El trabajo asalariado siempre es explotación. Las condiciones de trabajo son, por supuesto, mucho mejores para un obrero de un restaurante sueco que para, por ejemplo, un niño que trabaja en una fábrica de zapatos en China. El problema es que sólo hay un mundo, donde las condiciones y la explotación de los obreros en Suecia y en China están conectadas entre sí. Si uno se toma en serio el cambiar al mundo, hay que atacar la base misma de la que depende el capital: el trabajo asalariado.
Kämpa Tillsammans “Hamburguesas vs valor”
Publicado en Riff-Raff nº 3-4, invierno-primavera de 2003. Se adjuntan al final dos notas críticas añadidas por Comunistas de Conselhos da Galiza, incluidas en la versión gallego-portuguesa del texto, publicada en Boletín Igneo, nº 3, primavera de 2005. En el texto se indican con asteriscos en rojo.
Este texto tiene dos objetivos. El primero es tratar de despertar un interés en el curso diario de la lucha de clases que se libra todos los días en todos los lugares de trabajo. Voy a tratar de mostrar que algo tan completamente falto de glamour y ordinario como trabajar en un restaurante, o más bien las pequeñas luchas ocultas que se libran contra el trabajo asalariado en ese lugar, son una parte del movimiento comunista . El otro objetivo es mostrar que los conceptos teóricos como capital, comunismo, valor de uso y valor de cambio no son algo abstracto y académico, sino más bien algo concreto que influye en nuestras vidas y que a su vez recibe nuestra influencia.
Hacer hamburguesas
Mi último trabajo fue en un restaurante de hamburguesas. A pesar de que el restaurante no pertenecía a ninguna empresa multinacional como McDonalds o Burger King, era bastante grande y estaba abierto todos los días de la semana, su único horario de cierre era entre las 7 y las 10 de la mañana. La mayoría de las personas que trabajaban allí eran adolescentes o gente como yo en sus 20 años, en su mayoría muchachas. La mayoría tenía otro trabajo o iba a la escuela mientras trabajaba en el restaurante. Las personas iban y venían todo el tiempo. No aguantaban las condiciones de trabajo o creían que el salario era demasiado malo. La mayoría de los empleados estaban contratados ilegalmente y había que trabajar por más de un año para obtener un contrato normal y un salario normal. Antes de que eso pasara, eras un aprendiz con un salario mucho más bajo. Ser un aprendiz significaba también que el patrón podía despedirte cuando se le diera la gana. La mayoría de las personas que trabajaban allí decidían no trabajar en el restaurante por más de un par de meses. Todos estábamos constantemente en busca de otro trabajo u otra forma de obtener dinero.
Mucha gente creía que los empleados estaban mejor en ese restaurante que, por ejemplo, en McDonalds. Pensaban esto porque el restaurante no era propiedad de una gran empresa, sino de un hombre, y también porque había rumores de que el propietario donaba dinero a los equipos de fútbol y a la beneficencia. Los que trabajábamos allí, sabíamos que esto no era verdad. Hubo gente de izquierda que incluso se atrevio a decirme que era bueno que yo trabajara en el restaurante, ya que no era una empresa multinacional y también a causa de los rumores acerca de la personalidad filantrópica del propietario. No entendían que el conflicto entre el capital y el proletariado se encuentra en todos los lugares de trabajo, se trate de un restaurante o de una fábrica, una pequeña empresa o una gran empresa, fuera propiedad de un particular o del Estado. Mientras exista el trabajo asalariado habrá capital, y mientras exista el capital habrá resistencia al mismo. Esta resistencia, la lucha de clases, no sólo se demuestra en formas dramáticas, como las huelgas, las ocupaciones y los disturbios, sino también en los pequeños intentos de escapar del trabajo y las luchas ocultas dirigidas contra el valor como el robo, el sabotaje y el trabajo a reglamento. Esta pequeña y oculta resistencia contra el trabajo asalariado ha sido descripta como termitas que lentamente erosionan los cimientos en los que el capitalismo se erige . Nosotros en Kämpa Tillsammans! denominamos a estas luchas como “resistencia anónima”, porque una de sus características es que son invisibles y anónimas, algo que a menudo también las convierte en invisibles para los “revolucionarios”.
El comunismo como movimiento
El trabajo asalariado siempre es explotación. Las condiciones de trabajo son, por supuesto, mucho mejores para un obrero de restaurante sueco que para, por ejemplo, un niño que trabaja en una fábrica de zapatos en China. El problema es que sólo hay un mundo, donde las condiciones y la explotación de los obreros en Suecia y en China están conectadas entre sí. Si uno se toma en serio el cambiar al mundo, hay que atacar la base misma de la que depende el capital: el trabajo asalariado.
