenden forzar el análisis de su obra. Karl Marx y Murray Rothbard, al menos, así lo entendieron. En defensa del trabajo es una invitación y, a la vez, un llamado de atención para abandonar los prejuicios que se desatan al analizarse las relaciones productivas desde el otro lado de la maquinaria. Su defensa de los trabajadores, en especial de su asociatividad, nos hace entrar en terrenos fértiles e inestables para el pensamiento libertario. Conceptos como «capitalismo», «privados», «estado» o «socialismo», ya no constituyen definiciones pétreas para dar cuenta de quién posee y controla los medios de producción. Hodgskin abre una puerta al cooperativismo y la autogestión trabajadora, comprendiendo que son los trabajadores mismos quienes sostienen al mercado y a sus compañeros.
Vida de Thomas Hodgskin
Hijo de un almacenero de Chetham, a los 12 años fue enrolado por su padre en la armada británica. La razón fue generar ingresos para la alicaída economía familiar. Fue allí, a bordo de un buque de guerra, donde dio cuenta de su animadversión por la autoridad, declarando que fue privado «injustamente de toda opción de promoción por mis propios esfuerzos». Despechado tras su paso por la marina y forzadamente retirado de la misma, con 25 años publicó su An essay on Natural Discipline, en 1813. Allí, llega a la conclusión de que la disciplina castrense embrutece a los hombres y que «el sometimiento paciente a la opresión, constituye un vicio».
Tras su experiencia entre buques y astilleros, Thomas Hodgskin se dedicó al periodismo. Colaborador en The Economist, uno de los periódicos más provocadores y proclives al laissez-faire, coincidió con parte del radicalismo filosófico. Entre ellos podía encontrarse a James Mill y Francis Place. Instalado como habitual en la prensa anglosajona, Hodgskin abandonó el utilitarismo benthamita y abrazó al iusnaturalismo de John Locke. Esta reformulación intelectual se tradujo en su The Natural and Artificial Right of Property Constrated de 1832. Obra que, hasta hoy, está altamente reputada como una de las más prolíficas, en cuanto a su defensa y justificación de la propiedad privada frente a la propiedad artificial creada por el Estado.
Teoría del valor-trabajo
Curiosamente, Thomas Hodgskin adhería a una teoría del valor-trabajo bastante estrafalaria para los criterios de la actualidad y que era considerada por Rothbard como algo absurdo, en comparación con el resto de su teoría y activismo. Esta forma de concebir la teoría del valor-trabajo halla su correspondencia en Piercy Ravenstone, un socialista ricardiano de viejo cuño, de quien nunca se pudo revelar su verdadera identidad. Someramente, la teoría ravenstoniana del valor era contraria al capital y la propiedad privada de la tierra, toda vez que se le consideraba un robo. Por consiguiente, era una injusticia que las utilidades generadas por la explotación de la tierra fueran a parar a manos de «holgazanes» y que los «industriosos» no tuvieran la oportunidad de percibir una justa remuneración por su trabajo. Sin embargo, cabe señalar que Hodgskin fue duramente crítico con la teoría ricardiana. Asimismo, en una carta a Francis Place, que data de 1820, le señala que los análisis realizados por David Ricardo son extraños y arbitrarios, que su teoría del valor es incorrecta y no se condice con la realidad británica.
Un par de años después, se suscitó una gran controversia en torno a las Combination Laws, una legislación apoyada con entusiasmo por los benthamitas. Ésta consistía en restricciones a los derechos de asociación de los trabajadores. Todo esto, con la finalidad de evitar una gran proliferación de sindicatos. A raíz de lo sucedido, Hodgskin participa en la fundación de la Mechanic’s Magazine y, una vez consolidado como divulgador de los derechos de los trabajadores, lanzó su famoso Labour Defended Against the Claims of Capital, que nosotros conocemos como En defensa del trabajo, gracias a la laboriosa gestión de la Editorial Stirner.
En defensa del trabajo
Bien conocida es la historia de Yo, el Lápiz de Leonard Read, quien se dedica a narrar, desde la perspectiva de un lápiz, el intrincado proceso de producción que requiere hacer un utensilio tan básico y común. Uno de los méritos de Hodgskin en su libro es haber explicado esto con más de un siglo de anticipación, simplificando la mal habida metáfora de Adam Smith sobre la «mano invisible». Respecto a la empresarialidad, Hodgskin señala que:
Aquellos que emprenden estas operaciones deben confiar, no en alguna suerte de mercancías ya creadas, sino en otros hombres que trabajarán y producirán aquello que necesitan para subsistir hasta que sus propios productos sean finalizados.
A través de ejemplos didácticos, Hodgskin explica y defiende lo que los economistas austríacos del siglo XX caracterizaron como la gran sociedad o, en términos hayekianos, el orden espontáneo. Sin embargo, este economista y periodista no se queda solamente con eso. No solo fue un adelantado a su tiempo en términos económicos y pedagógicos. También es un hombre de su época, dada su preocupación por las clases desposeídas y oprimidas, así como por su profunda desconfianza hacia el poder y el Estado.