El problema central para el capital es poner a la gente a trabajar para que puedan crear valor. Bajo el capital el trabajo como actividad humana y los medios de producción son apropiados de los hombres y, por lo tanto, se nos obliga a vender nuestra fuerza de trabajo para sobrevivir. Nuestra actividad humana está secuestrada por la economía, que la separa de nosotros. Esto nos hace olvidar que de hecho somos nosotros los que, a través de nuestras propias relaciones sociales entre sí, y por nuestras propias acciones, creamos al mundo. El capital es un monstruo hecho por el hombre, y no un misterioso fantasma que flota sobre nuestras cabezas, fuera de nuestro alcance. La creencia generalizada de que las personas no pueden cambiar el mundo, o incluso su propia vida cotidiana, tiene su origen en esta separación. La sensación de sinsentido y la apatía también puede rastrearse en el hecho de que nuestra actividad está separada de nosotros y vuelta en nuestra contra como una fuerza extraña. Como alguien ha dicho, la noción de Marx de que la humanidad se realiza a sí misma a través de su actividad ha llegado a ser tan extraña que pertenece a otro mundo.
Ese mundo –el comunismo- se manifiesta en las luchas y actividades que se libran contra el capital en los lugares de trabajo, en las escuelas, en las calles y en los hogares; no como una sociedad, por supuesto, sino como una tendencia, como un movimiento. Si el comunismo es un movimiento que se manifiesta ante nuestros ojos, entonces debemos observarlo.
Si somos tan ciegos que no entendemos la importancia de la lucha de clases cotidiana, a pesar de lo débil y aislada que esté, entonces nunca entenderemos realmente que la dinámica detrás de estas luchas y actividades en curso es, de hecho, el comunismo en sí. Esta resistencia cotidiana es, en el peor de los casos, pasada por alto como algo que no es interesante en absoluto. Para las personas que tienen este punto de vista las únicas luchas que cuentan son las grandes luchas heroicas y glamorosas como las huelgas y ocupaciones de lugares de trabajo. O no les interesa la importancia de estas luchas para los obreros o, simplemente, no la entienden. Que la “resistencia anónima” se libre día a día contra el capital y el trabajo asalariado y que a veces incluso pueda ser más eficaz que estas luchas abiertas, y que también son los primeros pasos importantes para una mayor y más amplia comunidad de resistencia contra el capital, es algo que no alcanzan a ver. Que el comunismo oculta su rostro detrás de estas luchas es algo que ni siquiera creerían en sus más locos sueños. Para ellos el comunismo es un sistema económico a construir. No es un movimiento que nace del seno de la vieja sociedad, y no es una actividad que cambia fundamentalmente nuestra relación con el mundo, con el otro, con la vida misma.
Intentos de escapar del trabajo
Como he dicho antes, la gente llegaba y se iba todo el tiempo del restaurante. La mayoría de las personas sólo trabajaban allí durante algunos meses y luego renunciaban. A menudo habían encontrado otro trabajo o se habían hartado del restaurante. Cuando yo trabajé en el restaurante sólo estaba el patrón, su hijo y los amigos cercanos del hijo que habían trabajado en el restaurante por más de dos años. El conflicto entre “los nuevos” (la mayoría de los que trabajaban allí) y los pocos que habían trabajado en el restaurante desde hace mucho tiempo, fue evidente desde el primer día de trabajo. Esto se veía con toda claridad porque eran el hijo del patrón y su amigo los que armaban el calendario de trabajo y, por lo tanto, siempre se quedaban con los mejores turnos. No sólo nosotros, que acabábamos de empezar a trabajar allí, sino también las personas que habían trabajado allí durante varios meses o incluso un año, obtuvieron los peores turnos de trabajo, principalmente por las noches, sobre todo las de los viernes y los sábados. También le informaban al patrón todo lo que hacíamos y decíamos, por lo que pronto fueron considerados como los espías del patrón. También fue esta gente la que nos dijo las reglas del restaurante –por ejemplo, estaba prohibido hablar de los salarios y compararlos entre sí. Esto por supuesto significaba que la primera pregunta que le hacíamos a un nuevo compañero de trabajo cuando lo conocíamos era cuánto ganaba.
“Los nuevos” (la mayoría de los que trabajaban allí y que no habían trabajado más de un año) no se identificaban con su trabajo o su lugar de trabajo. Estábamos allí porque necesitábamos dinero y éramos abiertos entre nosotros sobre este tema. Los nuevos también eran más bien abiertos al hecho de que todos nosotros, de diferentes maneras, tratábamos de escapar del trabajo.
Dos compañeros de trabajo y yo creamos algo que se puede comparar con un grupo de afinidad. Esto no era algo que habíamos planeado, aunque por supuesto habíamos conversado acerca de que nos desagradaba el trabajo, que pensábamos que el salario era malo y cosas así. Pero nunca habíamos hablado de tratar de crear algunas actividades contra el trabajo. Esto sucedió casi espontáneamente. La primera cosa que hicimos juntos fue que uno de nosotros marcaba tarjeta por el otro. No sé quién lo hizo la primera vez, pero este pequeño intento de escapar del trabajo fue algo que continuamos pero planificándolo en conjunto. Esto significaba que dos de nosotros podían entrar al trabajo muy tarde y se nos pagaba por el tiempo que no estábamos allí. También funcionaba muy bien para la persona que trabajaba sola porque al principio de los turnos a menudo no había nada que hacer. Teníamos que ser muy cuidadosos a fin de que el patrón o sus pequeños “espías” no nos atraparan. Después de esto, empezamos a tomar dinero de la caja registradora para jugar al pinball o escuchar música de la rockola o, a veces, llevarnos el dinero a casa. Una de las reglas del patrón era, por supuesto, que no se nos permitía escuchar música o jugar al pinball en el trabajo (aun si lo pagábamos con nuestro propio dinero), a la cual por supuesto no le dimos importancia. Si no tomábamos demasiado dinero de la caja el patrón no se daba cuenta de nada, ya que había un pequeño margen que permitía el ingreso de precio incorrecto en las cajas. Otra cosa que hicimos para conseguir dinero fue tipear el precio equivocado en las cajas de modo que el patrón no pudiera darse cuenta de que el dinero faltaba. Cuando jugábamos al pinball o simplemente holgazaneábamos teníamos que asegurarnos de no descuidar demasiado a los clientes, ya que muchas de las personas que solían ir al restaurante eran amigas del patrón.
Si eras un aprendiz trabajabas con otros dos en el turno de la noche, pero cuando el patrón pensaba que habías aprendido las cosas más importantes, trabajabas con una única persona. Eso significaba mucho más trabajo. Para contrarrestar esto cometíamos un montón de pequeños “errores” para que el patrón creyera que aún no estábamos lo suficientemente maduros como para trabajar de a dos. Por supuesto era muy importante que no cometiéramos errores demasiado grandes –en ese caso directamente habríamos perdido nuestro trabajo. Teníamos que tener cuidado. Este intento de escapar del trabajo fue precisamente creado por error. Una noche había mucho por hacer por lo que no tuvimos listas todas las cosas que deberíamos haber tenido antes de comenzar el turno. Tuvimos que trabajar unos quince o veinte minutos extra y lavar los últimos platos, llenar los suministros de alimentos y demás. El patrón trabajaba cada turno de la noche de modo que cometíamos estos errores muy a menudo, lo que significaba que trabajábamos quizás unos quince minutos extra o algo así, pero todavía podíamos trabajar de a tres en los turnos de la noche, lo que lograba que la jornada de trabajo fuera mucho más fácil y divertida.
Todos estos pequeños intentos de hacer al trabajo más divertido y menos alienante fueron algo que tratamos de difundir y hacer circular a otros compañeros con los que no solíamos trabajar. No hicimos esto hablando abiertamente sobre la forma de huir de trabajo. En cambio, tratamos de hacer que las actividades hablaran por sí mismas y, después de eso, podíamos ser más abiertos con ellos. Muchas personas por supuesto ya hacían estas cosas. Compartimos consejos y todos tenían su propia manera de hacer que la jornada de trabajo fuera menos agobiante y más divertida. Por ejemplo, compartí las experiencias de nuestro pequeño “grupo de afinidad” sobre la forma de retrasar el día de trabajo con otras personas con las que trabajaba, para que el patrón pensara que eran necesarias tres personas en los turnos. La mayoría pensaba que era mejor terminar un poco más tarde que tener que trabajar más duro todo el día. Una de las grandes debilidades de nuestros intentos de escapar del trabajo (aparte del hecho de que todos eran muy defensivos) fue que ni siquiera tratamos de involucrar a más gente, sobre todo a quienes habían trabajado en el lugar más tiempo que nosotros. Simplemente asumimos que todos eran leales al patrón y al lugar de trabajo.