Independiente del porqué llega a sus conclusiones, estas son las que más pueden abrir el pensamiento libertario contemporáneo. Hodgskin asoma, de manera bastante explícita, la idea de la autogestión obrera. Criticando al capitalismo decimonónico —que podría ser equiparado al neoliberalismo contemporáneo en cuanto a su relación incestuosa entre poder político y económico- por medio de las herramientas de la ciencia económica, Hodgskin llega a tesis interesantes y que pueden iluminar ciertos caminos.
Autogestión y autonomía obrera
La idea de la autogestión y autonomía obrera-ciudadana podría ser catalogada de forma inmediata como «socialismo». Esto, si es que no media análisis ni crítica a las definiciones anquilosadas y vulgares respecto de esa ideología. Sin embargo, una de las cosas más importantes que dice Hodgskin se aleja del socialismo con la misma fuerza que lo hace Smith en La Riqueza de las Naciones en su pasaje sobre The Man of System. Hablando sobre la distribución de los salarios Hodgskin explica:
No hay hombre de Estado que pueda lograr esto, ni deberían los trabajadores permitir a ningún hombre de Estado el hacerlo. El trabajo es de ellos, el producto debería ser suyo, de ellos, y sólo ellos deberían decidir cuánto merece cada uno del producto.
Es decir, Hodgskin está en contra del poder estatal y de su paternalismo -como expresa en otras secciones del libro- y confía en que los trabajadores son capaces de organizarse dentro de una economía de mercado para la producción y la distribución de la renta. Claro está que estos postulados y la metodología que usa para llegar a estos pueden ser discutidos, pero eso es precisamente lo que debería provocar la lectura de este libro. Un liberal o libertario debiese tener la mente abierta para nutrirse de toda clase de ideas y discutirlas.
Hodgskin cree que los trabajadores pueden gozar de autonomía para organizarse y mantener el progreso. Incluso ante la obvia crítica de que carecen de «capital humano» y «visión empresarial», Hodgskin plantea que los trabajadores-ciudadanos podrán superar estas dificultades. Después de todo, se supone que un libertario confía en la capacidad de las personas y duda de todos aquellos que desconfían de la habilidad de los individuos para dictarse su propio camino. Ese es el último punto de discusión que En defensa del trabajo puede abrir dentro de la discusión libertaria. ¿Realmente las masas son más libres bajo la formación contemporánea del capitalismo?
Trabajo y alienación
Deberíamos pensar en la amargura que produce un trabajo alienante en las personas. Repetición, sobre-especialización, burocratismo y disciplina. Esto es pasividad y, al contrario de la creencia popular, la pasividad cansa. Agota a las grandes masas que no pueden disfrutar del ocio creador. De ahí que este ensayo de Thomas Hodgskin nos permite pensar en estas personas y en su capacidad de vivir la autonomía y una existencia más plena, alejada de la disciplina laboral tradicional que las autoridades privadas ejercen sobre ellos. Un libertario está en contra de la explotación. La explotación de un cuerpo que no se ve reflejado en el trabajo, un alma que no se ve autorealizada ni dignificada en el trabajo contemporáneo.
En defensa del trabajo nos permite volver a reflexionar. Pensar acerca de lo que Schmitt o Chantal Mouffe refieren sobre la esencia de «lo político» como ellos-nosotros. Esto porque la lectura, crítica y recepción de Hodgskin; su sensibilidad por el libre mercado y la libertad individual; así como la asociatividad y su simpatía por la clase trabajadora, su autonomía y autogestión; nos permiten vislumbrar un debate que se oriente a la delimitación de nuevos clivajes políticos dentro del libertarismo.
El lector podrá estar de acuerdo o no con la teoría económica expuesta por Hodgskin. Sin perjuicio de aquello, es indiscutible la frescura que aporta al debate, poniendo el énfasis en los más perjudicados por la intervención gubernamental y el capitalismo de amigotes: las clases trabajadoras. Agradecemos el hincapié que hace Hodgskin, pues hoy los libertarios vulgares suelen alinearse bajo el alero del capital, sin cuestionarse -como hace Hodgskin- la naturaleza y legitimidad de la riqueza producida. Esta ceguera y fetichización de la gran empresa, se ha traducido en una conducta veleidosa hacia la libertad sindical y a toda clase de resquemores frente a cualquier ansia de mejora en las condiciones laborales. Qué duda cabe, los avances intelectuales desde estas corrientes de pensamientos han sido escasos en lo que se refiere a las pretensiones de las clases trabajadoras. Ya van 192 años desde la publicación de En defensa del trabajo y los desafíos propuestos por Hodgskin siguen tan vigentes hasta el día de hoy, como la desidia de John Ramsay McCulloch.