Comunicación, comunidad y juego
El hablar con los demás, la comunicación, fue, desde luego, un medio importante para pasarla mejor en el lugar de trabajo. Se volvió más importante para mí personalmente cuando los dos chicos en mi “grupo de afinidad” dejaron de trabajar en el restaurante. Mi situación laboral había cambiado drásticamente porque no sabía en quien podía confiar y en quien no. Por supuesto, como ya he explicado, la mayoría de las personas hacían cosas similares a lo que hacíamos con mis amigos, pero había algunas personas que le contaban al patrón y a su hijo lo que la gente hacía en contra de su lugar de trabajo. Una de las mejores maneras de saber si podía confiar en una persona o no fue, desde luego, hablar de las cosas de las que no se nos permitía hablar. Como por ejemplo, comparar nuestros salarios o preguntarle si trabajaba “ilegalmente” (no pagaba ningún impuesto) y, si ese era el caso, cuánto de la jornada de trabajo era ilegal. Cuando se hablaba de esto siempre quedaba claro de que “lado” se encontraba uno. Los que no hablaban de estos temas no eran fiables. Si respondían a la pregunta podía pasarse al paso siguiente. Por ejemplo, me atreví a robar dinero de la caja con muchas otras personas, algo que antes había hecho principalmente con mi “grupo de afinidad”. Al hacer estas pequeñas cosas ilegales y secretas se creaba un sentido de comunidad y solidaridad entre nosotros. Una forma de resistencia que fortalecía este sentimiento de comunidad y creaba vínculos entre nosotros era la cuestión de quién debía organizar el trabajo y la forma en que debía organizarse. El patrón habitualmente solía venir a los turnos y nos indicaba cómo teníamos que hacer el trabajo. Él quería dividir el trabajo, de modo que una persona se encontrara en la cocina, otra lavara los platos y otra hiciera las hamburguesas. Esto significaba que todos nos aisláramos e hiciéramos las cosas por nuestra cuenta. Afortunadamente no había casi nadie que obedeciera estas reglas. Tan pronto como el patrón se iba, organizábamos juntos las actividades del trabajo y nos ayudábamos mutuamente. Estas cosas pueden ser vistas como algo sin importancia, o incluso podrían ser vistas como una semilla de una futura autogestión del capital. Pero ese no era el caso porque creaba una comunidad entre nosotros que era importante y también hacía que la jornada de trabajo fuera más fácil y divertida. Era una resistencia contra el aburrimiento y la alienación. Era una forma de trabajar menos. Era un medio, no un objetivo. Si hubiéramos podido encontrar un mejor trabajo u otro lugar de donde obtener dinero, o si hubiéramos podido ser parte de un movimiento más general y abierto que se propusiera abolir el capital, entonces creo que hubiéramos dejado el restaurante en vez de tratar de de organizar el trabajo nosotros mismos.
Todos los que trabajaban allí tenían diferentes formas personales de crear una jornada de trabajo más emocionante y divertida y tratar de crear una especie de comunidad. A menudo la gente hacía cosas que no parecían tener ningún propósito o significado más que ser divertidas. Pero a menudo estas cosas eran un ataque indirecto contra el lugar de trabajo. La gente trataba de utilizar las mercancías en los lugares de trabajo para sí misma en lugar de venderlas. Por ejemplo, algunos chicos jóvenes solían divertirse friendo por largo tiempo la comida que no se suponía que había que freir por largo tiempo. Pensaban que era divertido jugar con las cosas. Una chicaba solía hacer malabares con la comida y hacer un montón de cosas de circo con ella que eran bastante impresionantes.
Otro experimentaba con las salsas y utilizaba una gran cantidad de especias en ellas, a menudo tanta cantidad que tenía que tirarlas a la basura (cuando el patrón se enteró de eso, se enojó muchísimo). Todos trataban de utilizar las mercancías en el trabajo para sí mismos. En lugar de venderlas, las utilizaban y se divertían con ellas en su manera personal, extraña y, a menudo, bastante infantil. Éste fue un pequeño intento de obtener control sobre la actividad que había sido robada de ellos y de aligerar la jornada laboral. Eran acciones contra la alienación y el aburrimiento en el trabajo.
La lucha contra el valor
En la sociedad capitalista una hamburguesa es como cualquier otra mercancía, no tiene valor porque pueda ser usada, sino porque puede ser vendida. Una hamburguesa no tiene valor porque uno pueda comerla, sino porque puede ser vendida a una persona que tiene hambre. Bajo el capitalismo las cosas no sólo tienen un valor de uso (como el de una hamburguesa que puede ser comida), sino también un valor de cambio (la hamburguesa, como cualquier otra mercancía, puede venderse). Esto no es algo “natural”, como el capitalismo quiere hacernos creer. De hecho hay un gran conflicto en la sociedad en torno a estas dos condiciones.
El comunismo es una actividad que entre otras cosas trata de suprimir el valor de cambio. Significa la creación de una comunidad humana donde las actividades de los hombres, entre otras cosas, verán las cosas como valores de uso, y no como valores de cambio como bajo el capitalismo. Esto se demuestra claramente en la lucha de clases.
La lucha de clases se dirige contra la mercancía y el valor de cambio. En el restaurante eso estaba claro cuando tratábamos de usar las cosas que podíamos encontrar en el restaurante directamente, sin mediaciones, para nuestras propias necesidades, a pesar de lo extraño que estas necesidades pudieran parecer. Por ejemplo, los chicos que se divertían friendo los alimentos hasta que estuvieran destruidos o la chica que hacía malabares con los comestibles. Pero tal vez las ocasiones más abiertas y visibles en que tratábamos de usar las cosas como valores de uso y no como valores de cambio era cuando robábamos los alimentos u otras cosas del lugar de trabajo. Esto era más bien riesgoso ya que el patrón tenía un control muy estricto sobre los comestibles y sabía cuánta comida compraba la gente en un día, pero igualmente los robos se producían de vez en cuando. El sabotaje en el restaurante también se dirigía contra la transformación de las cosas en mercancías y valores de cambio por el capital. Una vez destruimos una gran cantidad de alimentos (mercancía, valores de cambio y, en ese caso, también valores de uso) porque el patrón había estado bastante irritante con nosotros. Otro chico y yo estábamos muy enojados no sólo con el patrón sino con toda la situación, porque odiábamos el lugar, así que nos fuimos a la nevera y sacamos una gran cantidad de cajas de alimentos y las destruimos. Esto podría ser visto como algo más bien irracional y carente de sentido, pero para nosotros en ese momento se sintió muy bien y fue un verdadero alivio. Luego que hiciéramos eso pusimos las cajas destruidas en la nevera, y colocamos otras cajas y cosas sobre ellas, de manera que tomara algunas semanas antes de que el patrón u otras personas lo notaran, y entonces nadie sabría quién lo había hecho. El sabotaje y la destrucción de las mercancías eran algo más raro que otras cosas como, por ejemplo, los robos. Pero cada vez que pasaba notábamos que el patrón estaba muy intimidado al respecto, y después de que alguien hubiera destruido algo se comportaba en forma más “correcta” hacia nosotros. Otra cosa que ocurría y se dirigía contra el valor, era que la gente deliberadamente tipeaba el precio incorrecto en las cajas. No hacíamos esto para irritar el patrón, sino porque pensábamos que era demasiado caro comer allí y porque era otra forma de crear una pequeña comunidad entre nosotros. No se trataba de una comunidad de obreros, sino más bien de proletarios cansados de ser proletarios, una comunidad (por pequeña y aislada que fuera) de actividades dirigidas contra el trabajo y el valor, contra las condiciones que hacen que los seres humanos sean proletarios.
La lucha contra el valor es algo que puede observarse en todas partes de la sociedad, desde el robo en el trabajo y el saqueo de tiendas hasta las ocupaciones de viviendas y lugares de trabajo. El comunismo es una actividad, que pretende ser tan poderosa que destruya el valor a través de la apropiación por la humanidad de su trabajo y de los medios de producción de los que ha sido separada.*
El patrón
Aunque a la mayoría de los que trabajábamos en el restaurante no nos agradaba el patrón y sus maneras de lograr que trabajásemos más duro, no podíamos dejar de sentir un poco de lástima y compasión por él. Él trabajaba todas las noches de la semana, y sólo se tomaba vacaciones una vez al año durante una semana o dos. Todos trabajábamos con él a veces, y solía pasar el rato en el restaurante, así que lo hubiéramos querido o no, todos tuvimos una relación personal con él. Para algunas personas esto creó un sentimiento de tener que ayudarlo y comenzaron a identificarse con el lugar de trabajo. Ellos sentían que el restaurante era su lugar tanto como del propietario. Al restaurante no le iba bien económicamente y en verdad era el propietario el que trabajaba más duro de todos nosotros. A menudo nos preguntábamos por qué trabajaba tan duro y tan a menudo. No era necesario para su supervivencia trabajar cada noche. Incluso deseábamos que pasara más tiempo con su familia, de la que él solía hablar en la noche. Al principio yo sólo veía estas cosas como una especie de “moralidad de esclavo” burguesa y pensaba que era un obstáculo. Lo cual, por supuesto, de alguna manera fue así. Todos estábamos vinculados a él emocionalmente. Pero luego de un tiempo entendí que esto sólo afectaba marginalmente nuestras actividades contra el trabajo asalariado. Éramos impulsados por nuestros propios intereses y necesidades, lo cual no significaba que no sintiéramos lástima por nuestro patrón y le deseáramos otra vida. Nuestra indignación y nuestra resistencia eran dirigidas contra el propio lugar de trabajo en lugar de contra el patrón. La esencia del conflicto era sobre el hecho de que teníamos que estar allí para obtener dinero. Queríamos hacer otras cosas, estar con nuestros seres queridos, jugar en la playa o hacer otras cosas más significativas. No queríamos intercambiar nuestro tiempo y nuestra vida para obtener dinero. No queríamos el trabajo asalariado. Por supuesto que el patrón no era popular, pero el conflicto nunca fue “nosotros” contra “él”, más bien era “nosotros” contra la relación que nos aprisionaba en el restaurante. Por supuesto que algunas de las actividades fueron directamente dirigidas contra él, pero fueron muy pocas. La mayoría de nosotros pensaba que el hecho de que el patrón tuviera que sufrir por nuestras actividades que estaban dirigidas en contra de las relaciones sociales que nos apriosionaban allí, era una triste consecuencia. No hubo ningún ganador en el restaurante –ni el patrón ni los obreros .
Al igual que un pequeño capital
El restaurante podría verse como un pequeño capital. El conflicto en el capitalismo es acerca de cosas mucho más esenciales que la diferencia entre quienes poseen los medios de producción y los que son despojados de ellos, o entre los ricos y los pobres. Existen, por supuesto, conflictos y diferencias reales entre los que poseen y los que no, y entre los ricos y los pobres. Y cuando el proletariado libra su lucha en contra del capital, ya sea oculta o abierta, necesariamente entrarán en conflicto con los funcionarios del capital. Ya que no son los capitalistas los que controlan al capital, es el capital el que controla a los capitalistas. No sólo los proletarios son intercambiables, también lo son los funcionarios del capital. En el capitalismo los seres humanos no valen nada como seres humanos. La única cosa que es importante para el capital es el papel que cumplen en la sociedad, un papel que otro puede asumir si una persona no lo cumple. La lucha de clases no es un proyecto tipo “Robin Hood” y el proletariado no sólo está formado por los pobres. Decir que el conflicto es entre los ricos y los pobres oculta la verdadera contradicción: la contradicción entre el comunismo y el capital. Y también da a la gente una falsa solución acerca de la manera en que el capitalismo puede ser destruido: sólo tenemos que acabar con los ricos. Esta es una formulación que pone a la realidad de cabeza, ya que no son los ricos los que crean al capitalismo. Es el capitalismo el que genera la riqueza y, por tanto, también la pobreza. Nos libraremos de esta diferencia si nos deshacemos del capitalismo.
Si no son los ricos los que están en control, ¿entonces quién? Es la “ley del valor” la que rige al capitalismo y obliga a todos los ricos así como a los pobres, a la búsqueda de más y más dinero. Esta “ley” no puede ser domesticada, todos los intentos de hacerlo han fracasado o han sido aplastados. El valor debe ser destruido para que el mundo deje de moverse a su ritmo. Esto fue algo que se manifestó en una forma muy abierta en el restaurante. Por supuesto, nuestro patrón ganaba mucho más dinero que nosotros (y nosotros queríamos más dinero), pero al igual que nosotros, sus empleados, él tenía que trabajar para sobrevivir, él estaba obligado a acumular valor o caer en la quiebra. En las pequeñas empresas el propietario a menudo tiene que trabajar para sí mismo con los empleados, incluso a veces más a menudo y más duro que los obreros. El hecho de que fuera el dueño del restaurante y ganara mucho dinero de nuestro trabajo creaba un verdadero conflicto entre él y nosotros, pero nos hubiéramos engañado si pensáramos que todos los problemas se habrían resuelto si sólo nos hubiéramos librado del propietario. Incluso si el restaurante hubiera sido de propiedad estatal, o si los empleados lo hubiéramos administrado nosotros mismos, aún hubiéramos tenido que obedecer a la tiranía del valor y seguir las leyes del mercado y la economía. Esto también significa que la mayoría de los problemas que existían cuando el restaurante era de un propietario privado todavía existirían si la propiedad hubiera cambiado. Como he dicho antes, el capital gobierna a los gobernantes e intenta reducir a todos, tanto ricos como pobres, a algo que es útil para el capital. Sólo tolera a las personas que obedezcan al capital y sean seguidores pasivos de la economía.
Las condiciones del capital son simplemente que la actividad de la humanidad ha sido separada de ella y que somos nosotros mismos quienes sostenemos esta separación a través de nuestras propias relaciones sociales. Somos, de hecho, nosotros quienes creamos el capital, por lo tanto también nosotros podemos destruirlo. El capital sobrevive principalmente a través de nuestra propia pasividad (por supuesto no podemos cambiar esta pasividad simplemente deseándolo o a pura voluntad), pero también tiene instituciones como la policía, el ejército, la moral, y la jerarquía que lo protegen. Incluso la izquierda y el movimiento obrero lo apoyan directa o indirectamente. El programa de la izquierda es principalmente acerca de CÓMO las personas deberían gestionar la producción. Los socialdemócratas y los leninistas quieren la propiedad estatal de la producción, los libertarios y los consejistas** quieren que los propios obreros se apropien de la producción y ambos quieren distribuir los beneficios de manera justa e igualitaria. El comunismo, por supuesto, es acerca del autogobierno pero está dirigido principalmente a QUÉ la gente debe y puede gestionar.
Si el capital es la pasividad donde nuestras actividades no nos pertenecen y donde las personas no creen que puedan cambiar su propia situación, entonces el comunismo es actividad y movimiento. Un movimiento y una tendencia que están presentes en la lucha de clases, en la vieja sociedad, que trata de abolirla y una actividad que significará el final de las separaciones y mediaciones y, por lo tanto, la destrucción del valor, de la economía y del trabajo. Se trata de un mundo sin dinero ni beneficios. Lo cual no significa algún paraíso terrenal o que los hombres se convertirán en ángeles. Sólo significa un mundo en el cual la actividad de la humanidad le pertenezca a la propia humanidad, algo que seguramente dará lugar a nuevos e imprevistos problemas, conflictos y contradicciones.
¡Nosotros somos la contradicción!
Marcel y Gillés Dauve
El trabajo es nuestra actividad separada de nosotros, convertida en algo que alimenta a la economía y nos domina. Y este proceso puede cambiarse porque somos nosotros los que los alimentamos. Nosotros somos la contradicción. Ningún trabajo es exclusivamente impuesto desde el exterior. Siempre supone algún tipo de cooperación a partir de la base, como el obrero de Renault Daniel Mothé demostró en sus artículos para Socialisme ou Barbarie durante la década de 1950. Lo que hemos descripto como pequeños robos, sabotaje a pequeña escala y diversión (todo lo cual implica auto-organización) es también lo que hace que el restaurante sea tolerable. La resistencia al trabajo es una forma de recuperar parte de la “humanidad” de la que nos priva el trabajo: por lo tanto, hace que nuestra jornada laboral sea menos alienante. Negar esto es no comprender cómo funciona el capitalismo, y por qué continúa existiendo a pesar de sus numerosos horrores. La auto-organización de la vida laboral (y de sus luchas) es también, paradójicamente, una condición para una posible revolución.
El significado del movimiento comunista no es librarnos del aspecto doloroso del trabajo y trasladar su carga a las máquinas que trabajarán para nosotros, mientras nosotros nos dedicamos a hacer banquetes, escribir poemas y hacer el amor. (En la Antigüedad, cuando existía poca maquinaria, Aristóteles justificaba el trabajo manual en condiciones de esclavitud, ya que permitía a la élite tener una vida buena e intelectual.) El lector comprenderá que no anhelamos una sociedad en la que cada segundo sea divertido. Dejemos tales sueños a Vaneigem.
Esto se relaciona con el contenido del trabajo realizado en tal restaurante. Toda la comida rápida es una expresión de una sociedad donde el tiempo es dinero, y los actos humanos vitales como comer tiene que ser realizados en el tiempo más breve (= más rentable) posible. Las hamburguesas, sin embargo, son sólo un ejemplo entre muchos. Los filetes (anteriormente un símbolo de la civilización occidental) son otra forma de cocinar y engullir rápidamente las suficientes calorías y proteínas para enviar al apresurado hombre moderno a su fábrica o la oficina. Lo mismo cabe para las ensaladas de cafetería que se han hecho populares en los últimos veinte años. Los filetes de carne transmiten una imagen tosca y varonil, mientras que las ensaladas van con una actitud supuestamente más suave, más abierta, más afeminada. Y una compañía multinacional de comida exitosa y de moda se denomina a sí misma Slow Food.
Somos lo que comemos... Es cierto, pero también somos lo que hacemos. Comemos como vivimos. Sería ingenuo suponer que puede existir o existirá una mejor forma de alimentación, la única y mejor salud alimenticia. Aquí el lector también comprenderá que no estamos abogando por una alimentación universal orgánica y vegana.
Diciembre, 2002
Notas críticas añadidas por Comunistas de Conselhos da Galiza
* Aunque Marcel considera que el comunismo “destruye el valor a través de la apropiación por la humanidad de su trabajo y de los medios de producción”, a lo largo del artículo existe una confusión entre la categoría “valor” y la categoría “capital”.
La existencia del valor significa que los productos no se intercambian en función de su valor de uso, que la distribución de la riqueza no está determinada directamente por las necessidades sociales, y que los trabajos se relacionan entre sí como trabajos privados. O sea, en la categoría del valor se condensan las condiciones de funcionamiento de la economía mercantil. Pero la producción mercantil ya existía antes del capitalismo: es sólo antesala histórica. El capitalismo significa que la producción de mercancías subsume el trabajo social, transformándolo en trabajo asalariado, y que el trabajo es subordinado a la acumulación de riqueza en forma de valor. Efectivamente, el capital, en cuanto movimiento de acumulación de riqueza, adopta la forma general propia de la producción de mercancías: el valor. Pero el capital no es ya una relación de separación entre los productores y su producto en la circulación, sino una relación de separación entre los productores y su producto en la producción.
El capital implica, pues, la existencia histórica y actual del valor como forma abstracta de la riqueza, pero la existencia del valor no implica la existencia del capital. Por eso, la lucha contra el valor no significa necesariamente una lucha contra el capital; solamente cuando la lucha contra el valor se dirige directamente contra el proceso de valorización del capital, cuando se dirige contra la subordinación del trabajo vivo al trabajo muerto, entonces podemos hablar de comunismo en un sentido revolucionario. Si no, cualquier supresión del valor por medio del robo o de la usurpación de la propiedad privada podría considerarse como una práctica revolucionaria; pero, incluso cuando estas expropiaciones de mercancías dan lugar a formas de propiedad comunales (un comedor popular, un centro social ocupado), estamos hablando de formas de comunismo primitivo que, igual que las antiguas formas de propiedad comunal que subsisten aún hoy, no suponen por sí mismas ningún antagonismo radical con la existencia del capital como relación social.
En resumen: la lucha contra el valor en el restaurante de Marcel está, de hecho, orientada a socavar la valorización del capital, pero la lucha contra el valor en los ejemplos del "saqueo de tiendas" o de la "ocupación de viviendas" no lo está habitualmente. Incluso cuando se lucha contra la mercantilización de ciertas cosas, como por ejemplo los genes de la especie humana, se está luchando en principio no contra el capital, sino contra su expansión en cierta área de la vida -contra su dimensión cuantitativa que es la que adopta la forma del valor-. El proletariado es revolucionario no porque esté movido a suprimir la forma mercantil de la riqueza, sino porque está movido a suprimir la forma de capital que adoptan las condiciones y los medios de producción y reproducción de su vida. Y hará esto superando la relación social en la que el ser humano se autoaliena en su actividad genérica básica -el trabajo-, al mismo tiempo que comenzará a sobrepasar la división entre trabajo y ocio, mediante un desarrollo universal de las capacidades y de la actividad humanas.
Es cierto que la mayor parte de las mercancías y de la riqueza en circulación son hoy formas del movimiento del capital, y en este sentido todo ataque al valor perjudica la valorización del capital; pero la diferencia es que, en un caso el ataque afecta sólo al capital en su existencia particular, a unos capitalistas sueltos, mientras que, en el segundo caso, la acción revolucionaria del proletariado ataca al capital como relación social, en su esencia.
** Si se considera el comunismo de consejos como corriente en desarrollo -desde comienzos del siglo XX-, entonces se verá que es falso que se le otorge más importancia al problema de la gestión de los medios de producción que al del desarrollo de la clase obrera como sujeto revolucionario. Es más, la importancia del "problema de la gestión" en el comunismo de consejos está directamente conectado con el problema de la supresión de la relación del capital, con el contenido de las relaciones de producción comunistas. Y, a su vez, el problema del desarrollo espiritual del proletariado se vincula también al desarrollo de nuevas relaciones sociales. Ambos enfoques están particularmente bien claros en el pensamiento de Anton Pannekoek, pero también en el de Otto Rühle y Paul Mattick, por nombrar a los teóricos más importantes. La misma crítica de Marcel podría, de hecho, aplicarse al propio Karl Marx. Pero, si Marx dejó a un lado -sin por eso abandonarla- la teoría del trabajo alienado después de su época de "juventud", fue porque entendió que entre conciencia y práctica existe una correspondencia real y que la posibilidad efectiva de la supresión del capital está ya implícita en el desarrollo autónomo del movimiento proletario.
El hecho de que la supresión del capital se formule como un problema de gestión indica que ésta se está pensando en el contexto, o bajo la influencia, de una tendencia al desarrollo masivo de la autonomía del proletariado. Esto fue lo que ocurrió, o parecía ocurrir, durante el proceso de la Revolución alemana de 1918-1923. Con todo, en el período inmediatamente precedente y en el período subsiguiente, encontramos una mayor orientación hacia el problema del desarrollo de la conciencia revolucionaria. El hecho de que los grupos revolucionarios que se reclamaron del comunismo de consejos, posteriormente a la ola revolucionaria de los años 20, comenzasen a caer en tendencias espontaneistas, en el fetichismo de la organización y de los consejos obreros, es un producto del aislamiento y de la desesperación prácticas, no algo inherente al pensamiento consejista. La misma posibilidad de que se ponga juntos a "libertarios y consejistas" indica que éstos "consejistas" retrocedieron al anarquismo en lugar de proseguir como una corriente independiente y enraizada en el marxismo original.
La posición que adopta Marcel refleja, a su vez, que para él el problema de la gestión y del sujeto revolucionario se presentan como separados, precisamente porque así lo están en la época actual, porque no existe un movimiento revolucionario del proletariado en ascenso. La existencia de este movimiento significaría, simultáneamente y como su condición vital, el desarrollo de las capacidades totales del proletariado y la creación de nuevas relaciones sociales -la "aufhebung" del estado presente-. Con todo, estamos de acuerdo con Marcel en que el gérmen de este nuevo movimiento proletario puede verse ya en las formas de rebelión y lucha, inmediatas y ocultas, contra la valorización del capital.